Si por
gorda entendemos “abultada” o “torpe”, nada de gorda tiene la
escritura de Mercedes Abad (Barcelona, 1961), antes bien, se trata de
una voz ágil, fibrada, de corrosivo humor y aguda inteligencia, que
lleva al lector en volandas de una expectativa a otra, de una
atmósfera a otra, para atestarle sus calculadas bofetadas de gracia.
La autora ya ha hecho gala de su feliz cóctel entre desparpajo,
ironía y precisión lingüística en numerosos libros de relatos
como “Ligeros libertinajes sabáticos”(1986) o “Media docena de
robos y un par de mentiras” (2009), y en sus dos novelas, “Sangre”
(2000) y “El vecino de abajo” (2007). El presente libro se puede
leer como un conjunto de relatos aislados, pues cada uno contiene su
universo singular, o bien, y mucho mejor resulta entonces, como una
sinfonía con diversas variaciones sobre el mismo tema, teniendo en
cuenta que cada una de ellas es irremplazable y única. La niña
gorda atraviesa estas páginas en diversos momentos de su infancia y
madurez; en común, un personaje sumido en una tensión irreparable:
la insatisfacción, que va adoptando distintos matices, al unísono
del estilo. De este modo, si bien en los primeros se narra su
infancia desde una impertinente omnisciencia no exenta de ironía,
como aparece en “El endocrino” (un relato casi épico de la
iniciación de la protagonista en el agridulce destino de la dieta) y
después en “El castillo”, “Amiguitas” o “La excursión”
(introducidos por una misma salmodia, que va cifrando el paso del
tiempo), el cuento “Las hermanas Bruch” efectúa un giro de punto
de vista inesperado, en cuanto se presenta como un mundo cerrado en
sí mismo, asfixiante, y en cuanto nuestra heroína ya no ejerce de
protagonista sino de testigo Pero, eso sí, la voz narrativa ha
virado a la primera persona, y en los siguientes cuentos irá
transformándose en protagonista y alcanzando cuotas de cada vez más
lucidez y cinismo. La primera persona se mantendrá ya hasta el
final: en “El alféizar” y “La clase de costura”, la
singularidad atormentada propia de la adolescencia va emergiendo
buscando otra clase de rebeldía, mientras en “El regalo” y
“Talla 36”, a medida que la protagonista cabalga en su propia
juventud, la desfachatez y lo disparatado van ganando a los
complejos, y la capacidad de mantenerse delgada es vista con gran
ingenio, como un símil de voluntad sobrehumana en hacerse a uno
mismo. Todo ello desemboca en “El sacrificio”, un relato hercúleo
y desternillante que viene a ser un colofón perfecto para las
transformaciones alegórico-realistas de una mujer que no se
conformaba con ser gorda. En suma, “La niña gorda” ha aplicado
todos sus kilos extra en inyectar los relatos de tensión narrativa y
continuo extrañamiento, arrastrando al lector en una lectura de
interés creciente y apasionante.
Esta reseña apareció en el suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón el 23 de octubre de 2014
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