miércoles, 28 de diciembre de 2016

Elogios al segundo hijo


Del primer hijo se han dicho muchas cosas. Cuando nace el primer hijo es como una epifanía, la visión del mundo se abre como un arco-iris y a la vez se cierra sobre sí misma. Redescubres tu ritmo cotidiano; las calles que rodean tu casa; la intensidad de lo minúsculo; la maravilla de lo que cada día es igual y a la vez diferente; de lo que crece, de lo que mira, de lo que es. No es que dejen de interesarte el resto de cosas, es que cobran una importancia secundaria, como el fondo del cuadro donde el primer plano es otro y ya para siempre; el fondo será más o menos agradable pero sus fluctuaciones ya no podrán arrebatarte el humor que sí tambalea cuando tu hijo está enfermo o cuando dudas de si lo que haces es correcto o cuando tienes un arrebato de agotamiento.

Cuando tienes el segundo, te alertan con los clásicos adagios "No lo vivirás como el primero". "Ahora vas a ver lo que es tener trabajo" y, el peor tópico, "Ahora vas a destronar el primero... se le acabó la buena vida... Ya verás qué difícil manejar los celos." Pero, pese a tantos infernales adagios, similares en siniestro a los que oías cuando esperabas el primero aunque en otra escala ("Ya verás lo que te espera", "Olvídate de pensar nunca más en ti", etcétera) te decides a tener un segundo. Fundamentalmente porque no concibes dejar a tu amado hijo sin paralelo el resto de su vida, sin alguien en quien mirarse, sin alguien con quien aliarse que esté siempre presente. Ahora bien, la gran duda no te la quitas de encima. Me estaré equivocando. Voy a relegar para siempre al mayor a la posición de secundón. Voy a acabar con este maravilloso idilio por una idea preconcebida de lo que es una familia. El primero me salió bueno y el segundo me va a amargar la vida o va a romper el equilibrio de la familia.
Te decides pese a todo. Nace tu hijo y ves a tu primero que va adaptándose a tomar otras posiciones, no siempre a estar enganchado a tu abrazo; ves cómo mira con ternura al bebé, a "su" bebé, o "nuestro" bebé, y que lo va entendiendo como algo que nos pertenece a todos, que todos cuidamos y protegemos. Observas como el amor inmenso que te unía con ese hijo no se difumina, se hace más fuerte y desarrolla otras caras que lo hacen más maduro.
En cuanto al bebé, primero te conformas con ver que "es bueno", no te da demasiada guerra, se adapta pronto a la familia; convive pacíficamente en algún lugar de la casa mientras seguís vuestro ritmo; a veces hasta te olvidas de que está ahí.
Al principio te conformas con comprobar que no se cumplen nunguno de tus peores escenarios: tu familia sigue unida y la vida continúa. El recién nacido no te ha arrebatado a tu hijo, ni tampoco a tu marido; no siempre puedes estar con ellos pero sabes que siguen ahí como rocas inmunes a la corriente.
Luego pasa el tiempo. Cada vez asimilas más que sois cuatro y no tres de manera ya irremisible. Y cuando el pequeño empieza a hablar, a moverse, a mostrar su personalidad, poco a poco te vas haciendo consciente de que tu hijo pequeño no te ha quitado nada absolutamente (más  allá de unas horas menos de sueño para lo que ya estabas concienciado.) sino que te ha dado, que os ha dado a todos.
Su manera de decirte estoy aquí ha logrado que aprendas a ser más consciente de todo tu entorno y puedas multiplicar tu atención. Tu capacidad de dispersión concentrada aumentará hasta niveles impensables, y podrás aplicarla a cualquier otra situación, hasta a tus hobbies y tu trabajo. Sus pequeñas travesuras introducen una nota de humor constante a la familia, y el simple recordar su rostro te hará sonreír siempre. Su presencia hace al mayor más generoso, al padre más atento, a la madre más flexible.
El hermano pequeño sabe esperar su turno. Sabe observar bien a su familia, imitarlos en lo que le parece interesante, burlarse de sus seriedades absurdas. Ese bebé nos acompaña a todas partes; nos recuerda que somos frágiles, con sus ojos da continuidad a la aventura para que se sigan abriendo cada día puertas a lo nuevo.
El pequeño tiene claro lo que es importante y lo que no, y te lo enseña. Da igual a qué hora comamos o durmamos o si tenemos más o menos artilugios de los que recomiendan para cada edad o si visitamos más o menos sitios nuevos. La vida pasa rápida como un vendabal, muchas cosas se olvidan y no hay tiempo de grandes trascendencias en la observación del bebé, ni siquiera planear demasiado cómo querrás cuidarlo, a qué querrás jugar. Él sabrá indicaros a qué jugar, cómo querrá que le cuidéis. Él sabrá sacar provecho a cada situación. Y manifestar su alegría cuando estáis todos juntos y en casa. Porque él sabe lo que todos habéis aprendido con él:  que lo importante, lo único verdaderamente importante es estar juntos, y vivir y disfrutarlo.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Narrativas viejísimas




He tenido la suerte de participar en este libro de relatos, que gira en torno al tema de la mayoría de edad. A raíz del decimoctavo aniversario de la editorial Reservoir Books, nos pedían que escribiéramos sobre el paso de la adolescencia a la edad adulta. Aceptamos el reto, entre el vértigo y el apremio. Cada uno (sin saber ni quiénes eran los "otros") enfocó el tema según su óptica y su estilo particular. Y no ha sido sino hasta ahora que hemos tenido la ocasión de leer el conjunto de relatos en torno a los cuales se ubica el propio. Ha sido una experiencia fascinante. La verdad que entre todos se abre un mapa caleidoscópico que concentra las posibles vivencias que caben en la adolescencia y en la manera de verla o vivirla desde una cierta distancia temporal. Me ha hecho especial ilusión leer tantos tonos y registros diversos del mío y que entre todos formemos una suerte de totalidad.
Me gustaría transmitiros una brizna de las visiones diversas que aguardan en este libro, sin otra pretensión que ser una invitación a la lectura, que creo muy recomendable, y no lo digo por afán de dar a conocer mi modesto relato, sino por todas las gratas sorpresas que he hallado. Los comento en orden en que aparecen, orden que me parece un gran acierto, y en grupos de tres, ya que me plantean ciertas afinidades estos tres bloques.
Los tres primeros relatos son tan concretos como evocadores, desde una primera persona que parece hacernos navegar en la órbita de la autoficción. Para algunos la adolescencia supone un espacio donde gobiernan otras reglas, una comunidad secreta, como vemos en el  relato de Ana Llurba, "La vida eterna", un espacio transido de transgresión y complicidades que se sostienen al filo del abismo entre dos chicas. Bea Barco enfoca la adolescencia desde la memoria familiar y el diálogo intergeneracional. "Lo que sé de Antonio Martín", personaje oculto en los meandros del pasado de la abuela, nos brinda un intenso y lírico relato que nos traerá al palador el sabor agridulce de los secretos de familia. "Mala Straná", por otro lado, de Carlos Robles Lucena, a través de una misteriosa carta nos sumerge en una atmósfera fantasmagórica donde amor, muerte, aventura van a la zaga por las calles de Praga; una zozobra que nos acompaña a lo largo del relato y que no nos abandonará hasta el final, donde al fin entendermos.
El siguiente grupo de tres tienen en común una suerte de inmediatez, de redondez en su planteamiento. No todos están escritos en presente pero sí plantean existencias muy definidas. Franco Chiaravalloti trenza un feroz retrato de una joven  zaragozana que se construye a sí misma por las inhóspitas calles y trabajos precarios de la capital inglesa. "Mancha" dibuja con acierto el paralelismo entre la geografía de la ciudad y el alma de la protagonista. Lolita Copacabana, en "Hasta que se enfríen un poco las cosas", plantea una adolescencia desde el presente asfixiante de una postura acomodada y frívola, a lo Breat Easton Ellis,  y hace de su personaje una voz provocadora  en su afán de disfrutar a costa de todo y a caballo entre la indiferencia y la madurez. Pía Sommer en "Todos contra el muro o volver a los diecisiete" da otro cariz al asunto, y, desde un sugerente diario de viaje, nos propone el afán de viaje como aventura vital y política solo apta para un momento de la vida donde las ilusiones y fuerzas son propicias.
Los tres últimos textos plantean relatos donde hay varios tiempos o varios niveles narrativos. Así, el de Jorge Benítez "Segunda temporada en el infierno" supone una divertísima indagación sobre la adolescencia de Rimbaud, e incluye también una divagación sobre quién o cómo podría ser un Rimbaud hoy en Barcelona. De mi relato "No quería dormir" no hablaré mucho pero sí avanzo que constituye una reflexión sobre la adolescencia vista desde el presente de la maternidad y como un vaivén de tiempos y de emociones. Para acabar, Fede Durán trenza una original fábula, "Todos los árboles del mundo", sobre la búsqueda de la madurez desde la postura excéntrica de un joven judío que tiene el don de convertir en realidad todo lo que dibuja.

