jueves, 13 de agosto de 2020

Un intento de diálogo intempestivo


Llevaba meses planteándome qué puedo escribir. Cómo puedo dar una respuesta cotidiana a esta situación exasperante del covid, haciéndolo desde la propia verdad, y al tiempo saliendo un poco de los estrictos márgenes del yo. Por ahora la solución que he encontrado es dialogar con mi abuela difunta.

Aquí podéis leer un fragmento del inicio de esa conversación, que va fluyendo a borbotones a lo largo y ancho del verano:




Querida padrina: 

Ya hace tres años que no estás viva. Qué rápido pasa el tiempo. A menudo he pensado que las charlas contigo era uno de los momentos donde me había sentido más presente, en ese presente lento, denso, casi pegajoso en su materialidad y lentitud. Ojalá estuvieras a mi lado ahora y pudiéramos comentar todos los enigmas que acarrea el coronavirus y el rastro de las soledades y las incógnitas que deja a diario. Ojalá, pero en realidad no podría verte para hablar sobre ello. O tal vez ya habrías muerto en la primera oleada del coronavirus en la residencia. Esto es lo más terrible de estos tiempos: en tener que proteger a la gente que más quieres y, por amor, mantenerte alejado de ellos. Y que se hagan tan importantes las conversaciones diferidas en el espacio, no tanto en el tiempo. De hecho la realidad de la conversación a distancia a veces acaba siendo más intensa que esa conversación cara a cara mediatizada por tantas cosas secundarias: si llevamos mascarilla o no, si mantenemos la distancia, si estamos en el lugar adecuado.

Ayer tuve un sueño que me acompañó durante todo el día: lo importante fue solo un retazo, una frase que alguien me dijo y me iluminaba. Era algo filosófico sobre la experiencia. Intenté buscar después de qué frase podría tratarse, qué han dicho los grandes filósofos sobre la experiencia. Nunca recuperaré la frase del sueño, ni sabré si existía o no escrita en algún libro o era producto exclusivo de mis circuitos neuronales. En cualquier caso, podría servirme esta misma de Albert Camus: “No puedes adquirir experiencia realizando experimentos. No puedes crear la experiencia. Tienes que sufrirla.” El covid: hay una soledad que nos atrapa a todos y a la vez nos iguala. ¿Cómo decir a la vez lo individual y lo colectivo, lo neutral y aquella sombra que nos atenaza? Hay que atravesar todo lo que estamos viviendo hasta que encontrarle el sentido. Siempre he querido coleccionar experiencias y todas me han parecido pocas. Pero al final lo importante no es lo que uno atesora sino lo que uno está dispuesto a atravesar, o a dejarse atravesar. Confinados, o en esta perpetua desescalada que no permite que la vida sea exactamente la de antes, todo adquiere otro relieve. Bob Dylan justamente lo canta ahora, “I sing the songs of experience like William Blake”, la experiencia solo tiene sentido si se observa a sí misma. ¿No crees, padrina? Creo que si ahora pudiera hablar contigo verdaderamente, comprenderías exactamente lo que trato de decir. (...)

Tal vez la experiencia que necesito sufrir ahora, “subir”, que unos traducen como sufrir y otros “pasar por” es la de la muerte, la incomunicación. Y ello a través de la palabra en vida. Como si solo la palabra pudiera hacer de pegamento entre soledades e incomprensiones. Quizás por eso ahora he vuelto a pensar en ti, padrina, y necesito acercarme de nuevo a ti, recuperar tu esencia y con ella el tono de nuestra conversación para que ella invada el camino hacia esta experiencia. Me pregunto si ello será suficiente. Pero hay que intentarlo. Un reencuentro diario contigo, con la muerte, con el sentido. Es muy poco pero al menos es algo a lo que agarrarse. (...) No sé si quiero hablar sobre ti o contigo. Pero sé que tú eres ahora la puerta, el amuleto.

lunes, 3 de agosto de 2020

El divorcio según Rachel Cusk

 Estas son unas líneas que escribí para la Revista de Letras, hablando sobre "Despojos" de Rachel Cusk, editorial Asteroide.

