miércoles, 19 de noviembre de 2014

"La niña gorda", de Mercedes Abad


Si por gorda entendemos “abultada” o “torpe”, nada de gorda tiene la escritura de Mercedes Abad (Barcelona, 1961), antes bien, se trata de una voz ágil, fibrada, de corrosivo humor y aguda inteligencia, que lleva al lector en volandas de una expectativa a otra, de una atmósfera a otra, para atestarle sus calculadas bofetadas de gracia. La autora ya ha hecho gala de su feliz cóctel entre desparpajo, ironía y precisión lingüística en numerosos libros de relatos como “Ligeros libertinajes sabáticos”(1986) o “Media docena de robos y un par de mentiras” (2009), y en sus dos novelas, “Sangre” (2000) y “El vecino de abajo” (2007). El presente libro se puede leer como un conjunto de relatos aislados, pues cada uno contiene su universo singular, o bien, y mucho mejor resulta entonces, como una sinfonía con diversas variaciones sobre el mismo tema, teniendo en cuenta que cada una de ellas es irremplazable y única. La niña gorda atraviesa estas páginas en diversos momentos de su infancia y madurez; en común, un personaje sumido en una tensión irreparable: la insatisfacción, que va adoptando distintos matices, al unísono del estilo. De este modo, si bien en los primeros se narra su infancia desde una impertinente omnisciencia no exenta de ironía, como aparece en “El endocrino” (un relato casi épico de la iniciación de la protagonista en el agridulce destino de la dieta) y después en “El castillo”, “Amiguitas” o “La excursión” (introducidos por una misma salmodia, que va cifrando el paso del tiempo), el cuento “Las hermanas Bruch” efectúa un giro de punto de vista inesperado, en cuanto se presenta como un mundo cerrado en sí mismo, asfixiante, y en cuanto nuestra heroína ya no ejerce de protagonista sino de testigo Pero, eso sí, la voz narrativa ha virado a la primera persona, y en los siguientes cuentos irá transformándose en protagonista y alcanzando cuotas de cada vez más lucidez y cinismo. La primera persona se mantendrá ya hasta el final: en “El alféizar” y “La clase de costura”, la singularidad atormentada propia de la adolescencia va emergiendo buscando otra clase de rebeldía, mientras en “El regalo” y “Talla 36”, a medida que la protagonista cabalga en su propia juventud, la desfachatez y lo disparatado van ganando a los complejos, y la capacidad de mantenerse delgada es vista con gran ingenio, como un símil de voluntad sobrehumana en hacerse a uno mismo. Todo ello desemboca en “El sacrificio”, un relato hercúleo y desternillante que viene a ser un colofón perfecto para las transformaciones alegórico-realistas de una mujer que no se conformaba con ser gorda. En suma, “La niña gorda” ha aplicado todos sus kilos extra en inyectar los relatos de tensión narrativa y continuo extrañamiento, arrastrando al lector en una lectura de interés creciente y apasionante. 

Esta reseña apareció en el suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón el 23 de octubre de 2014

lunes, 3 de noviembre de 2014

No es solo entretenimiento (o por qué conviene enamorarse de los libros)



Lecturas inspiradoras que quiero compartir. Hoy, el ensayo de Jean Marie Schaffer, ¿Por qué la ficción?, que me ha alumbrado algunas ideas nuevas sobre la ficción y, sobre todo, me ha reafirmado en algunas intuiciones que ya tenía con sólidos argumentos. A ver qué os parece.

Schaeffer analiza cómo en nuestra civilización hemos convivido con el descrédito hacia la ficción en oleadas, ya desde los tiempos de Platón.
Y más concretamente, se ha desconfiado de un arte mimético; concepto que, aunque muy difícil de matizar y acotar, podría definirse como aquel arte que pretende emular la realidad (tradúzcase por ¿realista? ¿figurativo?... y abramos un amplio paréntesis de to be continued). 
Los argumentos que se han dado históricamente contra la ficción como arte que pretende imitar la realidad han sido los siguientes: que se nos brinda una "ilusión mimética", algo por un lado muy "fácil" (entiendo algo así como "simplón") y por otro "peligroso", puesto que puede llevar a los individuos ingenuos a confundir la realidad con la ficción o a pretender hacer de ello, erróneamente, una fuente de conocimiento.

