domingo, 4 de julio de 2021

Fernández Mallo: una mirada exótica a la contemporaneidad






El ensayo de Fernández Mallo ‘La mirada imposible’, publicado deliciosamente por WunderKammer, nos seduce desde el principio con su tono narrativo y apelativo, con sus probaturas de forma y de contenido, a la zaga de conexiones peculiares de pensamiento, de motivos y analogías para describir al hombre contemporáneo.

Así, como reza la primera parte, se pregunta por qué «somos seres tropicales», cómo nos adaptamos a las diversas circunstancias, cómo deseamos siempre lo ajeno para constituirnos : necesitamos del arte de la imitación, la representación, el arte del escenario. Eso lo relaciona con potentes imágenes, como Petrarca y el alpinismo. Cuando Petrarca describía su ascensión a los Alpes hacía de ello una anécdota épica. Si escalaba era para luego contarlo, representarlo. Somos seres tropicales, somos seres que necesitamos de un escenario para disfrazarnos, para vendernos. Somos seres también que necesitamos atravesar la quinta pared, hallar un lugar donde escondernos y allí confundir los parámetros entre realidad y ficción. Y en verdad «es en el travestismo donde emerge nuestro más secreto yo»: nuestro disfraz, nuestra máscara, pues, es lo que nos define.

En la segunda parte «Mirar y ser mirados», Mallo describe cómo en la era de la identidad digital la identidad se conforma a través de un haz de identidades que no controlamos, en el magma de la red. Y describe como «mirada imposible» la que trata de captar en su totalidad la realidad; la ausente mirada de Dios, la de una película de David Lynch. Igual de imposible resulta la «identidad autocreada», una falacia, ya que nuestra identidad carece de centro y en realidad no depende de nosotros sino que la construyen «los otros».

Otra de las analogías que realiza es la de la oscuridad y la luz. Y a nivel simbólico establece puentes entre esa experiencia y la del hogar. En la oscuridad de lo indefinido, de nuestra propia imagen, de nuestros propios órganos internos, esto es, nuestro ser más íntimo, necesitamos ser mirados, como demuestra la mirilla de las casas, y necesitamos también dar un punto de salida de la oscuridad corporal, como quedaría representado por el agujero del inodoro. Esas analogías salvajes y únicas nos llevan de sorpresa en sorpresa hasta el desarrollo final del ensayo, donde hace equiparar la oscuridad a la oralidad, que se pierde en la noche de los tiempos, y la escritura a la luz.

Así, en el magma de la identidad contemporánea, donde somos seres tropicales, inquietos, movibles, deseosos de ficción, perdidos en la vida virtual, que no sabemos por dónde ni desde dónde mirar ni mirarnos, al final podemos hallar un resquicio de esperanza en la escritura como portadora de sentido. Un ensayo, pues, bizarro, original, muy tropical en sí mismo, que podría comenzar a leerse con la camisa hawaiana puesta, en un tránsito nómada o en una playa de invierno, a deshora, y que se acabaría con aire meditativo, desde el escritorio de casa, mirando y mirándose uno junto a una taza de café.

Este artículo apareció en el Heraldo de Aragón el 23 de junio de 2021.

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