En fin, en "Nueve relatos viejísimos sobre la mayoría de edad" podréis viajar al planeta de la adolescencia a través de evocaciones que os resulten muy cercanas y lejanas a la vez. Buen viaje.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Narrativas indómitas





Más allá del feminismo

TORBORG NEDREASS Y EDNA O'BRIEN: Narrativas indómitas


Edna O'Brien

Errata Naturae continúa en su empeño de rescatar imprescindibles voces femeninas contemporáneas. Esta vez se trata de la noruega Torborg Nedreass y la irlandesa Edna O'Brien: lecturas compulsivas que nos arrastrarán por los terrenos tumultuosos de la condición femenina y de la sociedad moderna, erigiéndose en un grito contra la desigualdad y la violencia estructural. Quien busque lecturas complacientes y sosegadoras, que no emprenda la lectura de “Nada crece a la luz de la luna” ni de las “Las sillitas rojas”.
“Nada crece a la luz de la luna” es una historia de pasión, dolor y feminismo avant-la-lettre,  a través de una prosa tan delicada como espeluznante, que avanza a modo de confesión, alternando el punto de vista del hombre-testigo y la mujer protagonista. Un hombre encuentra a una mujer en la fría noche de una estación de tren. Esta misteriosa mujer, de actitud oscilante entre el retraimiento y el abandono, se muestra receptiva al desconocido; la noche se hace larga y compartida y entre alcohol y cigarrillos la mujer ofrece su desgarrada historia, que le ha llevado de su pasión e inocencia juveniles al actual deterioro físico y desmoronamiento de ilusiones. En la Noruega de mitad de siglo XX, en un entorno muy convencional y opresivo, la mujer ha tratado de ser consecuente con sus sentimientos, hacia un hombre que bien la ama, bien la desprecia; la historia nos sumerge en unas espirales cada vez más brutales de amor y destrucción, que va haciendo mella en el alma y también en el cuerpo de la mujer, mientras nos muestra las rabiosas desigualdades que la rodean y hacia las que se ve impotente. La novela atrapa por la historia que explica y sobre todo por el modo con que lo hace, alternando lo explícito y la alusión, la voz de la emoción vivida y la visión externa de un ser que se nos escapa de las manos.
Las sillitas rojas”,  se trata de la reciente novela de Edna O'Brien, desconcertante y de gran potencia simbólica. Su inicio nos recuerda a los ambientes descritos en sus primeras novelas: una Irlanda bucólica que subraya la belleza y lo fiero del paisaje, marco de una sociedad dominada por la convención y los prejuicios. Allí aparece un ser enigmático, un curandero de aspecto mesiánico que va a provocar interés e inestabilidad en el pueblo.  En algún momento podemos preguntarnos a dónde va a llevarnos esa exaltación  del extranjero y la descripción de los estragos que hace en las mujeres, y vamos a temer si la novela no va a estancarse en un tópico. Pero ya algunas señales indican que van a desbordarse los cánones de la narrativa pintoresca: la descripción del cúmulo de inmigrantes que residen en Irlanda, su multiplicidad de voces e historias;  la pluralidad de puntos de vista, conjugados con gran maestría para alternar el conocimiento y desconocimiento; la inmersión brusca en los sueños del 'curandero' que nos hacen intuir los horizontes por donde se mueve el personaje. Y repentinamente el horror más absoluto hace su aparición. Y el contraste con la novela idílica anterior lo hace mucho más impactante. La violencia infringida a la mujer y descrita minuciosamente es un eco de la violencia infringida a los pueblos, a las naciones. De golpe ya no se trata de la novela sobre un pueblo irlandés y de los afanes de sus habitantes. Se trata del éxodo de una mujer, Fidelma; y a la vez del éxodo del pueblo Bosnio en su conjunto. Y de tantos éxodos. En un Londres cosmopolita y de gran dureza se encontrarán los abandonados del mundo, mujeres africanas que sufrieron ablaciones y no quieren volver a su país, refugiados de los Balcanes que no pueden alejar de su mente las atrocidades vividas. Fildelma, en su periplo, pasa también por un sufrimiento personal arrasador mientras aprende el sentido de la solidaridad por todos los humillados. La autora nos transmite la fiereza de la condición femenina, su energía indómita para sobrevivir más allá del sufrimiento, mientras nos indica algunos caminos en los que anida la esperanza de la humanidad.

Esta reseña se publicó en el Heraldo el 10/11/2016

martes, 1 de noviembre de 2016

La educación por venir (Botella al mar... II)

Os debía todavía la segunda parte de mis palabras sobre la educación pública, a raíz de la lectura sobre el caso finlandés.
Y os lo envío hoy guiada por las palabras sabias de Nataliza Ginzburg: 

"Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber." (Natalia Ginzburg, "Las pequeñas virtudes". Acantilado.)

Esta frase pronunciada hace cincuenta años resulta aún de gran validez y alumbra a mi modo de entender los caminos por los que ha de transitar la escuela del futuro. Una escuela guiada no por el faro de las pequeñas virtudes, al modo de Ginzburg (ahorro, prudencia, orden, etc), que en realidad constituyen un marco dentro de la zona de confort, que moldea a los hijos para que se adapten al sistema reinante lo mejor posible, sino una escuela cuyo objetivo final sean los grandes valores, a saber: la generosidad, el empuje, el deseo de saber, la curiosidad, el amor a la vida y a las personas y a la propia voluntad, el deseo de dedicarse con pasión a la vocación sin perder nunca de vista al otro.

Pero una educación con tan vasto horizonte es compleja. Necesitamos que la sociedad entera se implique en ello. De hecho ya no hablamos solo de la escuela propiamente sino de la sociedad entera como portadora de unos valores. Para ello, no valen los antiguos paradigmas, pero tampoco hace falta dinamitar todo cuanto existe y desear a ciegas copiar otros modelos, como si en alguno de ellos se hallara la verdad. La única verdad es que la sociedad entera debe volcarse al deseo de educar a las nuevas generaciones.

Como explica Melgarejo en "Gracias, Finlandia", cada modelo de escuela corresponde a un modelo de valores no dicho; por ejemplo, el caso finlandés está orquestado en torno a valores como la equidad, la eficiencia, la responsabilidad, que son valores en auge en Finlandia; en España los valores ocultos serían la libertad y la igualdad, valores muy necesarios del postfranquismo pero que quizás ahora necesitan una actualización para que la educación resultante promueva realmente esa libertad y esa igualdad y no de manera superficial.
Según los modelos reinantes y las acciones políticas que se emprenden, el sistema educativo puede evolucionar hacia diversos escenarios: la escuela como una carga de burocracia (que viene a ser lo sucedido aquí con los constantes cambios de currículum), la escuela como ampliación de modelo de mercado (que es a donde peligra también con el auge del modelo de la escuela concertada y la ilusión de la familia que puede 'elegir' el 'mejor' centro para sus hijos); dichos modelos pueden acabar conduciendo a la desintegración de la escuela como motor de la sociedad, y hasta la institución de una "sociedad en red"

En cambio el único modelo que tiene sentido ahora es el propiciado en Finlandia, el de la escuela como "comunidad de aprendizaje" como núcleo gordiano en torno al cual se articula la comunidad entera. Independientemente de las diferencias culturales, ese es un horizonte al cual sí podemos aspirar. 
En este sentido, muchos actores deberían emprender sus cartas en el asunto. ¿No podrían las televisiones de aquí programar las emisiones sin traducir, con subtítulos, como se hace en Finlandia, para garantizar el máximo conocimiento de idiomas en la población de modo inmediato? ¿No podrían las bibliotecas ser todas de libre acceso para la población, para incentivar la lectura como bien al alcance de todos sin traba alguna?

¿Y los gobernantes? ¿No podrían emprender decisiones más cerca de los ciudadanos? ¿Consensuar una enseñanza entendida como bien público y orientada en el corazón de la comunidad? ¿Propiciar una equidad de verdad, sin multiplicar recursos, implementando la calidad de la base educativa así como promoviendo el prestigio del sistema educativo y del conocimiento mismo? -Puesto que si mejoramos la base e integramos, ahorraremos en recursos para 'atrapar' a los rezagados, a los repetidores. (Recordemos que en Finlandia no hay repetidores y el 84% de alumnos con necesidades especiales se integran en aulas normales.)-

En cuanto al profesorado, ¿no podría optimizarse el mismo y promover su excelencia si se tomaran otras medidas? Menos burocracia a exigirles, menos exámenes y controles y más preparación emocional y rigor. Promover la idea de que ser profesor es un honor por atender a una clientela tan exquisita; que un profesor debe ser siempre un investigador, no un funcionario obediente que repite sin cuestionar las directrices que le vinenen impuestas.
Resulta curioso que en Finlandia no exista la función del inspector, pues no se necesita. La enseñanza está descentralizada para que se adapte al máximo a las situaciones específicas. El curriculum es una suerte de "folleto de consulta" muy general que no limita, que sirve solo de referencia que cada profesor y centro puede aplicar según sus necesidades.La escuela tiene una relación más directa con la comunidad: dependen de municipios, los directores son elegidos por consejos municipales, y los profesores por los directores.). Así la función directiva -que tanto aterra a veces en España- puede al contrario tener sentido, si esas personas son apoyadas y validadas por la misma comunidad.

