jueves, 24 de diciembre de 2015

Una República del Arte: "Marienbad électrique", de Enrique Vila-Matas


"La gran aventura"
Enrique Vila-Matas continúa el camino iniciado en Kassel no invita a la lógica, mostrándonos cómo el arte y la literatura pueden fundirse en una misma inquietud por crear formas nuevas. En este caso Marienbad électrique trata sobre las relaciones con Dominique González-Foerster, artista francesa cuya retrospectiva ocupa un espacio en estos momentos en el centro Pompidou de Paris (hasta el 1 de febrero). Vila-Matas parece irónicamente volver a sus orígenes, cuando era más reconocido en el extranjero: el libro ha sido publicado en primer lugar en Francia por el editor Christian Bourgois –traducido por André Gabastou- y en segundo lugar, en castellano, pero en Argentina y México, por las editoriales Caja Negra y Almadía respectivamente, este segundo con ocasión de la reciente recepción del premio FIL en Guadalajara. (En febrero de 2016 sí aparecerá ya en Seix Barral.)
Vila-Matas rememora aquí las diversas conversaciones y experiencias entre ellos, artista y escritor convertidos no en almas gemelas pero sí en vasos comunicantes que se persiguen sin acabar de descifrarse nunca. Ella es Holmes, yo soy Watson, copsa más de mí que yo de ella, dice sorprendentemente. Y las ocurrencias mutuas, las ambigüedades y malentendidos lúdicos, tan dispares como el encuentro de un paraguas y una máquina de coser del que hablaba Lautréamont,  sirven de acicate para seguir creando.  Así, el arte no se interpreta pero se vive, como un anhelo de totalidad, en una suerte de resistencia silenciosa y cómplice a modo de "República del Arte". Y lo mismo se habla de Rimbaud expuesto en una habitación de hotel o cuyo fantasma es visto en Pont-des-Arts que de la obra de Lorca o Perec o la película L’année dernière à Marienbad, arte “eléctrico” donde la realidad se ve desde un ángulo inusual y el cine y la literatura se trenzan en un haz de significados. Y es que la obra de una y otro lindan en la zona oscura donde el arte se interroga a sí mismo y el receptor puede siempre poner en duda si eso es arte, si eso es novela.
"No hace falta ver nada extraordinario, lo que vemos ya es mucho", es la premisa. En esa disposición, considerando nuestra vida como "la más gran aventura" y el arte "confundiéndose con la vida", visión exigente e  irrenunciable, uno puede entonces “permitirse todo” y las ideas aparecen "como una aurora boreal". Dominique acaba leyendo la realidad como un gran texto que luego fermenta en sus instalaciones; el texto de VM se expone a sí mismo como una instalación; en ese cruce, en esa descarga energética, penetrando en los abismos de la “vivacidad perdida” walseriana que subyace a la palabra o al arte, ambos se expanden.
Estos relatos de diálogos transpiran admiración mutua, que, como sugiere el autor, es la forma más elevada de la amistad. Leer Marienbad électrique es pues "como sumergirse en el agua y mantener la respiración": penetrar en un universo con otras coordenadas, a veces equívoco y translúcido, siempre una invitación a seguir los designios del arte como si nos fuera la vida en ello, y también viceversa.


Esta reseña ha aparecido publicada hoy 24 de diciembre en el suplemento Artes y Letras del Herlado de Aragón

martes, 15 de diciembre de 2015

Back to the water

Hoy he vuelto a la misma piscina de hace meses. Pero ha sido sumergirme en el agua y sentir que todo era tan parecido y distinto. Y de repente me he dado cuenta del tiempo que hacía que no iba a nadar yo sola del todo, sin compañía a1guna de mi mano ni presencia diminuta en mi barriga.

No es lo mismo nadar después de parir que antes. Antes te sientes poderosa, llena. Después, incompleta, desposeída. El cuerpo todavía diseminado en mil pedazos. Cuerpo ajeno. Cuerpo desmembrado. Todavía hay que unificarlo. Los brazos y las piernas se alejan mientras emprendo el nado. El centro está poco anclado; las vísceras no bien trenzadas todavía, como si no asumieran el timón del mando.

Paciencia. Aunque ahora no lo parezca el cuerpo poco a poco volverá a ser tuyo. Ahora, sin esa compañía en el interior, sin tampoco esa mano que agarre la tuya, echas de menos esa plenitud orgullosa de ver la vida con fuerzas reduplicadas. Pero esos miembros desmadejados son los tuyos. Y si les prestas atención poco a poco irán encontrando de nuevo su sitio. Por ahora se conforman con pasar a primer plano por una vez, cosa tan rara desde hace tiempo; si los escuchas se suavizan y ensayan pequeñas tímidas piruetas. Y te dicen, paciencia, pero no nos olvides, no me olvides.

Mientras me adentro de nuevo en esta piscina que tanto he transitado, parece que el vacío es el único compañero de nado. Pero más te vale acostumbrarte a ese vacío. Porque puede llenarse de amigos, de hijas, de literatura, de proyectos y viajes, pero siempre volverá al origen. Porque ese vacío, del principio al fin, es la única compañía que realmente te pertenece.


jueves, 26 de noviembre de 2015

Defensa del intelectual

Hoy quiero reivindicar la categoría "intelectual", figura tan denostada los últimos tiempos.

¿Quién es el intelectual? ¿Es, como se insinúa a veces, aquel ser plomizo y alicaído que consume sus días parapetado tras los muros de sus libros  y que piensa que "cualquiera tiempo pasado fue mejor"?

No. El intelectual es aquel ser que, en primer lugar y sobre todo, está presente en el mundo. Observa. Lee.  Intenta entender qué sucede. En realidad, "intelectual" procede de "intelligere" que significa 'comprender, entender' y que a su vez deriva de 'legere', 'coger, escoger'. Por tanto, la misión prioritaria del intelectual  es entender; luego  eligir una postura entre las disponibles en la actualidad;  y sostenerla de manera pública para ayudar a la ciudadanía asimismo a comprender,

En realidad, dicha noción del intelectual como parte activa ante la actualidad procede solo de hace poco más de un siglo. La historia de las ideas ha asignado a Émile Zola su papel originario, aunque fueron las condiciones de progresiva autonomía del campo literario durante el siglo XIX que permitieron que aflorara una figura así.  Fue él quien, desde el rol de escritor y no del político,  el primero en traspasar la barrera entre las letras y los hechos, entre mirar la realidad desde la palabra y tratar de influir en ella. Es el caso mítico del "affaire Dreyfus", en el cual Zola denunciaba públicamente en "J'accuse" la injusticia de la acusación hacia un inocente militar judío, en un acto de racismo encubierto que venía a proteger todo el sistema judicial y militar francés. Zola emergía de su posición de escritor para afirmar que lo sucedido era un "supremo insulto a toda verdad, a toda justicia" y que era un crimen tanto "desorientar a la opinión pública" como "explotar el patriotismo para fomentar el odio", expresiones que bien podrían aplicarse a tantas injusticias y  anipuilación de los medios de los siglos XX y XXI. A partir de aquí, se consolidó la expresión y cuanto significa; la progresiva autonomía del campo literario permitió que fructificaran estas voces sin otro dueño que ellas mismas.