Sin embargo, argumenta Schaeffer, ¿realmente puede darse que alguien confunda realidad y ficción simplemente por la lectura de novelas? Como seres cuerdos y racionales, ¿no tenemos la capacidad innata de desarrollar la capacidad imaginativa como un mundo paralelo al real? ¿No se da la "ficción lúdica" en todas las culturas del mundo desde la más tierna infancia? Y, para más INRI, ¿cómo se teme tanto la "capacidad de arrastre" (o riesgo de imitación de ciertas conductas en el mundo real) del arte ficcional, y tan poco la "capacidad de arrastre" que indudablemente existe en la realidad? Esto es, no tenderemos a ser más violentos por leer más historias de novela negra, sino por presenciar violencia en casa o incluso en los medios de comunicación.

Ciertamente, el descrédito por el arte mimético, o realista, o por la ficción pura y dura, elijamos la nomenclatura que elijamos, ha vivido otra oleada enorme de descrédito en este principio de siglo. Para empezar, el descrédito ha venido de la "alta cultura". ¿Solo puede ser digno un arte que se muestra consciente de sí mismo y que se enrosca en bucles y bucles de autoreferencialidad? ¿O solo puede ser digno un arte que tenga que aportar necesariamente "novedades formales" respecto al arte anterior? Por otro lado, en otro tipo de entornos menos "literarios", también se desacredita la ficción con otro tipo de argumento: que las novelas son "pérdidas de tiempo" y para eso, cuando una persona lee poco, resulta más útil leer ensayo histórico, o de actualidad, o autoayuda, que al menos así se mejoran los conocimientos o la propia vida. Y en este caso habría que preguntarse en este caso quién da la legitimidad de los contenidos de los supuestos libros de ensayo que DOCUMENTAN la realidad. ¿No está aquí el verdadero engaño, puesto que se presentan como reales interpretaciones puramente individuales?

Reconozcámoslo: una cosa es la legitimidad que se le quiera dar al arte por las voces que presiden la jerarquización de lo que es o deja de ser cultura válida.
Otra muy distinta la esencia del arte y lo que realmente opera en la emoción y en la mente de cada uno de los lectores, desde Homero a hoy.

Y como Schaeffer explica, precisamente en el caso de los niños se ha demostrado que a más capacidad ficcional (costumbre de leer, de imaginar mundos, de teatralizar) menos riesgo de agresividad. 

"El peligro de pasar a los actos no proviene, como Platón y sus seguidores creen, de una vida imaginativa demasiado rica, sino, a la inversa, de una capacidad imaginativa demasiado poco desarrollada. Oponerse al ejercicio de las capacidades imaginativas, lejos de imitar los riesgos de un palo del 'de mentira' al 'de verdad', los aumenta."

 Es más, hoy sabemos que la "competencia imaginativa" no solo no es perniciosa sino que asegura el "equilibrio afectivo". Cuando una persona se acostumbra desde pequeña al juego ficcional, sea  a través de lectura, teatro, juegos de rol, etcétera, se facilita su gestión de los afectos, ya que está acostumbrado a reconocer emociones y al tiempo desidentificarse de ellas, y ello asegura una buena gestión de los afectos en la realidad, o, como se diría hoy, una buena "inteligencia emocional.", que no es poca cosa, porque facilita el bienestar mental y la felicidad de la persona. ¿Quién no quiere eso para sí y los suyos?

Eso sí, nos aclara Schaeffer, para que se dé esta "función trascendental de la ficción" como reguladora de las emociones, se necesitan dos requisitos: el primero, que se produzca una "inmersión lúdica" en el hecho ficcional, es decir, tiene que disfrutarse horrores de lo que se lee, tiene que vivirse como algo libre y placentero, que el leer no entienda del paso de las horas; el segundo requisito, la "atención estética", que va muy ligado al primero, esto es, la capacidad de percibir belleza estremecedora en el juego ficcional.