¿Y las familias? Tampoco las familias pueden quedar ilesas en esta subversión de los paradigmas por nuestras lares. Ya basta de igualdad aparente, "de boquilla". En España, la familia todavía no ha superado el modelo patriarcal. ¿Cuántas familias conocemos aún donde el peso de la organización de la casa y de los hijos es llevado por la madre? El equilibrio en una familia ha de pasar por el cedazo de la corresponsabilidad, donde ambos progenitores se impliquen por igual en el desarrollo de sus hijos, donde se busque siempre la compatibilidad entre las inclinaciones individuales (sean laborales, artísticas, deportivas...) y la responsabilidad doméstica y de cuidados. Si no, ¿qué modelo estamos dando a nuestros hijos? Si los queremos libres para que se realicen y al tiempo queremos que aprendan la responsabilidad, no pueden sino aprehenderlo de los propios padres. Sí, se me dirá, la teoría es muy bonita pero la realidad es diferente; los empleadores son diferentes, las empresas retienen a sus trabajadores hasta las 19 de la tarde y les trae sin cuidado la conciliación. Bueno, sucede todavía. Pero si no tenemos claro que eso no debería ser normal, si no seguimos buscando y exigiendo no conseguiremos dejar eso atrás.

¿Y la sociedad entera? ¿Qué papel juega en todo ello? También se podría argüir que no somos especialmente una "sociedad del conocimiento", aunque sí ha ido aumentando en los últimos años la idea de que el aprendizaje se produce durante toda la vida, también en la vida adulta. Está comprobado en el caso finlandés que a medida que la sociedad adulta se ve motivada a su desarrollo continuo, la estela del conocimiento amplía su capacidad de impregnación en todas las edades, el conocimiento dejando así de ser una tediosa obligación que por fortuna acaba en unos años sino constituyendo un principio deseable sobre el que se asienta la sociedad entera.
(Finlandia detenta el mayor porcentaje de adultos en formación continiuada, en un 56% y ha visto aumentar sus procesos I + D investigacioń y desarrollo los últimos años) .

En resumen, el ejemplo finlandés nos muestra que los engranajes familiar, sociocultural, escolar no pueden ir cada uno por una vía: tienen que ir todos a una y promover los mismos valores para que la ecuación funcione.

Por último, me digo yo tras leer a Melgarejo, ¿qué podemos hacer para favorecer el advenimiento de la educación que queremos, nosotros, padres noveles entusiasmados por nuestros hijos?

Primero, entender que la inversión en hijos y en educación es la mayor riqueza a la que podemos aspirar... Por ello, deberíamos intentar dentro de nuestras posibilidades dedicar tiempo a los hijos, no delegar, acompañar cuanto podamos sus salidas y entradas del cole, sus preguntas, sus reflexiones del día a día, sus momentos donde el juego lo es todo y no tiene límites; leer y aprender a su lado; priorizar compartir con ellos, delegar preferentemente otras cuestiones que no exijan lo mejor de nosotros.

En cuanto a la conciliación profesional, confiar por un lado en que el estado se ocupe menos de reformar leyes educativas y más en repensar la base humana y de tiempo sin la cual la educación de calidad no es posible. Emprender la lucha laboral activa si es necesario. Participar en la formación continua de la sociedad. Plantearse las jornadas intensivas tanto en trabajos como en colegios para que quede una parte del día abierta al descubrimiento del mundo en familia, que no sea el día a día una carrera contra reloj, cada miembro de la familia por caminos diversos hasta el encuentro en el agotamiento final, donde la receptividad mutua es imposible. 

Y sobre todo, creo yo, está en nuestras manos pensar que es posible. Participar de la belleza de aprender. Podemos vivirlo en nosotros mismos y transmitirlo. Compartir con ilusión las vivencias de nuestros hijos en el cole en conversaciones interminables. Ver el maestro como nuestro aliado;  interesarnos por todo, lo que nos gusta, lo que nos disgusta, con la sonrisa del que confía, del que espera que lo que ya está bien se seguirá haciendo bien, que lo que no está bien se hará cada día mejor. El poder de la emoción transmitida es fuerte. ¿Tal vez nuestra benevolencia hacia el maestro le dará alas?

En fin, si queremos participar en el advenimiento de la educación que deseamos, cabe recordar que el microclima de la escuela es el eco del anfiteatro del mundo, y esa es la dificultad y la gracia de la escuela pública. Dejémonos de aspirar a ideales: las sombras que hallaremos en las aulas son ecos de las sombras que hallarán nuestros hijos en el mundo; la divergencia un reflejo de la variedad de perfiles y opiniones que encontrarán en el camino. Toda la variedad del mundo cabe en una aula. Y si queremos que eso sea un motor positivo de crecimiento, la tolerancia  y la apertura es lo que debemos inculcar en nuestros hijos, para que todas las posturas, todas las personalidades y juegos quepan en su corazón. Para que ese mini escenario actúe en pro de la inserción de todos en una comunidad de apoyo y participación mutua. Para que el día de mañana ese mismo esquema de multiplicidad y ductilidad les acompañe y les haga seres generosos, múltiples, fluidos. Y nosotros habremos aprendido también lo que nos faltaba durante el trecho del camino que les hayamos acompañado.

viernes, 7 de octubre de 2016

Botella al mar en favor de la educación pública (1)

 


Acabo de leer el libro "Gracias, Finlandia", de Xavier Melgarejo. Y me ha encantado tener la sensación de percibir una brizna de claridad por entre las ideas comunes. Creo que informarnos un poco más de las luces y sombras de la educación aquí y en otros países nos puede ayudar a enfrentar el siglo XXI con mayor optimismo, o realismo, o más bien una esperanza realista.

Xavier Melgarejo ha dedicado un decenio de su vida a estudiar el sistema educativo finlandés en comparación al español, y ha hecho su tesis doctoral sobre ello. Así que no nos habla de oídas cuando se dedica a analizar las peculiaridades del sistema finlandés, buscando en ello cuál es el "hecho diferencial" que provoca un éxito rotundo cualitativo y cuantitativo en sus resultados, y tratando de perfilar si alguno de esos rasgos serían exportables a España.

Durante el trayecto del libro (lectura que os recomiendo, por fructífera a la par que amena, la leeréis en unas pocas sentadas), varios procesos mentales se han desencadenado en mí, que quería compartir con vosotros.
(Esto no es un resumen exhaustivo del libro, son algunas ideas que he retenido de su lectura que me han parecido especialmente interesantes.)

Contra los tópicos

Las informaciones de Melgarejo nos aportan datos muy útiles para escapar de los tópicos que hacen mella en nuestra visión del sistema educativo español. Estas son algunas de las ideas que deconstruye:

- La educación aquí es mala porque no se tiene buena metodología

Melgarejo insinúa que eso no es cierto en líneas generales. España tiene buenos profesionales y programas; si a veces el conjunto fracasa no se debe tanto a ello sino a las dificultades organizativas: ratio alta, escasez de recursos, escasez de medios de atención a la diversidad, poca ayuda a las familias...

- Los resultados lectores son un desastre.

Ha corrido mucha tinta sobre ello, debido a los famosos informes internacionales PISA de comprensión lectora. En ellos se observa que hay un gran número de alumnos que no alcanzan las competencias mínimas, y los resultados distan mucho de los excelentes de Finlandia. Sin embargo, no son resultados desastrosos, y de hecho la media se sitúa a un nivel similar al de otros países nórdicos con buenos sistemas educativos, como Noruega, Suecia, Dinamarca. Teniendo en cuenta que la inversión en educación es mucho menor en España, nuestra situación podría interpretarse hasta admirable.
"Podemos llegar  a la conclusión de que los resultados españoles relativamente positivos se pueden atribuir al sistema escolar, mientras que el número de alumnos españoles que no superan la enseñanza obligatoria (nuestro llamado 'fracaso escolar') debe de estar relacionado con las tasas muy bajas en las variables de Estado del bienestar, sanidad, PIB de inversión en educación."

El problema aquí sería más bien el de la poca excelencia, puesto que los resultados de nivel más alto lector son escasos en comparación a otros países, y también el de la no existencia de una masa compacta de ciudadano crítico y lector, en la línea del "aprendizaje para la vida". Según datos de 2009, el porcentaje de personas que no siguen los estudios después de los obligatorios en España es del 31%, frente al 9% finlandés o el 14% de media europea. No resultará casual que también en Finlandia se produce el porcentaje mayor de adultos que siguen en formación permanente (más del 50%).

- Los profesores y alumnos aquí son vagos

La idea del "carácter latino" o "clima mediterráneo" para justificar un nivel de implicación en los estudios menor al de otros países no tiene fundamento científico. Lo que definitivamente puede afectar al rendimiento escolar son unos horarios excesivos y una excesiva permanencia del niño en el aula desde los 3 años. (En Finlandia la escuela empieza a los 7 años, y las clases son de 45 minuto y dejan suficiente tiempo libre al niño por las tardes.)
La ecuación aquí está mal entendida: no se trataría de a menor rendimiento, más permanencia en el aula sino lo contrario: cuanto más se optimizan las horas de aula más serenidad y salud en el niño para equilibrar las horas de su día en relación a su vida familiar, social, etc.
(¿Por qué será que aquí tan a menudo se quiere "cansar" a los niños?, me pregunto yo.  ¿Realmente a los padres les resulta satisfactoria la fórmula cole-extraescolares-parque-baño-cena-dormir? ¿Y el tiempo para disfrutar y aprender juntos de todo lo que ofrece el día a día?)
No, los profesores y alumnos no son vagos. Trabajan muchas horas. Pero acaban agotados con los horarios y ritmos aquí predominantes, y eso hará que no siempre estén tan receptivos al aprendizaje.