Esa misma estela continuó en el cambio de siglo y se acrecentó su politización a partir del 1917 con la Revolución Rusa,  y se hizo palmaria sobre todo con la figura de Sartre, con su militancia comunista y su influencia en la Europa de la Postguerra y la Guerra de Argelia. Para Sartre, el escritor no podía ser neutral ni dejar de aspirar a algo más allá de lo literario. Un escritor tenía que "prendre en gage", "s'engager", es decir, tomar partido hacia una dirección determinada. Sartre radicalizó la postura; la palabra literaria será un medio y no un fin en sí misma, en cambio se hará de la libertad casi un objetivo metafísico, pero aplicado a una situación concreta, al presente histórico. Llevado al extremo, esa posición provocaría una escisión entre los escritores de convicción marxista y los que no, y Sartre ahí ejercería el papel de legitimador general del discurso intelectual como nunca.
Otros intelectuales posteriormente han matizado esa opinión. Especialmente en los años 60, la Nouvelle Critique francesa, Roland Barthes a su cabeza, considerarían que es la hora del "desengagement", es decir, descomprometerse, o retirarse de la línea de acción para entender mejor el presente, y actuar a través del lenguaje literario, que era el arma más subversiva. Esta misma posición la sostuvieron los Novísimos en España, con Félix de Azúa, Edmundo de Ory, Ana María Moix, etc, para quienes la mejor subversión estaba en la subversión de la forma y en la renovación de referentes culturales.
Volviendo a Barthes, para él el escritor ("écrivain") tiene que soportar la paradoja del acto literario, donde la palabra navega por zonas de ambigüedad y nunca llega  a nombrar con exactitud aquello que desea decir, a diferencia del intelectual ("écrivant") para quien lo principal es el uso del lenguaje como vehículo de comunicación. Hay posibilidad de una identidad 'bastarda' entre escritor e intelectual, pero estas dos identidades nunca coincidirán, o no deberían hacerlo, en el 100% de las actitudes de uno mismo.
Maurice Blanchot en los años ochenta completaría la noción blanchotiana, afirmando que el intelectual necesita mantenerse en un espacio literario y en una neutralidad general, fuera del poder y de los medios de comunicación, desde donde posicionarse de manera puntual cuando la ocasión lo requiera, lejos de la militancia radical por una postura, que limitaría la amplitud de sus miras.

A partir del 1970 se produciría una "despolitización" del campo literario a la par que una "desliteraturización" del campo cultural, situación que perdura todavía de algún modo en el nuevo siglo, con la consiguiente ambivalencia a la hora de describir el papel que pueda ejercer un escritor como intelectual.
Diferentes autores, entre ellos Pierre Bourdieu, Edward Said, Claudio Magris, han destacado recientemente cómo la voz del intelectual no puede estar coartada por los mecanismos del poder en una orientación determinada, ni en cuanto concierne a lo político, ni a lo religioso, ni a los medios de comunicación de masas. Tampoco será fácil mantener esta independencia de criterio para el que esté muy apegado a su posición académica, entre otras. El intelectual en su pura cepa ha de ser un "amateur", un "outsider", un "francotirador", como apunta Said en Representaciones del intelectual; esto es, detentar un punto de mira marginal, fuera del "establishment", porque no de otro modo podrá llevar a cabo un juicio objetivo y justo, fuera de las categorías reduccionistas, más allá de su propia pertenencia social, nacional, racial o sexual.

El intelectual que yo defiendo es este mismo: el que está en el presente pero no se deja avasallar por el todo mediático; el que es libre o se mantiene libre respecto a instituciones y partidos políticos; el que habla desde su particularidad, poniendo en duda siempre todo a priorismo, incluso el propio.
Como señala Bourdieu en Intelectuales, política y poder: "Es en la autonomía más completa con respecto a todos los poderes, donde reside el único fundamento posible de un poder propiamente intelectual, intelectualmente legítimo." Bourdieu nos alerta también que no es fácil para el intelectual mantener esta autonomía, más allá de dos amenazas actuales a la misma: el "mundo del dinero" (con los que se controlan los medios de producción y difusión cultural) y la "tecnocracia de la comunicación" (la especialización tan de moda hoy, que hace que lo intelectual quede fuera del debate público y se inhiba el debate total, favoreciendo así la "irresponsabilidad organizada").

De este intelectual creo que andamos escasos, y deberíamos  hacer un esfuerzo por propagar sus voces. Para no dejarnos hipnotizar por los discursos más recurrentes. Para no hundirnos en nuestro universo más limitado sin aspirar a una visión más unitaria del mundo. Para que esa palabra más informada o madura nos ayude a recordarnos día a día que por encima de pertenencias y miedos, somos humanos todos, o como rezaba el famoso adagio latino, "homo sum, humani nihil a me alienum puto", que no conlleva insulto alguno sino una declaración de principios que debería ser común a todos: "hombre soy; nada humano me es ajeno".

Es un reto difícil. El mundo de hoy es complejo y confuso,  advierte Enzo Traverso, autor de ¿Qué fue de los intelectuales? Para alertar a la opinión y al espacio público el intelectual debería ir por delante, no por detrás como parecen ir. Pero no es imposible mantener una visión atinada en el siglo XXI, como indica Claudio Magris en Utopía y desencanto, manteniendo la esperanza, aun con escepticismo y melancolía, y las dosis necesarias de realismo. La influencia del intelectual, que parece en declive, podría en nuestros días retomar cierta trascendencia, siempre que los diversos actores sean capaces de superar los límites y ocupaciones individuales para acceder a un "corporativismo de lo universal" del que hablaba Bourdieu.
Ahora bien, evidentemente el intelectual de hoy no será el de ayer. ¿Será un "e-intelectual"?, como comenta Alain Minc no sin sorna en Historia política de los intelectuales. En el espacio virtual, que es el lugar de encuentro del debate hoy, todo está presente pero "nada es coherente", así que el intelectual hace más falta que nunca, para leer la actualidad y darle un sentido. El café-tertulia, el lugar de debate ya no está en la esfera de la ciudad, cuestión bien estudiada por Antoni Martí en Poética del café, sino en la red, convertida en nueva ágora, donde todas las voces se hallan en condiciones de igualdad, donde cada día hay que ganarse la legitimidad -y los lectores. Y esa horizontalidad y ausencia de jerarquías propia de la red puede promover un nuevo tipo de engarces de pensamiento propulsores de una riqueza y capacidad de repercusión sin precedentes.

Es época de volver a preservar los valores del humanismo. Es momento de repensar Europa y el mundo entero desde unas identidades múltiples y móviles y aunar fuerzas para priorizar la defensa de la libertad y los derechos humanos. En esa encrucijada acaso la literatura y el discurso intelectual , y hasta el e-intelectual, todavía tengan una misión que salvaguardar.




lunes, 23 de noviembre de 2015

Motivos para leer (y para escribir)



Hay libros que se empiezan por motivos bien sesudos y coherentes: porque es un título fundamental que aún no se ha leído; porque lo recomienda alguien a quien admiras; porque lo necesitas para documentarte, para forjar una bibliografía... Hay otros motivos más volátiles como: porque el título o la portada ofrece curiosidad; porque no se tenía nada más en las manos en momentos de imperiosa necesidad lectora; porque nos ha caído en el regazo casi por arte de magia, regalado, hallado en la calle; o abandonado por alguien o por una institución entera...

