"El cielo oblicuo", de Belén
García Abia y "Cosas de niños", de David Wagner, narrativas
fragmentarias en torno al tema de los hijos.
Es sabido que
los hijos cambian las percepciones de la vida; las reinauguran con mayor
nitidez y también reinstauran toda una retahíla de recuerdos y proyecciones;
cataclismo que puede proceder también de su mera representación, su deseo y su ausencia.
Es por eso que "El cielo oblicuo" y "Cosas de niños"
resultan a la vez paralelos y disímiles. Ambos se dibujan como constelaciones de
múltiples sentidos, pero su tonalidad diverge.
En "El
cielo oblicuo" se habla desde la corporalidad, ahondando en la naturaleza
de mujer, la que no puede tener hijos, o la
que le pesa el mundo. Se lee como un poema en varias estrofas, en torno
a la conciencia de la esterilidad, pero también la relación entre mujeres y los
discursos sobre las mismas que penetran en la piel; a la enfermedad y la
locura. Como una cadencia se repiten algunas frases, "Cada mujer guarda
una feroz", "Escribo con el útero"; la intensidad y la
corporalidad de la escritura nos remiten a una compleja feminidad, hecha de contrapuntos. Cielo oblicuo, carne
abierta, doliente, fiereza y presencia. Carne que no se desdobla más que en
palabras; un estado que linda con el enamoramiento y la muerte: presencia, que
se constituye en sí misma y también en la conciencia de su representación. La
palabra se muestra en su duda, en su búsqueda, y hace apelación a tantas
identidades femeninas ("Escribo para escuchar esas voces"): Virginia
Woolf, Anne Sexton, Clarice Lispector; se construye también en base a la voz del
posible hijo, que se muestra en el último capítulo y que nos brinda la última
pieza que faltaba al poliedro, remitiendo al cielo de los torcidos, donde se
encuentran todos aquellos "que llevan el peso del mundo en su
espalda".
"Cosas de
niños" en cambio se lee como un dietario, una amalgama de reflexiones ligeras
-que no leves- y transitivas en torno al hecho de tener hijos. Seduce la
autenticidad de la voz masculina, en una asunción plena de la paternidad a
solas. La "niña" es un ente tercera persona, tan genérico como
concreto, y sus descubrimientos y reflexiones reverberan en el padre.
"Desde que el niño está aquí , yo también estoy siempre aquí", se
dice. La hija, como el texto, vive también de manera discontinua y a la vez en
un perpetuo presente, por más que los fragmentos interrelacionen diferentes
edades de la misma. Y cada instantánea se conecta con puentes levadizos dobles:
la vivencia del padre en su niñez (que se ve rescatada y revivida ahora) y el futuro
incierto ("los hijos se tienen de prestado"). En "Cosas de
niños" hay sublimidad y hay humor y tristeza, hay conciencia de la
unidad y fugacidad del tiempo. Hay
perspectivismo, lo mismo nos situamos en la piel del padre como de la hija como
del abuelo u otras hijas. Algunos fragmentos resultan inolvidables, como el recuerdo
de las eternas navidades, "la bella impostura", o la figura de la
madre difunta, cuya voz se introduce en la voz del narrador mientras habla a su
hija, o bajo el papel que escribe; o la explicación de cómo los hijos "nos
hacen el favor", "representan el papel de niño", solo por un
tiempo. También se describen con lucidez las paradojas de ser padre, como tener
miedo a la muerte, y a la vez no, porque en ellos se pervive. Aunque sin lugar
a dudas lo mejor del libro son esos pequeños detalles, como la niña gritando
"¡Organización!"mientras siembra el caos y no recoge ninguno de sus
juguetes. O ordenando a su padre "¡lee más! ¡lee bien!" mientras este
se queda dormido de agotamiento recordando a su padre dormido; la niña
obligándole a jugar a lo mismo una y otra vez. Todo ello deja un sabor
agridulce al lector, también sumido entre sus propios puentes generacionales
personales, reviviendo en circuitos intermitentes lo que ganamos y perdemos en
los días.
Wagner y García
Abia: dos visiones, en suma, complementarias, que se alzan de la rutina inoculando
una mirada penetrante al instante -sea transitiva o intransitiva, masculina o
femenina- y haciendo del presente algo irrenunciable y único
Este texto apareció publicado en el suplemento de letras del Heraldo de Aragón el 06/11/2015
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