- Aquí escasea la vocación docente

No escasea la vocación docente, puesto que las facultades de Magisterio andan llenas de candidatos. Lo que cojea es la gestión de la administración de dichas vocaciones. Puesto que hay tantas plazas de Magisterio y la nota de corte siempre es baja, acaban en las aulas de formación de maestros una gran parte de la población que no tenía vocación para ello, de modo que después el porcentaje de abandono, según examina Melgarejo, es de aproximadamente el 50%.
¿No sería más conveniente adoptar el ejemplo finlandés y ejercer la selección docente no después del proceso (con las temidas oposiciones) sino antes, ejerciendo un fuerte filtro -de conocimientos, pero sobre todo de aptitudes sociales y emocionales- para aquellos que deseen dedicarse a la docencia? De este modo se ahorra en recursos y solo pueden acceder unos pocos a la docencia; pero la vocación y competencia de esos pocos está asegurada; y la administración además con el ahorro de plazas sobrantes podrá dedicar más recursos a ellos, como sucede en el excelente plan de formación del profesorado finlandés (grupos reducidos, prácticas en centros de excelencia, profesorado muy selecto, trabajo artístico, de crítica e investigación...).

- Las escuelas españolas no saben educar para la vida

Según algunas encuestas que transmite Melgarejo, un 55% de padres finlandeses consideran que la educación de sus hijos es su responsabilidad mientras que en el caso de los españoles se trata del 15% únicamente. Mientras sigamos con esa expectativa, estamos depositando en los hombros de la escuela un peso excesivo que, teniendo en cuenta las limitaciones actuales, es insostenible.

En realidad, olvidamos que objetivamente un niño pasa más tiempo fuera del cole que en su cole. Melgarejo nos transmite unas estadísticas recientes realizadas en Catalunya donde se puede observar que la cantidad de horas pasadas por un alumno en Catalunya de media viendo la tele (cerca de 1000) son ligeramente superiores a la media de horas pasadas en la escuela. ¿Tanto nos preocupa el contenido de la escuela y tan poco medir la calidad del tiempo pasado en casa o de los contenidos mediante los cuales la tele los educa? Y es que en realidad, argumenta Melgarejo, teniendo en cuenta los días festivos, las tardes y todas las vacaciones, un niño acaba pasando sustancialmente más horas en su casa (o fuera del cole) que en el cole, un 80% aproximadamente de su tiempo anual, que, si descontamos las horas de sueño, se mantiene en cualquier caso superior al 50%.
Por otro lado, si tenemos en cuenta que los alumnos finlandeses no se escolarizan sino hasta los 7 años y a los 9 ya encabezan los resultados en comprensión lectora, ¿no será que las horas de dedicación familiar hacen en ellos más mella que la escolarización? ¿No deberemos hacer un esfuerzo en educarles con el ejemplo, crear un clima lector en casa en vez de exigir que sea el profesor quien le inculque el hábito?

En suma, ¿a quién no le preocupa que su hijo sea feliz? Ahora bien, ¿ha de ser responsabilidad de la escuela dicho balance existencial? Me temo que a menudo olvidamos que la principal responsabilidad sobre la educación del hijo es de los padres, no de la escuela. De los padres depende su educación en valores, su sensibilidad, su solidaridad, su curiosidad por el saber, su capacidad de compartir con otros, en resumen, el disfrute y felicidad. La escuela es un sistema formal que asegura que los niños en el futuro tengan unos mínimos conocimientos y que aprendan a vivir en una micro sociedad estructurada. Que los eduquen en valores y que potencien el disfrute es un obvio avance de la pedagogía moderna. Ahora bien, no nos confundamos. Esa misión es fundamentalmente nuestra. Si la escuela lo refuerza, miel sobre hojuelas.

- Aquí hay pocos recursos  para emprender cambios.

En el análisis de los Informes PISA Melgarejo ha demostrado que la renta de un país no es proporcional a rendimiento escolar. (Noruega, Dinamarca y Suecia poseen una renta superior a Finlandia y resultados inferiores.) La renta puede ser una variable a favor o en contra pero todo depende de cómo se optimicen los recursos.

Que la escasez de recursos sea la causa básica del fracaso escolar español es otro tópico a desmentir. En España se han producido terribles recortes en educación, está claro. Ahora bien, recursos hay. La pregunta es en qué se gastan. Y se están gastando en cambiar constantemente las leyes educativas. (Finlandia demostró hace tiempo que es mejor tener una ley estable y lo bastante amplia y flexible para adaptarse constantemente a la diversidad.) Se gastan en mantener al alumno como sea en el sistema educativo, a través de repeticiones, refuerzos, desdoblamientos. Es decir, se intenta curar el fracaso escolar con parches muy costosos; cuando ese fracaso, como sucede también en sanidad, debe 'curarse' desde la misma base, desde la concepción misma de la educación.
En Finlandia los alumnos no repiten más que en un porcentaje muy mínimo. (Menos del 0,4% aproximadamente del alumnado.) La UNESCO ya alertado que los alumnos con una edad superior en una aula presentan más dificultades. No hay apenas fracaso escolar, en el sentido de que más del 90% de la población acaba la enseñanza obligatoria. Para que todo ello se produzca, habrá que invertir en recursos que reinventen la base educativa, que den empuje a la población estudiantil, no simplemente vayan cosiendo tiritas caritativamente a aquella parte del sistema que se descompone.
Para empezar, habría que publicitarse el coste de un alumno en nuestro país para que puedan calcularse mejor las medidas y la inversión que suponen. 

- Los directores tienen que ser uno más, el poder debe estar repartido entre el profesorado.
Aquí hay mucho miedo a la función directiva en un centro, tal vez a causa de la herencia franquista o a la ansiedad por mantener un ideal de libertad. Se quieren escuelas no directivas. Se dice  que alguien es un "tirano" cuando ejerce su mandato. No nos confundamos: una cosa es mandar por mandar, por ejercer el poder, o el funcionario que solo desea ganar "puntos" para poder abandonar ese destino no deseado cuanto antes; si aquí los directores a veces no ejercen su magisterio con magnetismo, tal vez será una rémora del antiguo sistema funcionarial.
Pero ello no es óbice para razonar que hace falta un liderazgo potente en todo centro educativo... y si en Finlandia ha funcionado que los directores tengan una función y formación específica, y sean elegidos por los consejos municipales, y que ellos a su vez puedan elegir directamente a los profesores, ¿por qué no?


- No hay que exigir a los alumnos conocimientos.

De acuerdo en que la memorística tradicional no es aquello que más convenga al desarrollo del espíritu crítico... y que no hace falta aprender tablas de reyes visigodos. Sí, la enseñanza futura, como ya se demostró con la implantación del constructivismo como filosofía de enseñanza, debe de estar basada en la construcción del saber por parte del alumno y en la adquisición de competencias que les sirvan para la vida... Ahora bien, ¿por ello hay que desdeñar el saber, el aprendizaje de contenidos? Trabajar por proyectos, aunque un horizonte deseable y alentado por la nueva pedagogía, no debe erigirse en el único bastión escolar, pues debe primar por encima de todo la reverencia por el saber.
Así, en Finlandia, fuente de inspiración para la Escuela 21, ha asumido el modelo constructivista y el incentivo del espíritu crítico e investigador por parte del alumno, pero siempre desde el reconocimiento de la excelencia y desde una auténtica vocación de aprender. A los maestros también se les exige una gran cantidad de conocimientos de todo tipo, científicos, lingüísticos, tecnológicos, sociales... En fin, que el desear una escuela con otra metodología a aquella que usaron con nosotros no quiere decir que tengamos que huir de todo lo relacionado con los conceptos, ni que haya que desdeñar la transmisión de los mismos siempre que sea necesario. ¿O queremos futuros ciudadanos presentistas, sin ninguna noción histórica ni conocimiento estructurado del mundo? 


- Es imposible aquí ningún cambio... es demasiado complicado.

Finlandia no siempre ha tenido este modelo educativo. Sí se procedía de una tradición luterana donde se valora y potencia la lectura personal y la responsabilidad individual. Ahora bien, el sistema educativo como se conoce ahora procede de la década de 1970. Tras una profunda crisis social, política y económica, en Finlandia se realizó un amplio análisis hasta proponerse un gran cambio en la educación como estrategia política centrada en acciones concretas. Los objetivos eran dos:  potenciar la lengua y la educación como cohesión social, y conseguir liderar sociedad del conocimiento sin renunciar al bienestar, potenciando la equidad y la calidad.
En la gran reforma, el eje central la ocuparía la formación del profesorado, que pasaría a ser la más exigente y exquisita de Europa. Y ello pronto tendría una repercusión directa en la enseñanza y también en la valoración social del profesor, lo que redundaría en una mayor sincronía entre sociedad, familia y escuela en favor de la educación.

Si en Finlandia se logró un viraje radical y, tras una reforma profunda, pudieron verse los resultados en veinte años, aquí no sería imposible emprender algún tipo de reestructuración profunda. Pero hace falta mucha voluntad política y también un gran tesón hasta observar los resultados fruto de los cambios.

Quería hablar ahora de los caminos de excelencia que podrían apuntarse basándonos en el ejemplo finlandés... pero este post me ha quedado ya demasiado largo.

Continuará.





lunes, 19 de septiembre de 2016

40 (Thankful)





Pasan los años
Uno tras otro
En silencio

Hay días que suman un día más y otro y otro
Eso sí unos ojos verdes te acompañan siempre
Otros ojos azules y otros muy redondos
Y nunca un día es igual a otro.

Hay días radiantes
Días solares
Días de energía en tumulto
Días en que estrechas el círculo
De la familia
O dejas que se catapulte
El oro
De las amistades

Hay días de plomo
Donde parece que no sopla el aire
Una mirada entonces basta
-una mirada de amigo, de madre, de amado-
Para que se reactiven
Los circuitos de la sangre.

Muchas vidas e innombrables caben
En cuarenta años
Vidas que se engarzan
Se enredan, trenzan bucles,
Pero que hoy se hallan todas presentes
En ruta hacia adelante
Sin miedo a equivocarse
O a decir ya está, aquí me planto.
Sin miedo tampoco a sentir miedo.

Pues sé que en lo más hondo
Más allá de todo
siempre puedo
Contar con vosotros.

domingo, 4 de septiembre de 2016

SEPTIEMBRE



Acaba el verano y septiembre ya se precipita a nuestros brazos, con un sinfín de tareas pendientes que se mantuvieron perezosamente en el umbral durante el julio y el agosto, con la promesa de nuevos descubrimientos y horizontes, también con el recordatorio que los años pasan inexorablemente.

Septiembre empieza no con la nitidez de antaño con la cabeza despejada después de aquella famosa gran "desconexión" veraniega de la juventud, sino con una suerte de caos mental donde se amalgaman los cuidados infantiles a mis niñas de 1 y 3 años, las mil y una secuencias de este verano donde hemos descubierto vivencias, amores, palabras, historias, lugares; todo ello aderezado con las propias búsquedas personales mentales y literarias sincopadas entre algunos rincones de descanso, y bajo la tonalidad de tantas amistades y familiares que danzan con nosotros tantos ratos. Dicho torbellino veraniego, gozoso e imborrable, me llena de gran felicidad si no fuera por la inquietud propia de una mente como la mía que (aunque muchos no lo dirían) necesita organizar todo, cada cosa en su lugar, hasta los recuerdos, las experiencias, los propósitos.

Y por eso cada septiembre, el mes donde todo empieza, los cursos, los planes, y también una nueva edad en mi caso, surge la necesidad de digerir todas las vivencias, los objetos y las lecturas, ponerlo todo en su lugar para que no naufrague en el océano de lo inenarrable o del olvido.

Y me decía este primero de septiembre que ojalá dispusiera todavía de medio verano para asimilar el verano vivido en vivencias y lecturas y personas e ideas y para prepararme el septiembre como un auténtico continente nuevo e inmaculado por explorar.

Hasta que me he dado cuenta de algo. De que tal vez septiembre es precisamente eso. El mes de transición donde todavía dura el verano, todavía puede una permitirse unas tardes gozosas en la arena mirando el horizonte, unas cenas con aquellos amigos que juraste no pasaría el verano sin verlos, donde todavía hay tiempo de organizar las fotos, de apuntar las lecturas, de revisar y cepillar los trastos, físicos y mentales, de ajustar los prismáticos para la visión inédita del nuevo curso que empieza. Habrá tiempo de llevar a las niñas al cole e ir arañando unos ratos para adueñarse aunque sea un poco del espacio doméstico; pero también habrá tiempo para eludir con ellas lo institucional, lo que nos viene de fuera, y dejarnos llevar sin relojes por la luz de final de verano, por los encuentros que a todas horas propiciamos con el mundo, más allá de nuestra casa,  más acá del mar.

Tal vez por eso amo tanto el mes de septiembre. Porque es un mes donde todo cabe; un mes informe y voluble, dispuesto a que se le dé forma y volumen; un momento en que vamos emergiendo ya de las garras del calor y podemos ponernos en movimiento, a paso ágil, lejos aún de nostalgias otoñales; un mes donde miramos hacia atrás y a la vez hacia adelante y nos disponemos a seguir a caballo del tiempo, con la certeza de que no cualquiere tiempo pasado fue mejor.

domingo, 3 de julio de 2016

Tú no eres como otras madres





¿Qué hace de la novela “Tú no eres una madre como las otras” de Angelika Schrobsdorff una lectura compulsiva y arrebatadora?
En primer lugar, el título llama la atención, y nos indica el nudo gordiano de la novela: el retrato de una mujer que desarrolló un criterio propio rechazando lo que se esperaba de ella, y desde la mirada de su propia hija. Judía de nacimiento, y pequeñoburguesa en el Berlín de los años veinte, Else se enamora de un artista cristiano, y decide huir con él, escapando al matrimonio convencional al que le reservaban sus padres. Poco a poco, Else no quedará atrás respecto a los hombres que la rodean ni en disponibilidad al amor ni en afición a las artes. El proceso irá in crescendo y se nos describe un marco de unos felices veinte colmados de amores, de fiestas, de teatro, lecturas… una vida tumultuosa y apasionada por los cuatro poros, que no excluye la multiplicidad de maridos ni de hijos. Berlín aparece en todo su esplendor como centro irradiador de vitalidad, al igual que Else, que cautiva al lector, que desea apegarse a su presencia, bajo esos dos soles oscuros, como son descritos sus ojos.
Pero tras este velo de felicidad mundana se esconde la amenaza del gran Holocausto que está a punto de cernirse. Y lo vivimos con ironía trágica, puesto que los protagonistas continúan ajenos a todo, sin querer asumir lo inevitable; pero los lectores sabemos, y también la hija que relata. Así, si antes nos hemos recreado en la frivolidad y la energía, ahora leemos con sobrecogimiento. El ambiente se va enrareciendo desde el alzamiento de Hitler, y la instauración de nuevas banderas e himnos corren paralelos al miedo que empieza a recorrer los pasillos y al incremento de leyes antisemitas que cada vez alcanzan más de cerca a Else y su familia. Luego hallaremos un relato estremecedor del exilio al tiempo que seguimos con el corazón en un puño la historia de la segunda guerra mundial. La miseria, las calamidades, el sufrimiento, van de la mano de un profundo proceso de autoconocimiento por parte de Else, que se hace consciente de sus errores de juventud y de la fuerza  del amor por sus hijos.
Y el tercer componente sumamente atractivo que atraviesa la novela es la voz narrativa testigo-protagonista de la hija, del todo convincente, auténtica, y que combina el lirismo con la objetividad. Desde su nacimiento, a caballo entre varios trenes y varios amores, observamos en ella primero los temores y las inseguridades que la asolan, luego cómo se solidifica en ella un amor insobornable por la madre, y más tarde un descubrimiento del mundo agridulce, entre la incredulidad frente a la desgracia, la rabia y la nostalgia de la niñez, y todo ello trenzado con el pavor a dejarse llevar por los estados sombríos de la madre madura. La autora además es testigo doble, porque ha convivido con la madre y también ha recogido numerosa documentación en forma de cartas y diarios con que va tejiendo toda su complejidad. Y con esa información adereza el relato de una cuasi omnisciencia terrible, puesto que nos va sembrando los instantes de felicidad con la oscuridad de lo que sucede después, incluso con brutales prolepsis homodiegéticas donde las palabras futuras de la madre reverberan sobre los momentos de dicha. Ello es entreverado de otros elementos donde objetivamente se nos recuerdan los hechos con una frialdad escalofriante, como las fechas de promulgación de leyes antisemitas o de avances del ejército nazi.
“Tú no eres como otras madres”, en definitiva, se lee con pasión novelesca por los personajes, en su más honda humanidad, y también con el afán de saber que produce la historia reciente europea, en sus rasgos generales y también en sutiles particularidades. Cuando la lectura acaba, no podemos evitar preguntarnos más, desear saber más. Y sentimos que hemos avanzado kilómetros en el conocimiento de la historia y del alma humana, a partir de la intrahistoria concreta, como sucede en toda la buena literatura.

Esta reseña se publicó en el Heraldo el pasado 19 de mayo de 2016

lunes, 23 de mayo de 2016

Literatura de viajes y de interrogaciones

"Gegants de gel": Errando entre fronteras y palabras
 
Edicions del Periscopi
A menudo se ha dicho que la gran literatura no es la que proporciona respuestas sino abre nuevas preguntas y nos pierde por senderos claroscuros. (“Errar és el camí”, ha sugerido Tina Vallès recientemente parafraseando a Tavares). Eso es lo que hace la novela Gegants de gel, del valenciano Joan Benesiu, Premio Llibreter de 2015, que ha gozado al unísono del favor del público y de la crítica.
Gegants de gel nos lleva a una zona limítrofe de fronteras, pero también del lenguaje y la experiencia humana. El narrador ha decidido pasar las Navidades fuera de su familia en la tierra inhóspita y a la vez encantadora de Ushuaia. Escapar de la Navidad resulta un acto fundacional que supone huir de lugares comunes y condicionantes. Y no será el único; allí, en la mesa del bar Katowice, un refugio cálido para la conversación, se hallarán el hombre de negocios Housseras, fugado de su destino familiar; el inglés Ethan Borum, portador de un drama íntimo; Nemesio Coro o Martín Medina, respectivamente mexicano y chileno fugitivos… Y sobrevuelan por encima de ellos las presencias envolventes de Dominika y su hija Cristina, que regentan el bar, fruto de la historia más desgarradora de la Polonia de entreguerras.
Gegants de gel tiene un doble mérito. Por un lado, las historias de los seres desarraigados en Ushuaia tienen una completitud en sí mismas, y cada una de ellas nos atrapa por completo, de suerte que se trata de un compendio casi cervantino de personajes y registros variados; el cambio de personaje o de novela implica un cambio de estilo también, que adopta todas las tonalidades y fluctúa entre lo ensayístico, lo más propiamente narrativo y lo lacónico al penetrar algunos puntos de vista.
Así, no puede sernos ajeno el drama del adolescente introvertido que es seducido en las redes sociales y arrastrado a límites más allá de lo razonable, mientras sus padres navegan en la inopia. Como tampoco el del mexicano enredado de manera fatal en un drama que no es el suyo, el de su hermano involucrado en narcotráfico, a cuya mujer ama apasionadamente… Las tragedias personales se enmarcan todas ellas en tragedias históricas, de manera que aprendemos los estragos de la guerra de las Malvinas para ingleses y argentinos; o nos embarcamos en una Polonia despedazada, zarandeada entre nazis y soviéticos y condenada a desapariciones y exilios sinfín.
Por otro lado, la novela nos dispone en una arquitectura compleja con diversas melodías que se van repitiendo, los destinos humanos entreverados con la magnitud del hielo y la grandiosidad del paisaje; lo singular realzado en el magma de lo colectivo; lo concreto hilvanado con los pespuntes de lo abstracto. En la novela se trenzan citas que enriquecen los motivos: Chatwin, Sebald y el viaje; Bolaño, Vila-Matas y Kieslowski y cierta estética que divaga más allá del argumento estable; Bloy y Musil y las contradicciones en la familia burguesa.
 Y allí en Ushuaia, en un lugar-límite que es también un lugar literario, la complejidad humana es sincopada a través de la búsqueda, la desaparición y la fuga. El bar Katowice es hielo y calor a la vez y todas esas almas errantes detenidas confluyen en un desarraigo que es una manera de ser humanos, más allá de lo tangencial.
 “Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse”, que decía Perec, como si pudiera leer los destinos de los personajes de Benesiu, para los que “aquella perifèria era en veritat el centre de l’experiència humana”.
Edicions del Periscopi
Por añadidura, la presencia de un narrador engañoso cuyo origen desconocemos viene a aportar el ingrediente más desconcertante y atractivo a este guiso literario. Durante una buena parte de la novela, el narrador nos conducirá a través una tercera persona focalizada en diversos personajes, de modo que resulta una voz enigmática y casi transparente. Poco a poco se va gestando un espacio central en la novela donde el narrador se va haciendo más corpóreo y, a través de sus ojos, el presente se adueña de Ushuaia y se nutre de reflexión y paseo, y donde se producen inclusive encuentros imprevistos entre los personajes. También la narración se puebla de recuerdos significativos de la propia infancia del narrador, como el desencanto cuando supo que los Reyes son los padres y que sus propios padres le habían mentido.
Finalmente llegará la hora de relatar su propia historia (y será precisamente el último de la mesa) y anuncia al lector que va a tener que dar paso a la invención. Entonces nos sorprenderá y atrapará al unísono lo pintoresco de sus andanzas por Buenos Aires y sus amores trastornados…. hasta que confirmaremos que el narrador es un impostor y conoceremos sus auténticas motivaciones, que son mucho menos novelescas que las del resto de personajes, pero por eso mismo mucho más literarias, donde se concitan la necesidad de huir de los lazos familiares ancestrales, de las “clavegueres de la meva identitat” y el impulso poético al viaje a través de la contemplación de los glaciares en la pintura romántica:
“Aquelles pintures mostraven els blocs de gel com a lents animals sotmesos a una mínima i imperceptible deriva”.
Más allá de los viajes y los destinos, el juego de simulación con el narrador nos acerca al gran tema oculto de Gegants de gel: el de los límites difusos entre la verdad y la mentira. El mismo acopio de fotografías de rostros y paisajes que aderezan el relato nos transmiten la idea de que se trata de una narración con una base real, tal vez uno de esos Relatos reales de los que hablaba Javier Cercas, o bien una simulación donde se construye la ficción a partir de elementos reales al más puro estilo Javier Marías. Y, mientras comenzamos a dudar sobre la noción de verdad, se solidifica la idea de desaparición también. Los desaparecidos de América Latina o de Polonia fluctúan como fantasmas al tiempo que planea la sospecha de la mentira, del asesinato. Todo ello nos hará preguntarnos, ¿es inocente la ficción como mentira? ¿O no se construye con elementos similares al asesinato y la represión?
Gegants de gel es una novela, en suma, ambiciosa. Una apología del viaje, y de la curiosidad por cualquier destino humano y por conocer la historia moderna a través de la intrahistoria de la que hablaba Unamuno, o la historia del ser individual y anónimo. Un impulso que nos empuja como aire helado a conocer las verdades escondidas, o a penetrar las falsedades solidificadas como bloques de hielo.
En su estructura errante y divagatoria en algún momento la narración pierde el mapa, pero siempre vuelve a conducirnos a su punto de fuga hacia el final, hacia esa visión de hielo que tal vez nos dará alguna respuesta del destino humano, o más bien va a perpetrar más aún lo incógnito.
“Jo encara no havia vist cap bloc de gel flotant”, confiesa al final, después de habernos transmitido que fue ese el propósito inicial del viaje. Pero, ¿no sabemos desde Kavafis que lo importante no es el destino final? Errar a través de las páginas, de las palabras, de los lugares, ¿no es lo que muchos lectores deseamos?

Esta reseña apareció en la Revista de Letras   el 18 de mayo de 2016.

viernes, 29 de abril de 2016

UNA: Entre el reportaje y la poesía




“Una entre muchas”, novela gráfica de la artista Una, aborda un tema tan delicado como necesario: el de la violencia de género. Pero lo hace huyendo de simplismos e ideas preestablecidas y con una exquisitez suprema.
La niña Una, sensible y retraída, es sujeta a varios casos de abuso sexual; pero no es capaz de expresarlo ni en su casa ni en la escuela. Ese trauma va a afectarle sobremanera en su futuro, pues ya no será capaz de marcar con claridad los límites entre ella y el otro, y acabará accediendo a un sinfín de acercamientos sexuales no deseados. Todo ello va haciendo mella en su psique. Aislada, asediada por temores difusos, incapaz de poner palabras a cuanto le sucede, tildada de “guarra” por sus compañeros de instituto, la muchacha va creciendo a trancas y barrancas.
En paralelo, los medios de la época (años setenta) se hacen eco de los actos de violencia perpetrados por el violador de Yorkshire a mujeres, y de las interpretaciones de la policía y la opinión pública sobre ello. Tratando de combatir el miedo de la población se busca una lógica a las víctimas elegidas, hasta que se interpreta que todas esas mujeres agredidas tienen algo en común: ser “de moral dudosa”, cuando no directamente “prostitutas”; la implicación que se derivaba de todo ello era: si eres ‘buena’ no hay nada que temer; pero si eres ‘mala’, o te gusta salir sola o usar falda corta o cualquiera de los rasgos que se asocien a “moral dudosa”, eres carne de cañón, la víctima ideal, que además se ha buscado lo que le sucede de algún modo. A pesar del auge el feminismo, dichas consignas afectarían al autoconcepto de numerosas adolescentes, como Una, que, además de sufrir en silencio la agresión y la marginación, debería cargar con el peso de la culpa, como si algo en ella fuera erróneo y merecedor de cualquier maltrato.
La autora, Una, que no esconde el contenido autobiográfico de la novela, ahonda de manera magistral en las contradicciones que la sociedad alberga en su visión sobre las mujeres, contradicciones más patentes en la época de los hechos pero nada extinguidas todavía en nuestros días. Desde la experiencia, desde la madurez de la Una presente que ya ha superado el bloqueo fruto del trauma, Una lleva al lector por senderos tan claroscuros como el propio recuerdo, entre árboles desnortados y niñas que se arrastran como ángeles caídos, metamorfoseándose de mariposas a insectos.
Los recursos utilizados, que van desde el dibujo sutil de gran poder evocador hasta noticias y estadísticas de periódicos de la época, consiguen golpear la sensibilidad del lector y concienciarnos de la hipocresía que reina todavía ahora en la manera de enfocar la violencia de género. Lo más interesante es el dibujo simbólico y elusivo, donde nunca se dan detalles escabrosos de lo sucedido, sino que se penetra en la psicología de la  protagonista y se puede empatizar con sus sentimientos, sin que el lector tenga la necesidad de saber con exactitud los detalles. No importa lo que sucedió, parece decirnos Una. Escapémonos de la tendencia morbosa a deleitarse en las escenas de violencia a mujeres. Centrémonos en que esto le sucede a muchas, y el fardo que se arrastra durante décadas es monstruoso. La oscuridad engulle la vida y una va sintiendo que no es nada, que su cuerpo le pertenece y no, y siempre está al acceso de cualquiera, por más que una tenga la manía de poner una guitarra en la puerta del dormitorio por si entra alguien o dejar unas tijeras a mano bajo la almohada durante años.

Esta reseña apareció ayer Jueves/28/04/2016 en el suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón

miércoles, 20 de abril de 2016

Libros para despacharse a gusto.

Este Sant Jordi lo quiero dedicar a unos cuantos libros que me han alegrado la vida o están a punto de alegrármela. Más allá de los autores y editoriales más presentes en los escaparates, hay mucho, pero que mucho donde elegir...