Y todavía hay motivos más anodinos, como el que me ha llevado a empezar este libro: recordar que un fragmento del mismo aparecía en un ejercicio didáctico sobre el texto narrativo, largamente usado con un nivel de alumnado; ejercicio insulso en sí, pero que nos servía para conjeturar hasta más allá de lo posible quién eran esos personajes y qué iba a suceder y así ir alcanzando la capacidad previa a la escritura, que era la de la imaginación...

El ejercicio no tenía nada de particular, pero acabé sintiendo auténtica devoción por tal fragmento. Un guitarrista con voz débil que viene de un taller, que pregunta por una tal doña Ariadna, cuyos  pasos resuenan fuertes en la estancia... Las personajes en su presentación ofrecían tal configuración que invitaban a ser leídos o soñados de tantas maneras... imaginábamos su pasado, su futuro, como toda buena descripción puede lograr en pocas palabras. 

Y cayó en mis manos el famoso "Guitarrista" de modo que tenía que saber quién era realmente él, quién era ella, de qué iba todo eso. Y para mi sorpresa, la historia me ha ofrecido todavía mucho más terreno de cultivo que el que imaginaba.

Pues hallamos la historia, sí, de casi amor entre dos jóvenes desiguales, como se preludia desde el principio, con sus altibajos, sus dudas, sus disonancias. Pero sobre todo la novela transmite el eco del ansia creadora, en un primer caso transfigurada en la imagen del guitarrista, que se sueña artista, más allá de la cárcel de su taller y su academia, en esas imágenes de vuelo alrededor del mundo, de libertad permanente. Y en un segundo lugar, cuando se van dando al traste todos los espejismos, la novela atestigua la forja de una voluntad escritora.

Y es precisamente en el relato del más hondo de los fracasos donde se percibe cómo una persona despierta en sí la vocación auténtica de escribir. Escribir no para triunfar, no para vivir una vida diferente. La misma vida, observada, refractada en sus detalles mínimos, como una fotografía detenida que uno contempla desde fuera. Y es la vida propia la que refulge cuando se consigue dar voz al actor más auténtico de cuantos hablan dentro de uno; aunque no tenga más que ofrecernos que su mirada desnuda.

Fui a los bosques, podría decir, porque quería leer a conciencia, leer a fondo.. Y allí pude extraer toda la escritura y dejar a un lado todo lo que no fuese escritura, para no descubrir en el momento de mi muerte, que no había escrito.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Un cataclismo agridulce: narrativas sobre hijos



            



"El cielo oblicuo", de Belén García Abia y "Cosas de niños", de David Wagner, narrativas fragmentarias en torno al tema de los hijos.

Es sabido que los hijos cambian las percepciones de la vida; las reinauguran con mayor nitidez y también reinstauran toda una retahíla de recuerdos y proyecciones; cataclismo que puede proceder también de su mera representación, su deseo y su ausencia. Es por eso que "El cielo oblicuo" y "Cosas de niños" resultan a la vez paralelos y disímiles. Ambos se dibujan como constelaciones de múltiples sentidos, pero su tonalidad diverge.
En "El cielo oblicuo" se habla desde la corporalidad, ahondando en la naturaleza de mujer, la que no puede tener hijos, o la  que le pesa el mundo. Se lee como un poema en varias estrofas, en torno a la conciencia de la esterilidad, pero también la relación entre mujeres y los discursos sobre las mismas que penetran en la piel; a la enfermedad y la locura. Como una cadencia se repiten algunas frases, "Cada mujer guarda una feroz", "Escribo con el útero"; la intensidad y la corporalidad de la escritura nos remiten a una compleja feminidad,  hecha de contrapuntos. Cielo oblicuo, carne abierta, doliente, fiereza y presencia. Carne que no se desdobla más que en palabras; un estado que linda con el enamoramiento y la muerte: presencia, que se constituye en sí misma y también en la conciencia de su representación. La palabra se muestra en su duda, en su búsqueda, y hace apelación a tantas identidades femeninas ("Escribo para escuchar esas voces"): Virginia Woolf, Anne Sexton, Clarice Lispector; se construye también en base a la voz del posible hijo, que se muestra en el último capítulo y que nos brinda la última pieza que faltaba al poliedro, remitiendo al cielo de los torcidos, donde se encuentran todos aquellos "que llevan el peso del mundo en su espalda".
"Cosas de niños" en cambio se lee como un dietario, una amalgama de reflexiones ligeras -que no leves- y transitivas en torno al hecho de tener hijos. Seduce la autenticidad de la voz masculina, en una asunción plena de la paternidad a solas. La "niña" es un ente tercera persona, tan genérico como concreto, y sus descubrimientos y reflexiones reverberan en el padre. "Desde que el niño está aquí , yo también estoy siempre aquí", se dice. La hija, como el texto, vive también de manera discontinua y a la vez en un perpetuo presente, por más que los fragmentos interrelacionen diferentes edades de la misma. Y cada instantánea se conecta con puentes levadizos dobles: la vivencia del padre en su niñez (que se ve rescatada y revivida ahora) y el futuro incierto ("los hijos se tienen de prestado"). En "Cosas de niños" hay sublimidad y hay humor y tristeza, hay conciencia de la unidad  y fugacidad del tiempo. Hay perspectivismo, lo mismo nos situamos en la piel del padre como de la hija como del abuelo u otras hijas. Algunos fragmentos resultan inolvidables, como el recuerdo de las eternas navidades, "la bella impostura", o la figura de la madre difunta, cuya voz se introduce en la voz del narrador mientras habla a su hija, o bajo el papel que escribe; o la explicación de cómo los hijos "nos hacen el favor", "representan el papel de niño", solo por un tiempo. También se describen con lucidez las paradojas de ser padre, como tener miedo a la muerte, y a la vez no, porque en ellos se pervive. Aunque sin lugar a dudas lo mejor del libro son esos pequeños detalles, como la niña gritando "¡Organización!"mientras siembra el caos y no recoge ninguno de sus juguetes. O ordenando a su padre "¡lee más! ¡lee bien!" mientras este se queda dormido de agotamiento recordando a su padre dormido; la niña obligándole a jugar a lo mismo una y otra vez. Todo ello deja un sabor agridulce al lector, también sumido entre sus propios puentes generacionales personales, reviviendo en circuitos intermitentes lo que ganamos y perdemos en los días.

Wagner y García Abia: dos visiones, en suma, complementarias, que se alzan de la rutina inoculando una mirada penetrante al instante -sea transitiva o intransitiva, masculina o femenina- y haciendo del presente algo irrenunciable y único

Este texto apareció publicado en el suplemento de letras del Heraldo de Aragón el 06/11/2015

jueves, 29 de octubre de 2015

Mis lecturas de verano (3): "También esto pasará"


Nunca he visto un libro sobre el luto tan auténtico y a la vez tan apegado a la vida.

