Hay libros que se empiezan por motivos bien sesudos y coherentes: porque es un título fundamental que aún no se ha leído; porque lo recomienda alguien a quien admiras; porque lo necesitas para documentarte, para forjar una bibliografía... Hay otros motivos más volátiles como: porque el título o la portada ofrece curiosidad; porque no se tenía nada más en las manos en momentos de imperiosa necesidad lectora; porque nos ha caído en el regazo casi por arte de magia, regalado, hallado en la calle; o abandonado por alguien o por una institución entera...
Y todavía hay motivos más anodinos, como el que me ha llevado a empezar este libro: recordar que un fragmento del mismo aparecía en un ejercicio didáctico sobre el texto narrativo, largamente usado con un nivel de alumnado; ejercicio insulso en sí, pero que nos servía para conjeturar hasta más allá de lo posible quién eran esos personajes y qué iba a suceder y así ir alcanzando la capacidad previa a la escritura, que era la de la imaginación...
El ejercicio no tenía nada de particular, pero acabé sintiendo auténtica devoción por tal fragmento. Un guitarrista con voz débil que viene de un taller, que pregunta por una tal doña Ariadna, cuyos pasos resuenan fuertes en la estancia... Las personajes en su presentación ofrecían tal configuración que invitaban a ser leídos o soñados de tantas maneras... imaginábamos su pasado, su futuro, como toda buena descripción puede lograr en pocas palabras.
Y cayó en mis manos el famoso "Guitarrista" de modo que tenía que saber quién era realmente él, quién era ella, de qué iba todo eso. Y para mi sorpresa, la historia me ha ofrecido todavía mucho más terreno de cultivo que el que imaginaba.
Pues hallamos la historia, sí, de casi amor entre dos jóvenes desiguales, como se preludia desde el principio, con sus altibajos, sus dudas, sus disonancias. Pero sobre todo la novela transmite el eco del ansia creadora, en un primer caso transfigurada en la imagen del guitarrista, que se sueña artista, más allá de la cárcel de su taller y su academia, en esas imágenes de vuelo alrededor del mundo, de libertad permanente. Y en un segundo lugar, cuando se van dando al traste todos los espejismos, la novela atestigua la forja de una voluntad escritora.
Y es precisamente en el relato del más hondo de los fracasos donde se percibe cómo una persona despierta en sí la vocación auténtica de escribir. Escribir no para triunfar, no para vivir una vida diferente. La misma vida, observada, refractada en sus detalles mínimos, como una fotografía detenida que uno contempla desde fuera. Y es la vida propia la que refulge cuando se consigue dar voz al actor más auténtico de cuantos hablan dentro de uno; aunque no tenga más que ofrecernos que su mirada desnuda.
Fui a los bosques, podría decir, porque quería leer a conciencia, leer a fondo.. Y allí pude extraer toda la escritura y dejar a un lado todo lo que no fuese escritura, para no descubrir en el momento de mi muerte, que no había escrito.
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