Rachel Cusk | Foto: Libros del Asteroide

"'La nueva realidad' era una expresión que oía a todas horas esas primeras semanas: la gente la empleaba para describir mi situación, como si en cierto modo representara un avance. Pero la verdad es que era una regresión: la vida había metido la marcha atrás. De repente no avanzábamos, sino que retrocedíamos, volvíamos al caos, a la historia y la prehistoria, a los comienzos de las cosas y al tiempo anterior a que esas cosas comenzaran. Un plato se cae al suelo: la nueva realidad es que está roto. Tenía que acostumbrarme a la nueva realidad."

Rachel Cusk nos habla con ironía en estas líneas de una nueva realidad y de cómo esta es más bien un retroceso que un avance, un plato roto. Ahora bien, aunque detectemos paralelismos, la nueva normalidad que vemos representada en este libro no es la que ahora vivimos en el plural de la era coronavírica, sino la más específica de su divorcio.

En Despojos, presentado como narrativa autobiográfica, se nos dibuja el paraje desolado que queda después de una separación, con el hundimiento del relato anterior sobre la propia vida, con la vulnerabilidad a flor de piel, con la autorrepresentación en crisis cuando el conjunto familiar pasa de civilización a caos. Y si hay algo relevante y admirable en este libro es precisamente la manera de modular y mostrar el caos, a través de elementos como la analogía, el desplazamiento, la elisión, como si Cusk nos mostrara su mundo en el modo como este se despedaza entre imágenes oníricas, usando los mismos recursos que cifraba Freud en La interpretación de los sueños. Así, Despojos se lee como una suerte de sinfonía musical con diversos movimientos que nos van guiando a través de sugerencias diversas que caracterizan el estado de la protagonista, aunque nunca nos dicten de manera nítida sus móviles:

Rastrojos, el primer capítulo y tal vez el más elocuente, nos habla sobre lo que queda después de la siega, la destrucción antes de la reconstrucción. Y se nos relata cómo fueron las bases de su organización matrimonial, supuestamente muy modernas e igualitarias pero que fracasaron. Así, la pareja decide intercambiarse los roles clásicos al tener hijos, el hombre quedándose en casa y la mujer trabajando pero la ecuación resulta imperfecta, porque la mujer acaba sintiéndose un hombre travestido y con gran frustración por no sentirse reconocida en su maternidad. Aquí aparece un interesante motivo de debate sobre feminismo y sobre cómo ha de construirse una mujer para sentirse completa, conciliando el instinto y la civilización.

Libros del Asteroide

En la segunda parte, Extracción, se habla del momento doloroso de la separación usando a modo de analogía la imagen de la extracción de una muela cuando el dolor ya es insoportable, aunque se sabe que quedarán secuelas. Después, en progresivos capítulos se nos trazan otros elementos que nos ayudan a entender el mapa de las ruinas: la afición de las niñas y ella por los clásicos griegos, como la Orestíada o Antígona, con los que intentan entender sentimientos extremos; el desvalimiento y vulnerabilidad que siente una familia de tres mujeres, en paralelo a una nueva libertad vertiginosa; la mirada ambivalente ante las familias convencionales y su modo de vivir, mientras se va encontrando otro modo de vivir más arriesgado; las conversaciones y encuentros con los tres hombres de su nueva vida: su ex, su psicoanalista y su nuevo amante. Y el último capítulo Trenes resulta un cierre del todo desconcertante, puesto que hay un cambio de punto de vista, y de repente lo que importa es cómo una joven y desvalida canguro enfrenta las dificultades que suponen ayudar a una familia, y sentirse útil en ella, enfrentando a la vez los deseos de la mujer y del hombre enmedio de sus disputas.