El inicio ya nos da la clave de esta furiosa energía agridulce: "Por alguna extraña razón, nunca pensé que llegaría a los cuarenta años."

La autora se halla en un momento confuso. Abrumada por la reciente muerte de la madre (la famosa editora Esther Tusquets) con quien tenía una relación fusional y a la vez de amor-odio (como en todas las grandes relaciones madre / hija); desorientada en cuanto a su lugar en la vida, vagando entre sus ex maridos, sus hijos y sus múltiples amistades; pero todo ello no es óbice para que se decida  a pasar un verano en Cadaqués, rodeada de seres queridos y al tiempo horadada por la pena y la soledad, con despertares porosos y anocheceres bañados por el calor del alcohol.

La vivencia de la muerte se expresa en toda su desnudez y su paradoja: va presentándose a modo de síncope durante las vivencias cotidianas, como una sombra permanente que se abalanza sobre la vida, con sintaxis y vocabulario breves y brutales, sin rodeos. Al unísono, acompañamos a la autora en sus vaivenes emocionales, su deseo sexual, sus esperanzas, sus momentos de gratitud,  y la narrativa toma entonces una ligereza que nos envuelve de una brisa estival reconfortante.

Y, en definitiva, nos acaba conquistando esa luz melancólica y ferozmente vital del verano en Cadaqués, y de la casa familiar donde transcurren los días en los que se aprende a vivir de nuevo a través de la desesperanza. El homenaje a una persona se acaba convirtiendo entonces en un canto a la vida.
"También esto pasará" nos recuerda la capacidad humana de sobrevivirlo todo, aceptarlo todo.
Pero por encima de todo el libro nos seduce en su estilo hecho de contrastes, y se realza en los detalles más nimios, que actúan como la punta del iceberg de la que hablaba Hemingway; como este final: "Anteayer, llevé tu chaqueta a la tintorería, me la devolveran el jueves, 'como nueva', me han dicho."


jueves, 22 de octubre de 2015

Mis lecturas de verano (2): "Esos de ahí afuera"


Aunque soy más bien lectora de novela, puesto que cuando una historia me atrapa no quiero soltarla nunca más, de vez en cuando me dejo hipnotizar por un buen libro de cuentos.
Y así fue con "Esos de ahí afuera", de Franco Chiaravalloti, escritor argentino afincado en Barcelona. Como ya lo advirtiera Javier Argüello en la presentación del libro que tuvo lugar en el Ateneu Barcelonès, este libro de relatos cumple el más importante requisito al que puede aspirar una narración corta: que no se pueda soltar una vez iniciada. 
Eso oí en la presentación, junto con la pasión por la obra en cuestión que transpiraban el autor y su presentador. Esos de ahí afuera, nos contaron, trata sobre personajes variopintos externos al propio autor, personajes pintorescos y que se hallan en una situación límite, y al que el autor se ha aproximado todo lo que ha podido hasta robarles el alma, o insuflarles de alma, quién sabe.
La lectura posterior no hizo más que confirmar y hasta intensificar tan halagüeña entrada a su lectura. Estos cuentos, encabezados cada uno de ellos por el nombre del personaje, con nombre y apellidos, se enmarcan en contextos tan variados como los siguientes: una mujer a punto de avortar, un hombre que comienza a trabajar para la Real Academia, una adicta a la belleza del cuerpo que se enamora de su opuesto, un viejo adicto a los velatorios de desconocidos en los que se invita a café... 
Y efectivamente, una vez iniciado cada uno de ellos no se puede dejar de leer: es evidente el gran trabajo de orfebre que subyace tras ellos; cada palabra está en el lugar adecuado; la cantidad de información; el tono usado que oscila de lo humorístico, lo irónico a lo lírico; los registros de habla de cada personaje, la somera descripción de toda la situación en la que nos vemos inmersos, la tensión controlada que va apuntalando el relato hasta un certero final que nunca nos dejará indiferentes.
"Esos de ahí afuera" constituye una galaxia tan compleja como completa, y a todas luces equilibrada entre sí, de manera que no solo cada relato por separado no puede dejar de leerse, sino el libro en su totalidad: uno desea conocerlo todo sobre todos esos seres que nos inundan de perplejidad.

Una lectura muy recomendable, en fin, para todos aquellos que disponen de poco tiempo y, a caballo entre una actividad y otra, quieren leer algo con la certeza de que los distraerá y arrastrará.


lunes, 19 de octubre de 2015

El tiempo de calidad... o mejor el tiempo a secas.

Es algo que hace días me carcome y tengo necesidad de decir.

¿Cómo puede ser que nos hayan enredado tanto con lo del "tiempo de calidad", sobre todo en lo que atañe a la vida familiar?
A mí que no me digan que lo que importa no es no tener tiempo para tus hijos sino que el tiempo que se pase sea de calidad. Hombre, claro que si tienes solo una o dos horas para tu hijo al día, mejor que sean positivas y agradables que pasarlas a gritos y desplantes o con el mando de la tele siempre en la mano. Pero, ¿siginifica eso que sea mejor una o dos horas de juegos y charlas maravillosas que pasar la tarde entera con tu hijo, y compartir todos los momentos, los mediocres, los aburridos, los maravillosos?

Nos han sorbido el seso, supongo que para consolarnos de esta estructura social donde hay que producir todo lo posible y el hijo es el obstáculo, el impedimento a producir más, y entonces mejor hacerlo que produzca también en cuanto pueda, o produzcan con él, y pasar con él poco rato y que no resulte muy cansado, eso sí, ojito que es tiempo "de calidad".

Y, ¿a quién querrá más un niño? ¿A aquel que le atienda muchas horas al día y le acompañe? ¿O a aquel que le brinda un momento de gloria que pasa rápido como un espejismo? Está claro. Quizás nos queremos engañar y pensar que los niños son como nosotros los adultos, que se aburren fácilmente de lo rutinario, y prefieren lo inaudito, lo excesivo, lo fuera de lo habitual, como tal vez nosotros a veces nos decimos por lo bajini, que en nuestras relaciones daríamos la vida y las horas de rutina por un instante de deseo y espejismo total. Pero no. Los niños son mucho más claros que nosotros. Aman lo que vive con ellos. Lo que transita con ellos y va pasando fases.

Por otro lado, supongo que es más fácil atreverse a hablar de ello cuando se tiene tiempo. Tengo que decir que me siento muy afortunada de poder pasar mucho tiempo con mis hijas y verlas crecer, y que mi marido haga lo mismo.
Cuando acaba un día en el que he podido acompañar el mundo tras la mirada incisiva de Alicia, o la inédita de Emma que se descubre, siento que viajo con ellas en cada milésima de mirada, y que mi día ha sido grande, redondo, con volumen, color, sabor: un viaje más allá de todo.

domingo, 11 de octubre de 2015

Mis lecturas de verano (1): "Invitación al baile".

Ahora que se acaba el verano y empieza el frío, y el tiempo de recogerse y hacer balances, es tiempo de hacer referencia a aquellas lecturas que me acompañaron el tránsito a través del verano y que igual os pueden hacer compañía a vosotros durante el tránsito al otoño.

