"La gran aventura"
Enrique Vila-Matas continúa el camino iniciado en Kassel no invita a la lógica, mostrándonos cómo el arte y la literatura pueden fundirse en una misma inquietud por crear formas nuevas. En este caso Marienbad électrique trata sobre las relaciones con Dominique González-Foerster, artista francesa cuya retrospectiva ocupa un espacio en estos momentos en el centro Pompidou de Paris (hasta el 1 de febrero). Vila-Matas parece irónicamente volver a sus orígenes, cuando era más reconocido en el extranjero: el libro ha sido publicado en primer lugar en Francia por el editor Christian Bourgois –traducido por André Gabastou- y en segundo lugar, en castellano, pero en Argentina y México, por las editoriales Caja Negra y Almadía respectivamente, este segundo con ocasión de la reciente recepción del premio FIL en Guadalajara. (En febrero de 2016 sí aparecerá ya en Seix Barral.)
Vila-Matas rememora aquí las
diversas conversaciones y experiencias entre ellos, artista y escritor
convertidos no en almas gemelas pero sí en vasos comunicantes que se persiguen sin
acabar de descifrarse nunca. Ella es Holmes, yo soy Watson, copsa más de mí
que yo de ella, dice sorprendentemente. Y las ocurrencias mutuas, las
ambigüedades y malentendidos lúdicos, tan dispares como el encuentro de un
paraguas y una máquina de coser del que hablaba Lautréamont, sirven de acicate para seguir creando. Así, el arte no se interpreta pero se vive, como
un anhelo de totalidad, en una suerte de resistencia silenciosa y cómplice a
modo de "República del Arte". Y lo mismo se habla de Rimbaud expuesto
en una habitación de hotel o cuyo fantasma es visto en Pont-des-Arts que de la
obra de Lorca o Perec o la película L’année
dernière à Marienbad, arte “eléctrico” donde la realidad se ve desde un ángulo
inusual y el cine y la literatura se trenzan en un haz de significados. Y es
que la obra de una y otro lindan en la zona oscura donde el arte se interroga a
sí mismo y el receptor puede siempre poner en duda si eso es arte, si eso es
novela.
"No hace falta ver nada
extraordinario, lo que vemos ya es mucho", es la premisa. En esa
disposición, considerando nuestra vida como "la más gran aventura" y
el arte "confundiéndose con la vida", visión exigente e irrenunciable, uno puede entonces “permitirse
todo” y las ideas aparecen "como una aurora boreal". Dominique acaba leyendo
la realidad como un gran texto que luego fermenta en sus instalaciones; el
texto de VM se expone a sí mismo como una instalación; en ese cruce, en esa
descarga energética, penetrando en los abismos de la “vivacidad perdida”
walseriana que subyace a la palabra o al arte, ambos se expanden.
Estos relatos de diálogos
transpiran admiración mutua, que, como sugiere el autor, es la forma más
elevada de la amistad. Leer Marienbad
électrique es pues "como sumergirse en el agua y mantener la
respiración": penetrar en un universo con otras coordenadas, a veces equívoco
y translúcido, siempre una invitación a seguir los designios del arte como si
nos fuera la vida en ello, y también viceversa.
* Esta reseña ha aparecido publicada hoy 24 de diciembre en el suplemento Artes y Letras del Herlado de Aragón
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