jueves, 8 de octubre de 2020

Hélène Gestern: un viaje que reconcilia destinos


Ya hace un tiempo que Periférica y Errata nos tienen acostumbrados a las coediciones, con sorprendentes novelas ambiciosas de autoras poco conocidas en nuestro país, como fue el caso de la alemana Angelika Schrobsdorff o la americana Mary Karr. Ahora nos acercan la obra de Hélène Gestern, escritora e investigadora universitaria francesa (Nancy, 1971), que había sido inédita en castellano hasta el momento.

‘El olor del bosque’ nos hace penetrar, con la sutileza que el título define, en un mundo peculiar, el del conocimiento del pasado a través de la fotografía y la escritura íntima. Pero lo que hace más valiosa a esta novela es la capacidad de ahondar al unísono en la intimidad de la protagonista y de las vidas sobre aquellos que investiga.

Ciertamente el relato construido a través de una indagación sobre fallecidos no se trata de ninguna novedad: hemos podido verlo desarrollado magistralmente en escrituras como la de Siri Hustvedt (‘Elegía para un americano’), Delphine de Vigan (‘Nada se opone a la noche’) o Miguel Ángel Hernández (‘El dolor de los demás’), entre tantos otros. Ahora bien, ¿qué tiene de singular esta novela? La generosidad y la amplitud de miras.

Puesto que trata de un drama íntimo, sí, como todas las novelas citadas, pero no solo eso sino que se pone en paralelo con un proceso de investigación más amplio, que gira en torno a personajes supuestamente famosos o anónimos de la historia reciente (en el contexto de la Primera y Segunda Guerra Mundial), y se nos aproxima a ellos con gran profundidad de matices hasta que percibimos una familiaridad brutal con ellos, como si hubiéramos logrado atravesar y extraer de la sombra filtros y filtros de historia.

No hay que dejarse amilanar por la longitud de esta novela. Hay que abordarla con la lentitud y delicadeza que merece. Nos adentraremos poco a poco por la sintaxis entumecida de Élisabeth Bathori, la protagonista, que emerge de un profundo duelo y comienza a volver a sentir el despertar por su vocación investigadora, la del archivo fotográfico y epistolar. Pronto nos veremos enredados por la maraña de situaciones y personajes del presente, con sus vidas incompletas, con sus dudas y frustraciones, y que al tiempo nos alcanzan otras épocas, otros sufrimientos, otros enigmas: el de Alban, astrónomo sensible y soldado de la «Gran Guerra» y su visión descorazonadora desde el frente; el de Diana, joven adelantada a su época, de carácter impetuoso, amante de las matemáticas, que vive un drama amoroso y vital en total discordancia con su entorno; el de Anatole Massis, cuya obra aplaudida en Francia encierra aún grandes enigmas en biografía y su poemario más célebre (el lector se cansará de buscar estos personajes en Google, son tan verosímiles como inexistentes).

También nos sorprenderá el destino de Tamara Zilberg y su periplo dramático por la Francia de la ocupación. En su proceso de trabajo, Elisabeth se desplaza no solo por Francia, España, Portugal, Suiza, Bélgica sino también por páginas y páginas de cartas y diarios inéditos, por diálogos inesperados con investigadores o descendientes de las personas cuya existencia trata de alumbrar. Y así, de modo progresivo y casi imperceptible, mientras se ve atrapada por los destinos ajenos, como especificidad humana también como documento revelador de dramas colectivos de la historia, logra que su propio destino se vaya desbloqueando y vuelva a interesarse por el latido de la vida y a dejarse seducir por las personas, por los lugares, y vaya surgiendo en ella la llamada de un nuevo punto de anclaje.

Tal vez en algún momento de la parte central nos parecerá que las situaciones ya se repiten, que la continuación es previsible. Pero que eso no nos llame a error: si bien la novela podría ser más breve, y con ello ganaría aún más intensidad, vale la pena recorrer sus páginas de principio a fin. Llegará un momento en que no podremos abandonarla, donde los hallazgos no dejarán de sorprendernos, y donde nos hallaremos tan próximos de todos los personajes, especialmente los dibujados desde tiempos pasados, que sentiremos que todos ellos han encontrado un lugar en nosotros.

En fin, ‘El olor del bosque’ es una apología a la memoria histórica, sobre todo en su parte más humana, individual y casi unamunianamente intrahistórica; una novela brillantemente construida y estructurada a base de fragmentos que van aunándose en busca de sentido; un buen relato para los que amen la fusión entre investigación y ficción, y la hibridación genérica; pero también (y esto es difícil de conseguir a la vez) una novela con una trama adictiva, de esas que una desea acabar y después desearía no haber acabado nunca. Sus tiempos, sus silencios, sus búsquedas, serán las nuestras y harán que también nosotros pasemos imperceptiblemente por encima de nuestro destino y al acabar el libro nos parezca abrazarlo con mayor claridad, como le sucede a la investigadora, como sucede con la mejor literatura.

'El olor del bosque'. Hélène Gestern. Traducción de Laura Salas Rodríguez. Periférica/Errata Naturae. Madrid, 2020. 700 páginas.

* Esta reseña apareció en el Heraldo de Aragón en su versión digital y también en papel