La primera será "Invitación al baile", de Rosamond Lehmann

¿Alguno de vosotros, semejantes lectores, ha sido introvertido en algún momento de su juventud o adolescencia, o no ha sido digamos precoz en sentirse cómodo en la vida mundana? Entonces disfrutaréis con la lectura de "Invitación al baile".
Aquí la inglesa Rosamond Lehmann (1901-1990) nos cuenta con delicadeza la transición hacia la vida adulta de la muchacha Olivia y la de su hermana Kate.
Olivia ha cumplido 17 años y recibe como regalo un diario donde anotar sus sentimientos, y también una tela con la cual hacerse un vestido de fiesta. En un contexto de vida familiar de campo ordenada y rutinaria, el horizonte del baile funciona como acicate para los sueños. Y en el espacio de esa noche se conjura la vida adulta de dos muchachas, se concita  la esperanza de conocer a alguien especial, de brillar en sociedad, de escapar hacia una vida diferente, de ser, en definitiva, individual y adulto con un proyecto de vida propio. El baile es el espejismo y el embudo de transición hacia otra vida.
Sin embargo, el baile hará resonar en cada una de las hermanas una galaxia diferente; polos opuestos dentro de una misma andadura. Así, mientras la exitosa Kate pronto hallará el camino recto en sociedad, hará efectivos sus sueños y  hallará a alguien a quien deslumbrar e hipnotizar y que le proponga horizontes nuevos, la estela de Olivia seguirá en la onda de la inseguridad y el análisis permanente, y toma forma en un baile disperso e irregular. Pero es precisamente en la torpeza de la hermana pequeña donde aparece la verdad de la transformación dolorosa del mundo de la niña al mundo de la mujer.
 A lo largo de la fiesta, Olivia se ve inmersa en una telaraña, un castillo de naipes de vanidades. El baile constituye un microcosmos de personajes integrados en la sociedad (como las hipócritas muchachas del pueblo, el bullanguero alcohólico en ciernes...) y excluidos sociales (el ciego sensible,  el honesto anfitrión apartado del mundo...), así como seres ambiguos, como el afable buscón de jovencitas. Encuentros variados que le harán moverse permanentemente entre la euforia y la tristeza, entre la ilusión y el desengaño; el complejo universo adulto se construye  a través de retazos y conversaciones, haciendo de esa experiencia una iniciación a los claroscuros de las relaciones sociales y las emociones; todo ello salpicado por intersticios de espejismos de opulencia y felicidad.

Al acabar la noche, y con los rayos del nuevo día, en una melancolía que nos remite al inicio, y propia de un mundo a punto de desaparecer, Kate estará dispuesta a empezar una nueva vida en la que seguirá el dictado ya no de su familia sino de otro hombre; su intimidad quedará a partir de ahora velada para su hermana y los colores de la casa familiar se dibujarán de otra manera; en el caso de Olivia, nada habrá cambiado aparentemente, no ha logrado el éxito social como su hermana, pero no importa: la luz de la mañana traerá a otra nueva persona, bañada por la ataraxia y la autonomía; alguien que va a construirse en la curva de su soledad;  que sabe que todo es transitorio y solo permanece la mirada que todo lo ve y transfigura.

Parece que he revelado demasiado de la lectura, pero lo esencial aquí no son los hechos sino la sensibilidad de la mirada; una  lectura para leer en tardes otoñales, hecha no de grandes acontecimientos, sino de finas observaciones y delicados contrastes, como las telas de los vestidos del baile.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

La fórmula del 4

Se acabó la fórmula del 3, la del cohete que sale disparado cada día al planeta que uno desea.

Bienvenidos a la fórmula del 4, constelación donde todas las combinaciones e instantes son imprevisibles.

La fórmula del 4, un cometa que se expande en múltiples direcciones.
4 no es igual a 2 + 1 +1 . O puede serlo, así como 2+2 o 3+1 o 3+1; los elementos son reagrupables y conmutables.
Somos 4 y el caos nos gobierna. Somos 4 y la mirada nunca está fija:  vaga. Somos 4 y los planetas gravitan y se alumbran entre sí, y está vacante el timón del mando.

Somos 4 y vamos penetrando en una galaxia de arquitectura variable, que se metamorfosea cada día. Y si asumimos en el propio cuerpo la metamorfosis, podremos incluso reírnos más que antes.

Solo basta decir que sí. Sí al caos. Sí al no saber. Sí al instante centrífugo.

En los malabarismos del 4, vivimos un aprendizaje auténtico: el reto de tejer los días de risas.

jueves, 6 de agosto de 2015

El primer parto de aire; el segundo, de tierra

No, no os voy a abrumar con detalles siniestros de hospitales e imprevistos médicos de mi primer y segundo parto. Resumiremos rápido las cuestiones técnicas: idealmente ambos tenían que haber sido de otra manera, pero hubo riesgos y los dos acabaron siendo adelantados y luego bruscamente convertidos en cesárea. Pero un primer parto y un segundo nada tienen que ver aunque aparentemente sean iguales.

En el primero todo era vértigo y flotar en el desconcierto, en el miedo, el no querer saber, y un refugiarse en el pasado, el futuro, la poesía. Antes de que naciera Alicia ya estaba dibujada en poemas. Todo iba bien mientras siguiera en la órbita ideal del aire, y en los cálculos de mi mente. Ahora bien, no quería ni oír hablar de la palabra parto hasta el final y cuando llegó antes de hora no lo pude creer, hasta que me vi en la camilla con la comadrona delante, expectante. Cuando se me llevaron para la cesárea casi fue un alivio pensar que se acababan esas horas de incertidumbre. Pude sobrevolar el quirófano con el recuerdo de las últimas vacaciones y pasar los días siguientes en una dimensión paralela, perdida en el rostro sereno de mi niña sin apenas atreverme a tocarla. Cuando salí de allí, cuando al fin vino la leche, había perdido la noción del tiempo y el espacio y me extrañó comprobar que había gente en el pasillo, en las habitaciones contiguas, en la calle. Pronto olvidé todas las molestias prácticas, en el coche de vuelta lloraba de felicidad y hasta los colores tras la ventana me parecían más vivos. El primer mes transcurrió plácido entre tetas, sueño y una dulce letargia invernal de la que no salíamos ni Alicia ni yo. ( Las molestias y dudas vendrían más tarde, como si también ellas hubieran quedado atrás, dormidas.)