Cinco recomendaciones y cuatro postdatas:

"Una entre muchas"- Una (Astiberri). Novela gráfica de Una.
Un documento y una obra de arte. La cara y la cruz de la violencia de género y los abusos sexuales, a partir de un relato tan poético y elusivo como explícito y periodístico. Una nos conduce por los vericuetos de una infancia y la adolescencia torturadas, y también se nos informa a través de documentos periodísticos de las contradicciones más flagrantes de nuestras modernas sociedades a la hora de representar a la mujer.



"Tú no eres como otras madres", de Angelika Schrobsdorff (Errata Naturae / Periférica)

Una novela que no puede soltarse de las manos cuando ha empezado a leerse. La historia de una mujer vista desde el punto de vista de su hija (la propia Angelika). Se trata de una novela doble, o triple. Por un lado, se teje la relación madre / hija en toda su complejidad y su mezcla de admiración y rabia mutuas. Por otro, nos hallamos ante el retrato de una mujer fascinante, crecida en el Berlín de entreguerras, que decide dejar atrás todas las convenciones propias de su familia judía y ser una mujer volcada a las artes y al amor. Por último, se nos ofrece también un relato apasionante del ascenso del nazismo en Berlín, el progresivo antisemitismo, y el brutal éxodo trufado de amenazas en que vive la familia protagonista, como tantos miles de europeos de la época. Empezamos la lectura con dulzura (simbolizada en un cuaderno dedicado a un bebé) y acabamos con el sabor amargo donde se concentra la derrota física y moral: la caída de todos los ideales.



"Manifiesto incierto" de Frédéric Pajak (Errata Naturae)
Una obra singular, que recoge lo mejor de la novela gráfica con el ensayo, y que aúna la experiencia y pensamiento propios con los de Walter Benjamin. Una búsqueda total de significado, en la obra y en la vida.





"No habrá música en tu ataúd" de Antonia Massip. (Carena)
Debut literario de Antonia Massip, donde traza un personaje grotesco, Ramona, una cuarentona soltera y virgen, que vive todavía anclada a su madre y a sus sueños eróticos insatisfechos, y solo se consuela con fantasías asesinas. Una novela disparatada, de humor trágico: desopilante.





"El parèntesi esquerre", de Muriel Villanueva (Males Herbes)

Una novela breve y envolvente, prometedora de un nuevo lenguaje. Muriel Villanueva se erige aquí con su habitual maestría en el arte del relato pero confabulando una nueva identidad como mujer y como escritora. Muriel Villanueva, barcelonesa y profesora de la Escuela de Escritura del Ateneu, un valor a conocer.



Y ahora los postdatas:

Elena Ferrante... Autora napolitana de una trilogía al parecer irresistible y a la que hace tiempo deseo hincarle el diente...




Marina Garcés...  La vi en el programa "Amb filosofia" y me cautivó. Una autora que acerca la filosofía al mundo de hoy. Seguro que no decepciona este libro.




Marcel Duchamp.  ¿A qué amante del arte no le gustaría rodearse de sus escritos completos, que publicó Galaxia Guttenberg ya hace unos años? Creo que aún se encuentra. Mmm... Delicatessen.

Y mi último postdata es para Sergio Pitol al que estoy leyendo ahora. Descatalogado, así que no creo que se pueda encontrar si no es en librería de viejo. Pero os invito a leerlo.
"El arte de la fuga". Una chuchería que nos lleva de paseo a través de múltiples viajes, caminos de su memoria, lecturas, viajes, trenzados siempre de abundantes reflexiones sobre la escritura.
El amigo de bolsillo para los amantes de viajar, leer y escribir. La tríada gozosa.

¡Felices lecturas!

domingo, 7 de febrero de 2016

"Sipiescas", entre París y Barcelona



Este martes tuve la ocasión de ver "El dia de la Sípia" en la Filmoteca de Barcelona (y luego un bis en el canal 33), breve película de Emili Manzano en torno al día en que Vila-Matas y Miquel Barceló se encontraron en  en París para conocerse y realizar el retrato de Vila-Matas.

Y, en consonancia con la pasión de Barceló con la sepia como materia de trabajo, y también con la expresión de Vila-Matas "el día de la sepia", estado provocado al ver la foto de una sepia "en el momento mismo de utilizar su capacidad de adaptación al fondo del mar para mimetizarse con el ambiente local" donde se "sintió de golpe transportado a un lugar cálido y peligroso a la vez", los espectadores pudimos transcender también a un estado sipil de asimilación al medio. Nos mimetizamos con el ambiente de París tras los pasos de Vila-Matas a lo largo y lo ancho de la ciudad en su disfraz invernal; nos adaptamos al color local en ese trayecto en taxi donde fluyen sus reflexiones sobre cómo construyó un personaje para sí mismo en su juventud "para ser leído" y luego ya no lo necesitó (sabemos que esa aparición en el taxi también es una suerte de máscara); entre acto y acto nos dejamos bañar por numerosos rincones en tránsito que dibujan la belleza de París; una vez en el estudio, nos inundaron la familiaridad y extrañeza que se producen a la vez en torno a la galería de retratos "despintados" (sometidos a la destrucción de la lejía), también una suerte de máscaras, para transportamos al arte de Barceló que es experimento y presencia pura, entre "sabios primitivos" y "cromatóforos"; mientras se crea el retrato, nos sumergimos en esa conversación entre dos creadores, que es un duelo de palabras del que emergen la nostalgia de las noches perdidas de la juventud, de lo que ya se fue o los que se fueron, algunos momentos míticos huyendo del servicio militar fingiendo locura, o generaciones perdidas que no fueron tan legendarias como desvaídas. Y, en fin,  acompañamos ambos en una la búsqueda incesante de identidad que se construye a sí misma en una fuga constante.

A destacar una música envolvente (de Publio Delgado), una guitarra eléctrica, que sonaba a lamento y también a presencia y resistencia a lo largo del paso del tiempo. Sentimos ese "esplendor intangible" que hay en el fondo de cada uno. Gozamos de París, "que no tiene catedrales ni casas de Gaudí".

Vila-Matas confiesa "admirar a Barceló" "porque ríe". Entre ambos han hallado el título adecuado a la exposición de Barceló. "Sipiesca". "Sipiesca", dice Vila-Matas es "diferente, simple, compleja"."no es discursiva, no es sucesiva", "no es arte sobre alguna cosa, es arte". Y concluye con el inquietante silogismo vilamatiense: "Sipiesca es sipiesca"
La cinta acaba con la imagen de Vila-Matas mirando teatralmente al infinito y después a la pantalla. Y en esta circunferencia trazada entre horizonte y espectador se erige un semicírculo, evocador, como toda su literatura. Una figura que nunca se cierra del todo y en la que podemos entrar y extraviarnos.
Salimos sipiescos en un estado de ánimo especial, donde todo detalle cuenta, donde la palabra y la imagen hipnotizan.... un estado potenciado por Manzano y Vila-Matas que ejercen de preludio y epílogo en persona en el espacio de la Filmoteca de Barcelona,  siempre con media sonrisa y la ironía en la mirada, como quien está a la vez cerca y lejos.  Un regalo para los sentidos. Un baño de arte. Un estado de intensa soledad comunicable, donde la política queda totalmente fuera de lugar. 









viernes, 29 de enero de 2016

Dominique González-Foerster en dos tiempos (entre dos bebés y tras las huellas de VM)



El pasado fin de semana viajé a París con mi familia, que incluye a dos bebés (de 0 y 3 años, al principio y final de la bebecidad como quien dice), siguiendo las huellas propias de tantos viajes anteriores a Paris, pero también, cómo no, las de Enrique Vila-Matas.
Había leído recientemente "Marienbad électrique" , y tenía mucha curiosidad por esa artista, Dominique González-Foerster, con la que tantos puentes trenza  Vila-Matas en sus conversaciones y también en sus obras.  
Quise aprovechar  su retrospectiva en el Pompidou, que supone una exploración de los límites del espacio y el tiempo y la identidad, como ya podemos apreciar en el cartel de presentación (la artista sumergiéndose en el agua disfrazada de Marilyn) y en las fechas que sitúan la exposición, simbólicas más que descriptivas: 1887 ( nacimiento de Marcel Duchamp e inauguración del Palacio de Cristal de Madrid, en que se basó la exposición "Splendide Hotel" y 2058 (fecha ficticia de un posible futuro distópico, con diluvio incluido, como aparecía en la exposición "TH 2058" de la Tate londinense).
Y ahí nos adentramos mi hija mayor, Alicia, que no quería perderse la experiencia de acompañarme a algo que me importaba, y yo, mientras el papá se adelantaba paseando con la bebé. A Alicia le encantan los museos, sobre todo los de arte contemporáneo, donde se ven muchas cosas raras y nunca es evidente el porqué. 
Se penetraba a través de una sala diáfana blanca y verde,  que tenía que ver con Brasilia: un espacio que era  un grito a la vivencia abierta que se iba a producir. Esas paredes invitaban a continuar con ágil curiosidad hacia la siguiente estancia, como hizo mi propia hija. Allí,en  un juego de luces y sombras. Alicia descubrió que andando junto a la pared se encendían algunos focos ( eso creaba sombras en la pared opuesta con los pasos del caminante). Por ahí penetrábamos en un laberinto peculiar donde se sucedían los espacios sin un orden específico. Y, como quien se introduce en el vientre de un caracol, nos dejamos llevar por unos pasillos oscuros y sinuosos, que accedían a salas misteriosas, donde tan pronto veíamos la proyección de una mujer cantando una ópera tragicómica, como  fragmentos documentales en una pantalla: la mujer de Nabokov dando un curso, una aparición disfrazada de Bob Dylan, o a una mujer desmayada en el suelo y su amante cantándole "¡Desdémona!"