Me gustaría saber por qué no se ocupan un poquito más de todo esto los políticos y no de tanta verborrea insustancial.  ¿Por qué no dar a conocer más a los ciudadanos estos argumentos para animar a todos los padres a que los libros formen parte del mundo de sus niños desde la más tierna infancia? ¿Tenemos en cambio que llenarles la cabeza de ideas, de corsés, y de miedos al futuro? Practiquen la ficción, vívanla, sin complejos, podría leerse en vallas publicitarias, que no es una pérdida de tiempo: serán más sabios y felices, y tendrán menos amargura.



jueves, 2 de octubre de 2014

Para siempre... O para nunca.


¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico

(Julio Cortázar, Rayuela)

Como para tanta otra gente, ese inicio de novela marcó para mí el himno de un enamoramiento, el  de París, ciudad literaria y poética donde las haya, el enamoramiento también de una noción romántica del amor, el que se deja llevar por la realidad del momento, el que se escribe a través de las notas del azar que nos rodean. El Pont-des-Arts es para mí los sueños y proyecciones de juventud y los primeros amores y también el desengaño y el paso del tiempo y la madurez, que resiste a los embates de lo circunstancial, lo que caduca. El Pont-des-Arts es recogimiento, momento de detención eterna; presente, pasado y futuro;  punto de fuga hacia los museos Louvre y Orsay; mirador privilegiado hacia esa extrañeza de las bifurcaciones que se ahondan en la Ile-de-la-Cité.
Pero una moda pasajera, la de poner candados en un puente emulando los personajes de un best-seller de Federico Moccia, está peligrando este símbolo y este lugar de singular belleza. Parece mentira cómo lo mediático tiene más poder que la lógica más elemental y la capacidad de dejarse impresionar por lo bello. Desde el 2008 se inició la moda, y no se detiene. Ya el junio pasado una barandilla cayó por el peso de los candados. El ayuntamiento propuso medidas para acabar con tal locura como invitar a los ciudadanos a hacerse selfies; pero los vendedores ambulantes siguen al acecho; se apostan en las esquinas, tal cual vendedores de droga, y las candorosas parejas que acuden a la caza de un momento de gloria saben a dónde dirigirse. Ahora, visto que el problema no cesa, las autoridades han decidido sustituir las vayas por paneles de vidrio.


Es una auténtica lástima que se sepulte la belleza de esas barandillas de hierro forjado, que permiten asomarse al puente sin perderse un detalle de la forma del agua a nuestros pies, tal cual hacía la Maga mientras Oliveira la admiraba en silencio sin ser visto. Es una lástima que el Pont-des-Arts entero peligre. Y es una colosal ironía que eso se haga bajo el nombre del amor y de la literatura, cuando ya antes el puente, con toda su desnudez y encanto intrínsecos, venía a representar exactamente lo mismo, pero sin que nadie necesitara apropiárselo, mellarlo, destrozarlo. Y los ingenuos que sellan los candados deben de creer que no puede existir mejor símbolo, que su amor queda salvaguardado para siempre. Pero el siempre es nunca y mientras el agua sigue avanzando bajo sus pies sin que puedan verla, los puentes y pasarelas se van cargando de un peso imprevisto, brutal que no pueden asumir, que les van hacer resquebrajarse sin remedio.

Llamadme romántica incurable, pero, cuando me encontré en el Pont-des-Arts ante ese nuevo paisaje, tengo que reconocer que lloré.

lunes, 16 de junio de 2014

Invitación a leer el Ulysses

Un pequeño homenaje a Joyce, aprovechando que el Bloomsday. Pequeña glosa libre de los primeros capítulos, densa melodía que sin embargo se puede proseguir lentamente como un día eterno y compacto; un día que contiene la nada y el todo; como nuestros propios días, si los miráramos de cerca y a la vez con distanciamiento y una lupa gigantesca de palabras.