En esta segunda ocasión, la palabra parto ya no me daba miedo. Me había informado bien de lo que podía suceder. Había hecho yoga, me había preparado en técnicas respiratorias; hasta me hacía ilusión sentir el dolor de las contracciones. Y cuando todo se torció de nuevo, ya sabía lo que me esperaba. No me evadí. Intenté no lamentarme. Eso sí, mientras la camilla se me llevaba al quirófano sentí la angustia que atenazaba mi cuerpo, las vísceras dolientes, que no querían ser abiertas. Lloré mientras las luces blancas me envolvían y mi pareja no llegaba aún. Luego me alivió cogerle la mano, sudorosa, y pude aceptar a duras penas lo que sucedía, mientras el cuerpo entero temblaba y escuchaba comentar al equipo lo que se encontraban al abrirme y que 'me había ido del canto de un duro'. Esta vez quería estar presente, así que sufrí a conciencia: el sentirme el cuerpo anulado durante horas, el dolor durante días como después de una batalla. Sufrí el insomnio y el llanto de mi bebé y el sudor y la sangre y las horas infinitas al pecho hasta que brotó la leche con rapidez inaudita. Eso sí, caminé desde el primer momento que pude, y quise saber dónde estaba. Me adueñé del espacio del hospital. Decidí irme antes, y así lo llevamos a cabo. Y no dudé en cómo ni cuánto tener a mi bebé en brazos, hasta encontrarle la sonrisa. La acompañé, nos acompañamos en el tránsito. No hubo lágrimas de emoción pero sí orgullo, firmeza, resistencia.  Y la ha habido después también a pesar del dolor, la fiebre, el insomnio; hasta que hemos podido ir encontrando un lugar. Un parto sin parto, de nuevo. Pero un parto de tierra, sí.  Desde el cuerpo, el sudor. Sin abstracciones y sin poesía. Simplemente estando, dejando que la piel se abra, que la vida se robe a sí misma.

Me digo que es increíble lo que dibujan a una mujer, a un bebé los partos. O es el bebé el que va a marcar cómo se vive ¿puede ser casual que Alicia haya sido desde el principio suave y soñadora? ¿que Emma se haya mostrado desde el primer día intensa y luchadora?

Me pregunto cómo sería un tercer parto, de tenerlo. Pero no habrá más partos. O no en carne propia.

lunes, 6 de julio de 2015

En el vértigo de la espera

Estar embarazada de ocho meses te pone en una disposición de ánimo particular.

Hay algo que sucede en tu cuerpo que ya no admite excusa ni escapismo alguno: tu barriga está inflada que parece que vaya a reventar. No puedes andar cómodamente si no arqueas la pelvis para alojar mejor el peso. Cada vez que comes alguien ejecuta una suerte de baile tribal en tus carnes. El calor te pone en estado de trance y el bajo vientre reclama frecuentemente horizontalidad relativa.
A los ojos de la gente, tú ya no eres tú sino una barriga a una mujer pegada. ¡Qué barriga ya! Falta poco, ¿no? ¿Cómo llevas el calor? Serán algunos de los más frecuentes inicios de conversaciones de las próximas semanas. Sonríes mientras caminas a paso de pingüino y dices que sí, a todo que sí, y que poco a poco y que a ver qué pasa...
Hasta aquí todo previsible, todo plácido y que parece que se culminaría con aquello de "a ver si sale ya" y se acabara ya todo, las molestias, la espera, los pasos patosos, la dificultad de atarse los zapatos, la impotencia ante los impulsos  de una niña de dos años que quiere jugar encima de tu barriga.

Sin embargo, cada vez que alguien te dice: "Saldrá ya en cualquier momento", sientes un escalofrío. Y es que a la vez quieres que salga y no. Deseas tener a este bebé en brazos y verle la cara y dejar que empiece una nueva fase donde perderás de nuevo la noción del tiempo y el universo será tu casa, los minutos, el pecho que se entrega, la boca que se abre. Y viceversa, otra parte de ti desea que se alargue como un chicle este tiempo de impasse y poder todavía ser tú, aun horizontal o con paso de payaso borracho. Dedicarte a leer y a escribir sin testigos, permitiendo que tu mente se ensanche y dé pábulo a todas sus solicitaciones. Dejar que el día se alargue mansamente al ritmo que marcan los caprichos de tus carnes, al son de tantas pequeñas cuestiones pendientes que se van soldando casi imperceptiblemente, aunque nunca del todo. Concentrarte en el presente y evadirte de él a partes iguales. Acariciarte la barriga y preguntarte cómo irá todo y si vendrá antes o después. Qué sentirás al ver su cara. Si estarás preparada y tendrás un parto de leyenda épica o más bien de sainete, del que te reirás dentro de un tiempo. Si lograrás disfrutar de los próximos meses, ser un poco todavía tú, o te perderás en una vorágine de tareas domésticas sincopadas al ritmo del llanto o del reclamo. Si el cambio de ser tres a cuatro será feliz o desquiciante o  a ratos. Si habrá cosas que cambien para siempre y si las echarás de menos o no.

Ahora en la espera todo es posible, hay cabida para todas las experiencias y todos los futuros recuerdos. Una vez se desencadene lo inevitable, todo tomará una dirección desconocida, se supone que halagüeña, pero ya solo una. Y es tan inquietante como intenso esto de estar a la espera, colgando del vacío. Esperando como quien está aguardando en la estación que llegue el tren que le ha de llevar al destino elegido con los ojos cerrados. Esperando como el reo su condena inevitable que no admite ya réplica. O  como quien alberga una esperanza hacia una más alta felicidad apenas imaginada. En esos segundos antes de coger el avión y que este despegue. Confabulando miedo y confianza en un mismo cócktail de hormonas.

No hace falta estar de ocho meses para sentir esto. Todo es posible siempre, y podríamos volvernos locos de estremecimiento si lo pensáramos a cada instante. Pero solo es en momentos como este que una no puede escapar de ello, y no puede más que tratar de prepararse cada día a la vez para que pase algo, para que no pase nada.

Ojalá pudiera vivir siempre así, embarazada de ocho meses, enmarañada en la galaxia de lo posible.

Froto la barriga como lámpara mágica y le pido que me perdone, y que sea lo que tenga que ser. O, como dice mi padrina, "que sigui lo que més convingo".

jueves, 2 de julio de 2015

Del uso de la ironía: "Chicas felizmente casadas". (Edna O'Brien).

¿Recordáis a la gran Edna O'Brien de la que os hablé hace algunas entradas? Pues tuve ocasión de leer la continuación, "Chicas felizmente casadas", que me resultó sorprendente y sobrecogedora. Si en en algún momento cabría tildar un título de novela de irónico, este sería un gran ejemplo. Ahí va la reseña que apareció en el mes de abril en el Heraldo de Aragón.



