Llevaba meses planteándome qué puedo escribir. Cómo puedo dar una respuesta cotidiana a esta situación exasperante del covid, haciéndolo desde la propia verdad, y al tiempo saliendo un poco de los estrictos márgenes del yo. Por ahora la solución que he encontrado es dialogar con mi abuela difunta.
Aquí podéis leer un fragmento del inicio de esa conversación, que va fluyendo a borbotones a lo largo y ancho del verano:
Querida padrina:
Ya hace tres años que no estás viva. Qué rápido pasa el tiempo. A menudo he pensado que las charlas contigo era uno de los momentos donde me había sentido más presente, en ese presente lento, denso, casi pegajoso en su materialidad y lentitud. Ojalá estuvieras a mi lado ahora y pudiéramos comentar todos los enigmas que acarrea el coronavirus y el rastro de las soledades y las incógnitas que deja a diario. Ojalá, pero en realidad no podría verte para hablar sobre ello. O tal vez ya habrías muerto en la primera oleada del coronavirus en la residencia. Esto es lo más terrible de estos tiempos: en tener que proteger a la gente que más quieres y, por amor, mantenerte alejado de ellos. Y que se hagan tan importantes las conversaciones diferidas en el espacio, no tanto en el tiempo. De hecho la realidad de la conversación a distancia a veces acaba siendo más intensa que esa conversación cara a cara mediatizada por tantas cosas secundarias: si llevamos mascarilla o no, si mantenemos la distancia, si estamos en el lugar adecuado.
Ayer tuve un sueño que me acompañó durante todo el día: lo importante fue solo un retazo, una frase que alguien me dijo y me iluminaba. Era algo filosófico sobre la experiencia. Intenté buscar después de qué frase podría tratarse, qué han dicho los grandes filósofos sobre la experiencia. Nunca recuperaré la frase del sueño, ni sabré si existía o no escrita en algún libro o era producto exclusivo de mis circuitos neuronales. En cualquier caso, podría servirme esta misma de Albert Camus: “No puedes adquirir experiencia realizando experimentos. No puedes crear la experiencia. Tienes que sufrirla.” El covid: hay una soledad que nos atrapa a todos y a la vez nos iguala. ¿Cómo decir a la vez lo individual y lo colectivo, lo neutral y aquella sombra que nos atenaza? Hay que atravesar todo lo que estamos viviendo hasta que encontrarle el sentido. Siempre he querido coleccionar experiencias y todas me han parecido pocas. Pero al final lo importante no es lo que uno atesora sino lo que uno está dispuesto a atravesar, o a dejarse atravesar. Confinados, o en esta perpetua desescalada que no permite que la vida sea exactamente la de antes, todo adquiere otro relieve. Bob Dylan justamente lo canta ahora, “I sing the songs of experience like William Blake”, la experiencia solo tiene sentido si se observa a sí misma. ¿No crees, padrina? Creo que si ahora pudiera hablar contigo verdaderamente, comprenderías exactamente lo que trato de decir. (...)
Tal vez la experiencia que necesito sufrir ahora, “subir”, que unos traducen como sufrir y otros “pasar por” es la de la muerte, la incomunicación. Y ello a través de la palabra en vida. Como si solo la palabra pudiera hacer de pegamento entre soledades e incomprensiones. Quizás por eso ahora he vuelto a pensar en ti, padrina, y necesito acercarme de nuevo a ti, recuperar tu esencia y con ella el tono de nuestra conversación para que ella invada el camino hacia esta experiencia. Me pregunto si ello será suficiente. Pero hay que intentarlo. Un reencuentro diario contigo, con la muerte, con el sentido. Es muy poco pero al menos es algo a lo que agarrarse. (...) No sé si quiero hablar sobre ti o contigo. Pero sé que tú eres ahora la puerta, el amuleto.
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