I. El joven Stephen Dedalus se levanta en la Torre Martello, un caserón semiabandonado a las afueras de Dublín, en plena crisis, diciendo qué hago aquí viviendo con estas piezas, quién soy, para qué, ¿quién eligió esta cara para mí? Lluvia de palabras tejiendo su conciencia, junto al mar, palabras casadas, blancodeola, rielando sobre la sombría marea.

II

Dedalus en su trabajo de profe de historia de insituto sintiendo el absurdo a cada momento, oigo la ruina de todo el espacio, cristal roto y mampostería derrumbándose, y el tiempo hecho una sola llama lívida y definitiva. ¿Qué nos queda entonces?
 La dinámica absurda del aula, intercambio desigual, cerebros alimentados y alimentadores .
Pobres chicos, desabridos, aunque él también fue un muchacho, todos hijos de una madre, una le habría amado, le había llevado en brazos y en el corazón.
Algunos, y más cuando son jefes, va y se creen su papel, su patriotismo, su idiología, Me dan miedo esas grandes palabras que nos hacen tan infelices.

III

De paseo en el mar. Ineluctable modalidad de los visible: por lo menos eso, si no más, pensado a través de mis ojos. Presente rabioso.  Encuentras oscuras mis palabras. Oscuridad en nuestras almas, ¿no crees? Mañana será otro día. Sí, el poniente se encontrará a sí mismo en mí, sin mí. Todos los días llegan a su fin.
Observación de presencias sensuales. Desahogo solitario; altas vergas de un barco de tres palos, las velas recogidas en crucetas, en arribada, a contracorriente, moviéndose silenciosamente, barco silencioso.

IV

Leopold Bloom se levanta y va a comprar un poco de carne y preparar el desayuno para él y su mujer. Atravesando Dublín. Buen rompecabezas sería cruzar Dublín sin pasar por delante de una taberna.
 Observando las piernas, los movimientos de cadera. Date prisa, maldita sea. Aprovechar la ocasión mientras dura.
Ahora bien, ellas nunca comprenden.

V

Prosiguiendo el paseo, pronto a prepararse para el entierro del pobre. ¿Qué tal va ese cuerpo? Se va viviendo, dijo M’Coy. Desolación de los cuerpos. Lo tétrico de la iglesia.zz 
Buena idea el latín. Los deja atontados primero. Asilo para agonizantes. Idea rara: comer pedacitos de cadáver. Luego se sienten todos como una reunión de familia. Luego salen como emborrachados.

VI

De entierro. La bebida, el defecto de muchos hombres muertos.Desde luego, In paradisum. Dijo que iba al paraíso o que está en el paraíso. Lo dice encima de todo el mundo. Un trabajo bien fatigoso. Pero algo tiene que decir.
 Una vez estás muerto estás muerto. La idea del último día. Levantándoles a todos de un golpe de sus tumbas.
Siempre aparece alguien que uno no se imaginaba nunca.
Si de repente todos fuéramos alguien diferente.
 Fosas de cal viva. Cámara letal. Cenizas a las ceniza. O sepultar en el mar.

To be continued.


viernes, 23 de mayo de 2014

El arte o lo que está pasando: un preludio



Preludio a "Kassel no invita a la lógica", de Enrique Vila-Matas:

¿Quién creyó que Enrique Vila-Matas era un artista en su torre de marfil, que únicamente buscaba modos de seguir "rizando el rizo" y convencer a los demás de que sabe mucha literatura?

Si alguien creyó eso alguna vez, con cada nueva obra desmiente más el tópico. Así, "Kassel no invita a la lógica" es no sólo una aproximación al ensayo artístico desde la narrativa ni tampoco sólo una divagación respecto al arte de vanguardia sino un paseo lleno de frescura, de optimismo, que invita a creer en la fuerza del arte, en la energía y el poder del arte en la sociedad.

Con un tono que rezuma autenticidad, el autor penetra en la Documenta de Kassel y nos muestra cómo se va gestando su pensamiento, cómo la contemplación del arte, la conversación con las organizadoras y la visión de propuestas rompedoras va gestando corrientes eléctricas, soplos, impulsos, que llevan a crear en las posibilidades del arte y su papel en la sociedad actual.

“Me habría gustado confesarle en aquel momento a Boston que me parecía increíble que no hubiera yo sabido advertir desde el primer momento que lo político o, mejor dicho, la eterna quimera de un mundo humanizado, era inseparable de la investigación artística y del arte más avanzado." 

Y la conciencia se hace joven, despierta, reveladora, ágil y clara como la mañana.

Nunca hasta ahora había mostrado Vila-Matas con tanta intensidad que el arte es lo que está pasando ahora.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Preludio y fuga a la experiencia de la maternidad


Libros como el de Carolina del Olmo, ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista no son solo interesantes sino casi diría imprescindibles. Léanlo, pásenselo a sus amigos y amigas, sin importar su sexo y edad.

Esta es una de sus reflexiones finales:

"No se trata de seguir indagando en los factores biológicos o psicológicos -siempre individuales- que hacen de una persona algo así como una buena madre responsiva, sino de imaginar cómo debería ser nuestro entorno para que a todos nos sea posible ser buenas madres. Necesitamos una organización social en la que ser madre no implique salirse del mundo ni hacer equilibrios imposibles; en la que participar activamente en la vida común no signifique mutilar la experiencia maternal ni externalizar el cuidado; en la que todo el mundo entienda y proteja la importancia de los cuidados. Es cierto que hace falta toda la tribu. Una tribu que nos permita ser madres y ser otras muchas cosas más a la vez; que nos permita elegir de verdad y, en el mismo acto, comprometernos. No una sociedad que nos fuerce a decantarnos por opciones igualmente defectuosas y a dar la espalda a lo que son ingredientes irrenunciables de nuestra constitución como personas."

Y es que del Olmo ha sabido analizar muy bien las contradicciones en que nos hallamos inmersos en el ámbito de la maternidad. Por un lado, parece que hoy en día ser madre da como puntos extra en el currículum, por aquello de "haber pasado por la experiencia". Queda bien querer ser mamá, decir que se es mamá. Sonrisas benevolentes por doquier, al menos durante el embarazo y primeros meses de vida del bebé. Al mismo tiempo, eclosión del mercado bebé: ya tienes las ropitas, usas esta mochila o esta otra, qué cereales son mejores, si usas cereales; qué cunas, qué colchones, qué sillitas de paseo... Parece que el mundo de uno/a va a saltar en mil pedazos y el todo poderoso bebé lo va a ocupar todo, incluido el monedero entero. Luego, ¿qué teorías seguir? Ah, el sueño, el tema por antonomasia. ¿Eres de los González, de los Estivill? Parece que solo hay dos bandos, cuando las opciones son infinitas, y las críticas también, lo mismo oirás "demasiados brazos" o "déjale llorar por la noche" como "te echa de menos"o "¿y no duerme contigo?"
 Así, en la sociedad de consumo y de la  información todo parece girar en torno al bebé, pero, ¿qué hay de esta realidad de puertas adentro? ¿Cuántas madres hay aisladas y agobiadas con sus bebés en casa dándole una y mil vueltas a lo que podrían hacer mejor? ¿Realmente llevamos a cabo un diálogo sincero y refrescante con nosotros mismos, con los que nos rodean, de lo que supone en la vida la irrupción del bebé ? ¿Sabemos encontrar un ritmo adecuado, un entorno en el que sentirnos apoyados? ¿Y cómo es que, pasados unos meses, la mayoría de seres humanos deben de seguir lidiando con jornadas maratonianas, si es que no pueden permitirse dejar de trabajar? ¿No es posible replantearnos la vida como un universo múltiple, donde el cuidado del bebé o el anciano o las personas que hemos elegido acompañar se compaginen con una vida activa en la sociedad, con tareas no solo remuneradas sino que realicen al individuo que también se era antes-de-bebé? ¿No es cierto que en vez de llenarnos tanto la boca con fruslerías sobre el mundo bebé podríamos avanzar en crear unas redes de apoyo, donde la vida cotidiana fuera más fácil, sin que tengan que venir unos políticos a salvarnos la vida abriendo guarderías mientras nos recortan el sueldo?

Como mamá primeriza, sí, lo confieso, yo también he frecuentado y frecuento grupos de yoga de mamás y bebés, encuentros en la biblioteca, cursos de piscina para bebés. Todo ello me ha ayudado a compartir experiencias,  a intercambiar ideas, y, sobre todo, a pasármelo (y pasárnoslo) "teta". Sin embargo, hay momentos en que observo que en los encuentros entre mamás se tiende a focalizar la conversación demasiado en preocupaciones tan concretas como come esto, qué tal duerme, prefieres esta marca o la otra; y, si bien no deja de tener su importancia, a veces me parece que el mercado ha conseguido imbuirnos de su lógica aunque no queramos, y nos encontramos constantemente en una competición más o menos inconsciente para ver cuánto mejor podemos hacerlo, con qué mejores productos podemos acompañarlos, a qué teorías podemos adscribirnos como más fiables y comprobadas como si el objeto del deseo (la crianza perfecta) estuviera a nuestro alcance y solo necesitáramos tiempo, dinero, y mucha información para acceder a ella. En cambio, ¿qué es de la búsqueda del equilibrio real en nuestras vidas? ¿Y de la organización social pertinente para el buen desarrollo futuro de estas criaturas, no solo las propias sino también las ajenas? Al final, la cuestión no radica tanto en las decisiones que tomamos en mil y un aspectos de la crianza, digo yo, sino en si somos capaces de vivirlo plenamente e integrándolo en nuestra vida y en la sociedad. Y esto, lamentablemente, parece lo de menos.

Reconozco: hace rato que he salido del libro de la del Olmo. Y esto no es ni una reseña ni  una reflexión solo mía. Tampoco sé muy bien a dónde quiero ir a parar. Digámosle preludio y fuga. Pero que conste que ha sido ella, la del Olmo, la que me ha inspirado.



lunes, 12 de mayo de 2014

Por ahora, un preludio

Volvemos a la carga, a la escritura en blog. Siguiendo lo que empezamos hace unos años en ME ENCANTÓ BAILAR CONTIGO, pero ahora con otro título y estructura.

¿Para qué el blog? Para obligarse a cultivar la mirada, día a día. Para seguir compartiendo palabras y que acaso puedan crear chispas  asociaciones de emociones e ideas en mí misma o en quien lo lea.

Mis coordenadas vitales han cambiado un poco en estos años: ahora soy madre (y trabajadora, claro),  con todo lo que eso supone de limitaciones de tiempo y ampliaciones de andamios mentales. Y me he ido haciendo consciente de algo que ya sospechaba hace tiempo: que a menudo menos es más. Con menos tiempo, hay que hacer un esfuerzo extra para concentrarse en lo importante, para destilar la espuma de los días y hacer de ellas una amalgama de sentido. Es difícil pero no imposible, y entonces se ve con más claridad lo que queda más allá de la materia espumosa.
 Sí, cierto, que la vida con un bebé tiene mucho sentido y uno o una podría escribir páginas y páginas solo sobre eso. Pero también es cierto que se corre el riesgo de obnubilarse en exceso, de perderse, de hacerse individuo o tríada incomunicable para el resto de humanidad que no estén viviendo la inefable experiencia de blabla; en fin, la vida con bebé tiene aún más sentido practicando regularmente el arte de la fuga mental: conversaciones variadas, lecturas diversas; literatura, arte, pensamiento en dosis extra por vena.

En esta vida de ahora las palabras en fuga vienen siendo una necesidad; palabras de urgencia; palabras para cuestionar, para abrir apetitos, para incidir, para ampliar, para permanecer de algún modo mientras los acontecimientos siguen llevándonos incansables hacia adelante. Intentaremos trenzar las diversas vidas en este espacio abierto para darles mayor sentido, y que puedan comunicarse con otros mundos.

Por ahora esto solo es un preludio. Amenazo con otros preludios y numerosas fugas, breves pero intensamente regulares.