Que nadie se llame a engaño. “Chicas felizmente casadas” no es una comedia amable donde se nos dibujan los avatares de unas graciosas mujeres en su dorada segunda juventud o primera madurez, estilo “Sex in the city” o “Desperate Housewives”, como su título podría hacernos creer. De hecho, la traducción “Chicas felizmente casadas” solo refleja pálidamente la ironía subyacente en la expresión inglesa “Girls in their married bliss”, que sería algo así como “chicas en su bendición matrimonial”.
Edna O’Brien continúa aquí la labor iniciada en las dos novelas anteriores de la trilogía, “Las chicas del campo” y “Las chicas de ojos verdes” donde se retrataba a Kate y Baba, hijas de la Irlanda más rural, católica y recalcitrante, que, a mitad del siglo XX, trataban de huir de sus condicionamientos y construirse una vida plena de amor y proyectos como habían soñado.
Ahora continuarán las andanzas de ambas chicas, ya mujeres casadas y residentes en Londres, la ciudad donde todo parece posible.
Sin embargo, Edna O’Brien nos reserva dos sorpresas estructurales en el desarrollo de la novela.
Para empezar, la cuestión de sus matrimonios y destinos es ventilada en unas pocas páginas al comienzo de la novela; de modo que pronto vemos que el peso del relato no va a recaer en el consabido “chica busca a chico” que termina en el happy end del matrimonio, sino en las sendas más siniestras de unos matrimonios fallidos y unos sueños de amor e independencia descuartizados, ofreciéndonos la cara más sombría del romanticismo al uso.
Por otro lado, si hasta ahora predominaba el punto de vista de Kate, la mujer sensible, cultivada y razonable, para la que el lector auguraba un futuro prometedor, ahora sin embargo esta perspectiva se alterna con la de Baba, la aquí predominante, la cual teníamos por alocada y superficial y ajena a una comprensión profunda de la vida; nos sorprrenderá y conquistará la inteligencia cínica de Baba, en contraste con una conciencia cada vez más borrosa y difusa, la de Kate.

Un relato sin duda apasionante como los anteriores, y además feroz, descarnado, que no duda en ahondar en las contradicciones en que tan a menudo se han bañado los ideales de una mujer que se cree moderna y aún ha de traspasar tantas barreras y auto limitaciones. Desazonador. Corrosivo. Imprescindible.

martes, 9 de junio de 2015

Semper acqua



Volver a nadar en las piscinas municipales de El Masnou podría resultar un asunto prosaico (la piscina como algo higienista y recomendable, especialmente para embarazadas). Sin embargo, en mi caso es algo que alcanza una dimensión mucho más amplia que quisiera hoy explicar.

Hay acciones que acaban resultando míticas por sus repeticiones, por sus eternas variaciones pero también por el estado invariable al que conducen. Y para mí el agua siempre ha resultado un volver al punto de inicio, al estado receptivo donde la mente está clara y el cuerpo flexible y alerta, dispuesto a inventarse de nuevo.

En esta piscina comencé mi afición a la natación libre, hace ya unos... ¡veinte años! Y en esta piscina vuelvo a encontrarme hoy. Dos situaciones tan distintas y sin embargo, tan similares: entonces venía a nadar con mi padre al anochecer, mientras mi madre nos preparaba la cena. Y ahora vengo a primera hora de la mañana, después de desayunar, con Emma en mi vientre. 

Cuando empecé a nadar aquí, siguiendo la afición paterna, yo estudiaba COU, la cabeza me bullía de ideas, de datos, de aprendizajes de literatura, filosofía... Toda yo era un amalgama de afán de saber, de incertidumbre futura; necesitaba nadar para desenredar la madeja, para aligerar mi cabeza de datos ajenos y sentir que era yo la que conducía el barco... Por aquel entonces, hubo una película, "Azul", de mi tan admirada Binoche, que me hizo asociar la piscina aún más a ese intersticio de libertad, ese momento donde una asume que está sola y lo hace sin trabas, sin autoengaños. Después continué viniendo a nadar regularmente mientras estudiaba Filología e iba y venía de Barcelona. Tras cada nuevo reto, tras cada desengaño, ese nadar me enseñó que era posible convocar las aletas y alas propias cada vez que uno quiere. Nadar de frente y penetrar en la libertad anhelada. Nadar de espaldas y dejarse llevar sin miedo como si se volara en el agua. No admitir bajo ningún pretexto no saber volar, eso era el lema. 



Entre ese nado y el de hoy han pasado muchas piscinas. He vivido en diversos barrios de Barcelona y nadado en todas sus piscinas correspondientes: en la piscina de Frontó Colom, en la parte baja de las Ramblas, donde reducía la ansiedad por unas decisiones sentimentales que  parecía iban a resquebrajarlo todo; en la piscina de la calle Perill, de Gracia, donde combatía mis primeros demonios laborales y los mantenía a raya; y durante unos cuantos años nadé en la piscina Aiguajoc Borrell, cerca de Sant Antoni, donde pude aprender las dichas de nadar en compañía (y regalarse una buena cena japonesa después), y también logré ir desenredando el hilo de mis preocupaciones intelectuales y creativas hasta darles un sentido. También dediqué un tiempo breve pero inolvidable a nadar en la piscina Can Ricart, en el Raval, no lejos del Gótico en que vivía. En aquel lugar pude entretener la espera de un embarazo que iba unido a demasiados cambios al mismo tiempo... y donde todo se agolpaba en un nudo inquietante del que sí pude desembarazarme, cómo no, en el agua. Atreverme a ese último e inopinado cambio de piscina en la ciudad Condal fue el preludio de una nueva etapa donde por fin dejarían de darme miedo los cambios de nuevo. 

Y heme aquí de nuevo viviendo en El Maresme como en los inicios y nadando en mi vieja compañera piscina. Aquí he venido a nadar con Alicia en sus primeros meses, luego en su primer año de vida, luego en su segundo, y he compartido con ella las alegrías del descubrimiento, los miedos que luego se convierten en entusiasmos. Pero no ha sido hasta ahora, esperando a Emma, que me he decidido a volver sola (si a esto se le puede llamar sola).

Han pasado tantas cosas pero todo sigue siendo lo mismo. Me sumerjo en el agua y todo aquello pensado y vivido deja de pesar. Me reconcilio con la idea de lo pasado y lo venidero. Nada y todo importa.

No es fácil estar embarazada de nuevo. No todo es la magia de la dulce espera como rezan las frases populares. Hay un ser que aún se siente uno, que tiene sus propósitos, sus ambiciones, sus deseos... Un cuerpo que roba minutos al tiempo, al del trabajo, la pareja, la otra hija... Y sin embargo esos ratos de soledad tan preciosos, en un minutero que ya señala la cuenta atrás, ya no son solo de una; algo en el interior recuerda que se está gestando, que alguien reclama ya su presencia; y quiere ser tenido en cuenta. Esos movimientos imprevisibles, esos dolores inoportunos están ahí, y no siempre resulta posible no vivirlos como un penoso obstáculo en las ruedas o alas.

Pero en el agua una vez más me es posible desenredar el ovillo. En el agua encuentro la posición óptima para desplazarme con ligereza, hasta agilidad. Mi vientre se recoloca, encuentra el modo de alojar a Emma con ternura y a la vez sin grandes sacrificios. Arqueo mi espalda, mi tronco para que ella pueda permanecer en paz en su cobijo. Dejo que las piernas se muevan con suavidad para albergar con cuidado la carga. Recupero la fortaleza de mis brazos, ellos sí totalmente libres para reconducir el timón, transportando a la pequeña Emma, y también haciéndose cargo de las inquietudes de su madre. Qué más dará lo externo, lo que piensen los demás, el reconocimiento. Serse uno, orientarse a uno mismo, saber sobrellevarse. Atreverse a seguir siendo.

El agua me recuerda que harán falta grandes equilibrismos pero que siempre estará el vuelo en mis manos. Siempre el agua. A ellas, a Alicia, a Emma, las iré acompañando, pero en el timón siempre  yo, siempre el agua. No necesitar nada más que este instante. O al menos poder acudir siempre al agua para revivirlo.