 Me dejaba perpleja que mi hija tuviera más capacidad de atención (muda, reverente) que yo misma ante ese espectáculo, como si entendiera que por encima de todo discurso más o menos intelectual y críptico, prevalece la fascinación de los espacios oscuros y ante unas pantallas por las que transita un magma de palabras, de música. En el exterior del caracol, nos dejamos invadir por la visión aérea de decenas de citas literarias en diversas lenguas que planeaban sobre el muro; frente a ello, una visión desértica, paisaje distópico de libros abandonados en el desierto junto con el Bolaño de 2666; la contemplación del mismo a través del vidrio nos resultó atractiva e inquietante, cual belén literario y futurista.
A partir de este nudo, había dos caminos posibles, entre los cuales era difícil elegir, tal era el magnetismo al que sometía ese recorrido sin señalización alguna. Al final nos decidimos por un lateral, donde desembocamos en una peculiar sala. Allí, un sinfín de vestimentas pendían de las cuatro paredes, en torno a un centro constituido por un asiento circular y aterciopelado vacío. Luego supimos que se trataba de vestuario de la propia artista en sus diferentes edades, intercalado por algunas representaciones  bien de Scarlett O'Hara, bien de Edgar Allan Poe. Nos acomodamos en el asiento retro a hojera los libretos y allí la identidad se hacía y se deshacía a pasos agigantados, y sentíamos que tras todos los disfraces se es y no se es alguien, (¿por qué ese vestido? ¿cuando era pequeñita? ¿cuando era mayor?...) pero en cualquier caso la desnudez o más bien el no-cuerpo se articulaba como una fuerte presencia allí. 

Luego nos dedicamos a perseguir el ruido de la lluvia que se oía a lo lejos y si bien nunca accedíamos a la sala de la lluvia, deambulamos en torno a una figura rectangular flanqueada por algunos habitáculos desconcertantes. 





Eran  moradas más o menos subrepticias donde uno podía ver su propio reflejo en azul o bien mecerse ante unas butacas y sus espejos deformes, recordando la época de final de siglo XIX y cómo un artista se expone a sí mismo en un Splendide Hotel y en su misma desaparición.




 En otras habitaciones había camas vacías, vestimentas de diferentes personajes y épocas, butacas, radios encendidas y abandonadas. Fuera cual fuera su título y significado, la existencia de todo ello nos hipnotizaba, como si pasear por todos aquellos lugares nos hiciera estar a la vez aquí y en tantas otras esferas. Y como si al adaptarnos con nuestros cuerpos a esos espacios de libre juego que se nos ofrecían ya no solo viviéramos el arte de manera lúdica sino que nosotras mismas fuéramos el arte y pasáramos al otro lado del espejo de la Alicia de Lewis Carroll.


La misma Alicia fue la que se percató de que había un pomo que conducía a ninguna parte, es decir, que no se abría. Y no, no era una habitación para uso del personal del museo: tenía intención artística, como comprobamos en el folleto que apenas consultábamos. "Una habitación de hotel cerrada cuya única llave la posee el escritor Enrique Vila-Matas". Recordé haberlo leído también en "Marienbad électrique" así como la expresión "Rimbaud exposé", ausencia que iluminaba la sala decadente de las mecedoras junto con los libros, el antiguo tocadiscos y los espejos cóncavos. Ver la exposición con mi hija Alicia fue, en fin, algo  apasionante. Al estar pendiente de su expresión y sus palabras, no tuve tiempo de conceptualizar nada; sin embargo, acompañando su curiosidad, pude sentir el centro irradiador de toda aquella exposición. Pues el arte será eso, transportarnos de verdad, dejarnos llevar con nuestro cuerpo a otro lugar, multiforme, más amplio, más vibrante, más arriesgado.

Sin embargo, me di cuenta de que necesitaba repetir el visionado para poder aprehenderlo mejor. Así que, al día siguiente, mientras la mayor y su papá dormían la siesta de los benditos, me escapé esta vez con la bebé en la mochila, dispuesta a volver a esos espacios sin una interrupción verbal constante para seguir mejor el hilo de mis pensamientos. No había tenido elección, porque no podía abandonar a la bebé a su suerte mientras los otros dormían, y de todos modos nada más entrar a la exposición cayó dormida, sus ganas de ver mundo satisfechas. De todos modos, pronto me di cuenta de que la limitación que suponía ir con Emma era, como en el caso anterior, una bendición. Puesto que el sueño del bebé es tan profundo como impredecible: lo mismo puede durar quince minutos que tres horas; un intervalo donde  todo lo importante cabe, una buena comida, unas páginas leídas o escritas, una conversación, un momento de amor o de meditación. Pero como el final de ese intersticio de silencio es dudoso, esa misma volubilidad confiere al tiempo una calidad especial. Y no queda otra que vivir ese lapso de tiempo con total intensidad, sea cual fuere su duración, e intentando alejar cualquier frustración en caso de final precoz.

Así, entre el peso del bebé en mi cuerpo y la sensación constante de que aquella calma podría acabar en cualquier momento, disfruté de nuevo de la exposición, esta vez en un continuum que me permitió perfilar mejor el recorrido transitado el día anterior (esa apertura de límpida modernidad, esos preludios en el "vientre de caracol", donde uno siente que se desdobla y no y donde se catapulta al presente y al futuro antes de multiplicarse en tan diversas moradas ceñidas por la amenaza del diluvio). Y pude también adentrarme en el lugar que el día anterior no me había permitido, el Cosmodrome. Allí, a puerta cerrada, en una oscuridad total y espesa, pudimos percibir ese simulacro de viaje espacial, las luces iluminando alternativamente el horizonte o los laterales, catapultándonos al infinito, bajo la voz de Jay-Jay Johanson susurrando si estábamos listos, advirtiéndonos que nunca nada más sería lo mismo. Un viaje hacia otra dimensión, entendí, hacia la percepción artística de la realidad, donde todo es y no es lo que vemos. Emma seguía dormida así que no hubo problema alguno como me advirtieran los guías (esa sala cerrada puede crear sensación de pavor a los niños). Se encendió la luz, pisé el suelo como si fuera arena y de ahí pudimos emerger las dos como quien vuelve de la luna.
Aún descifré algún otro detalle que me había pasado desapercibido la víspera. El cartel de neón Exoturismo que da entrada a todas las misteriosas películas; claro, me dije, hacer turismo por el otro, los otros. Los símbolos de "doble felicidad"; cierto, la de estar aquí y la de más allá a su vez. También comprendí entonces que todas las representaciones figuradas de la sala de la ropa eran de la propia artista. Pero cuando ella estaba vestida era con ropa ajena, mientras que sus ropas pendían solitarias. Ser y no ser el mismo. Ella misma también era la del cartel inaugural y la que cantaba esa ópera bizarra, y la supuesta Bob Dylan. Constaté cómo la lluvia rodea todo el exterior de la instalación pero no lleva a habitación alguna. una lluvia de apocalipsis y fin del mundo, reminiscencia de aquella exposición basada en el diluvio que tuvo lugar en la Tate y aparecía en "Dublinesca" de Enrique Vila-Matas.
Después pude todavía ascender a la quinta planta y, tras mucho preguntar, hallé la última obra de Dominique ("Dublinesca") en una terraza exterior hurtada a la mirada de los visitantes de la exposición permanente del museo. Pude observar esos libros abandonados a la intemperie sobre unas camas vacías. Libros ya desastrados por la lluvia y las infinitas jornadas transcurridas allí desde el pasado septiembre.  El tema era el de TH2058 y también el de la novela de VM "Dublinesca": en un futuro de lluvia monumental el museo, los libros, constituirían sería el abrigo para los refugiados.


Sin embargo, en esa versión de TH2058 en pequeña escala del Pompidou, inversamente, el refugio era justamente el exterior del museo, la intemperie, en una imagen fuerte y desoladora. Abandono de la lectura, últimas reminiscencias que permanecen más allá de los cristales. Aguardándonos. Suspendidos en raíles esqueléticos, desnutridos, sin colchón ni amortiguador alguno. Libros o criaturas al acecho. Incitando a que la mirada escape del arte dirigido, domesticado, para acceder a la gloria agridulce de este arte, que es literatura en su invitación a ser leído, que escapa de los carriles establecidos. Asolado por la lluvia, al borde de la desaparición; tan cerca de los ojos pero sustraído a la mirada, hundido en la irrealidad de lo exterior al museo, donde  palpita todo lo que en realidad es.

Aún me quedaron por ver las obras del Atelier Brancusi. Pero ya había alcanzado la comprensión que buscaba en esa Dominique González-Foerster en dos tiempos: para una auténtica vivencia del arte, para acceder a un estadio de "república del arte" a lo González-Foerster o Vila-Matas, hay que vestirse con la curiosidad expectante de un niño de tres años, para quien todo es una aventura y no entiende de relojes ni direcciones obligatorias, y a través del denso silencio de un bebé en el instante que media entre un despertar y otro.