En todas esas páginas, pues, veremos una continuidad entre la trilogía novelística A contraluz para los que la hayamos leído, también publicada por Asteriode, y Despojos, traducida ahora al castellano pero que en realidad es anterior cronológicamente. Hay una línea constante en el etilo de ambos: una manera oblicua, perifrástica, de acceder a la interioridad de alguien. Sin embargo, en A contraluz la interioridad de la protagonista queda velada de modo todavía más radical, y accedemos de manera parcial a otras interioridades, otros personajes que se cruzan en su camino.

Sin embargo Despojos, como literatura autobiográfica, resulta un caso atípico y perturbador. Así, cuando se anuncia como un texto sobre "el matrimonio y la separación", el lector al uso pensará que vamos a conocer todas las intimidades y miserias que llevan a un matrimonio al infierno y posterior separación. Pero, tal y como nos advertía la autora en el festival Primera Persona Indoors que tuvo lugar en el CCCB el pasado 30 de mayo, si queremos saber los motivos que llevaron a la separación, ello no es la sustancia de este libro: el libro es un trabajo de escritura, que se adentra en la narración de los despojos del Yo que quedan después de la separación. (De hecho la versión inglesa originaria de 2012 se titula Aftermath, cosa que ya nos indica que se trata de la narración del después de la catástrofe, no de su causa).

En definitiva, si bien resulta deliciosa la prosa enigmática que nos lleva de una reflexión a una imagen y viceversa y que va constituyendo una retórica del dolor y la confusión de la separación, no deja de echarse de menos un mayor ahondamiento en la situación que llevó al matrimonio de Cusck al colapso, puesto que no queda claro si ha tenido algo que ver con el anticonvencional modo de organizarse en familia o no, y ese detalle sí podría resultar relevante en la recepción del discurso del libro. Aunque lo importante sea la escritura, el lector espera una parte de confesión en la escritura autobiográfica para poder empatizar con el personaje y para que el libro constituya un testimonio comunicable de expresión humana. En este caso, esta comunicación se produce de manera harto esquiva, por lo que sentimos que la autora nos regala una pieza de orfebrería literaria, sí, pero sumergida en unas aguas translúcidas en la que no nos es posible vernos reflejados más que a modo de destellos, de fragmentos.

Mejor, entonces, enfrentar la lectura de Despojos a sabiendas de este rasgo: que no nos va a dar pistas claras sobre su proceso de desencuentro, sino que nos van más bien a mostrar los fragmentos del espejo roto, y cómo es de difícil construir una nueva narración sobre uno mismo cuando la anterior ha estallado en mil pedazos. Cómo ser mujer, cómo hacerse mujer, como ser madre sin dejar de ser una misma, cómo tratar de dinamitar los antiguos roles pero sin menospreciar el legado cultural ni el biológico, cómo atreverse a cultivar una identidad nueva, esos son, más allá de la crisis del matrimonio en sí, los grandes temas que subyacen en el texto de Cusk. Y no es poco.

"Mejor vivir una vida compartimentada y desorganizada, mejor sentir la oscura agitación de la creatividad, qu einstalarse en una unidad civilizada y atormentada por el impulso de destrucción".

"Lo que viví como feminismo eran en realidad los valores masculinos que mis padre, entre otras personas, me legaron con buena intención: los valores travestidos de mi padre y los valores antifeministas de mi madre. Por tanto, no soy feminista. Soy una travestida que se odia a sí misma."

"No identifico a esta autoridad como mi marido: la autoridad es el propio matrimonio, y en estos momentos de libertad, tengo la sensación de que a él le amedrenta tanto como a mí, casi llego a pensar que podría reclutarlo para que se sume a la fuga y reencontrarme con él allí, en el no-matrimonio, libres los dos."

"El matrimonio es civilización, y ahora los bárbaros están retozando entre las ruinas".