(Y, de regalo, os dejo una pieza del gran Preisner, de la película "Azul".)

Song for the Unification of Europe - Julie's version



viernes, 6 de marzo de 2015

Fantasmagoría en Ciudad Lineal: una fuga.



Fui a un congreso a Madrid a hablar de Vila-Matas. Fui a Madrid, en Ciudad Lineal, a las afueras de las afueras de la capital. Fui a Madrid a debatir sobre literatura y escritura en la actualidad, y solo deseaba ir a cenar arroz a un restaurante chino.
Fui a Madrid, a Ciudad Lineal, al CSIC, a reflexionar sobre el estado actual de la literatura, en mi primer viaje en soledad desde hacía más de dos años, y confiaba que en todo el tiempo libre, entre sesión y sesión, tendría el estado de ánimo perfecto para meditar sobre literatura, para conectar con nuevas y fructíferas iluminaciones.

Pero lo único que ocupaba mi mente, entre ponencia y ponencia, era la disposición del cielo tras la ventana, la simetría de los edificios madrileños, la curva infinita del metro de Ciudad Lineal que me comunicaba con el centro de la ciudad. El deseo de comer en un restaurante chino, o dormitar en mi falsa cabaña de pensar, en el hotel. Y el día acababa asemejándose al bucle de la marmota transmediática, que penetra una vez y otra en la senda que conduce por el metro en la línea 5, dirección Alameda de Osuna, ojalá me dejen sentarme, o tendré que pedirlo, asientos reservados, lo dice claramente; y la otra senda, la que lleva de la cafetería del hotel a mi habitación, a través del pasillo confuso que una vez sí otra no me hace desembocar o no en la escalera de incendios.

Pero el bucle kierkegaardiano, cuando se repite, por algo es. Y por eso, cuando recorro una vez más el camino que lleva del restaurante chino al hotel, pasando por el confuso pasillo que me hace desorientarme de nuevo, me digo, aquí hay algo en esta experiencia que está faltando, un sentido que no estoy alcanzando.

Y al fin lo veo. Fui a Madrid a hablar de Kassel no invita a la lógica y me encuentro que mis paseos por Madrid no me llevan a una visión poética y catártica del arte, sino a un sendero poblado de claroscuros, donde estoy repitiendo entre brumas los pasos de la obra que pretendo analizar.

Fui a Madrid y no tenía que sentarme en el Dhingis Khan como hace Vila-Matas en Kassel pero solo hallaba mi lugar en ese chino, en ese hotel de las afueras de las afueras, donde nada parecía tener sentido y donde a la vez la oscuridad me albergaba, confortable, y me susurraba que no hay que buscar nuevos caminos para la literatura, que se vive en la literatura y esta te abraza en un guante y te conducirá imperceptiblemente a la estación siguiente. A Ciudad Lineal y más adelante, donde haga falta, siempre que se mire con ojos centrados en lo que están viendo. Ni más ni menos.

Sin ideas previas. Sin sueños. El vacío dispuesto a llenarse, y la palabra agazapada a la espera.

lunes, 23 de febrero de 2015

El mundo de Edna O'Brien: Frescura y provocación



La Irlanda del siglo XX se ha construido en base a tensiones fulminantes: la afirmación de la identidad católica e irlandesa, los contrastes entre mundo rural y urbano, catolicismo conservador y vitalidad festiva… De este universo complejo e intenso se nutre la escritura de Edna O’Brien (1930), candidata a Premio Nobel de 2014 y que ha cultivado todos los géneros literarios. Su trayectoria es compuesta por más de una quincena de novelas, además de relatos, teatro, poesía y ensayo (inclusive biografías de Joyce y de Byron); cuantiosa obra que apenas ha tenido repercusión en España. Recientemente, la editorial Errata Naturae se ha propuesto publicar en español la trilogía “Las chicas de campo”, conformada por las tres primeras novelas de la autora, publicadas en los años sesenta. Las dos primeras han visto ya la luz: “Las chicas del campo” y “La chica de ojos verdes”. Como los títulos ya insinúan, bajo el prisma de una narración semi autobiográfica, se muestra la situación general en que vivían las chicas de campo irlandesas a mitad de siglo, constreñidas por las convenciones morales y la ideología machista.
Caithleen, de gran sensibilidad, ferviente amante de los libros, alberga el anhelo de explorar la vida y el amor en plenitud, y no emular el destino de su madre, mártir que soporta arduos trabajos de campo, y a un marido alcohólico. Tras la trágica muerte de esta, y con ello la pérdida de todo referente emocional, la huida será el principal objetivo de Caithleen. Junto a su amiga Baba, la alocada y superficial muchacha con la que se complementa, harán lo posible por escapar primero de la grisura de su pueblo y después del agrio colegio de monjas que debía impulsar sus estudios. En la segunda novela, “La chica de los ojos verdes”, Caithleen y Baba ya se han instalado en Dublín, y vivimos su iniciación a la noche y a las citas románticas: deambulando entre la sociedad dublinesa, se ven envueltas de una aureola de gracia, una miseria noble que rehuye lo vulgar, a la zaga de una pasión que llene de sentido sus existencias, y de bienes sus escaseces. Y, curiosamente, será Caithleen y no Baba quien, más allá de frivolidades puntuales, desafíe la moralidad para unirse a un protestante divorciado y convertirse en su amante, para gran sufrimiento propio, puesto que deberá luchar contra las presiones de su familia y a la vez con los demonios internos, entre la necesidad de desprenderse de su educación severa y la funesta sospecha de estarse convirtiendo en esclava de sus vaivenes emocionales.

 Lo más destacable en ambos relatos es la construcción de la identidad femenina, su lucha permanente entre los deseos y las limitaciones, entre lo heredado y lo desconocido, extremos que a veces se entrecruzan. Y la sinceridad del retrato femenino, máxime en cuestiones sexuales, resultó toda una provocación para la sociedad de la época; baste recordar que “Las chicas del campo” fue quemada en el pueblo de la autora. Pero, más allá de eso, la escritura de O’Brien sobresale por la exquisitez de su estilo, que sabe hacer de las andanzas de esta muchacha particular una evocación universal. Los diálogos ágiles, la construcción trepidante de los personajes, las pasiones vertiginosas se matizan con perspicaces observaciones e interludios poéticos, donde bastan pocas palabras para percibir el agudo amor por los libros, la ruda belleza de los campos irlandeses, la volubilidad del cielo irlandés, siempre en movimiento, como el alma de una muchacha joven. Edna O'Brien consigue, con sencillez prístina y sin efectismos innecesarios, dar vida a la Irlanda profunda de mitad de siglo no sin ironía y, al unísono, dibujar con nitidez unos personajes que nos cautivan y provocan una lectura compulsiva por la necesidad de acompañarles en su destino, tan cercano al de Anna Karenina de Tolstoy como al de Andrea de Carmen Laforet. No podemos por más que desear la próxima publicación en Errata Naturae de la tercera novela, “Girls in their Married Bliss”.

-Este artículo apareció publicado el pasado diciembre en el suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón-