Un blog sobre literatura y sobre el poso que dejan los días; o de los equilibrismos perpetuos para ser a la vez preludio y fuga.
jueves, 8 de octubre de 2020
Hélène Gestern: un viaje que reconcilia destinos
jueves, 13 de agosto de 2020
Un intento de diálogo intempestivo
Llevaba meses planteándome qué puedo escribir. Cómo puedo dar una respuesta cotidiana a esta situación exasperante del covid, haciéndolo desde la propia verdad, y al tiempo saliendo un poco de los estrictos márgenes del yo. Por ahora la solución que he encontrado es dialogar con mi abuela difunta.
Aquí podéis leer un fragmento del inicio de esa conversación, que va fluyendo a borbotones a lo largo y ancho del verano:
lunes, 3 de agosto de 2020
El divorcio según Rachel Cusk
Estas son unas líneas que escribí para la Revista de Letras, hablando sobre "Despojos" de Rachel Cusk, editorial Asteroide.
"'La nueva realidad' era una expresión que oía a todas horas esas primeras semanas: la gente la empleaba para describir mi situación, como si en cierto modo representara un avance. Pero la verdad es que era una regresión: la vida había metido la marcha atrás. De repente no avanzábamos, sino que retrocedíamos, volvíamos al caos, a la historia y la prehistoria, a los comienzos de las cosas y al tiempo anterior a que esas cosas comenzaran. Un plato se cae al suelo: la nueva realidad es que está roto. Tenía que acostumbrarme a la nueva realidad."
Rachel Cusk nos habla con ironía en estas líneas de una nueva realidad y de cómo esta es más bien un retroceso que un avance, un plato roto. Ahora bien, aunque detectemos paralelismos, la nueva normalidad que vemos representada en este libro no es la que ahora vivimos en el plural de la era coronavírica, sino la más específica de su divorcio.
En Despojos, presentado como narrativa autobiográfica, se nos dibuja el paraje desolado que queda después de una separación, con el hundimiento del relato anterior sobre la propia vida, con la vulnerabilidad a flor de piel, con la autorrepresentación en crisis cuando el conjunto familiar pasa de civilización a caos. Y si hay algo relevante y admirable en este libro es precisamente la manera de modular y mostrar el caos, a través de elementos como la analogía, el desplazamiento, la elisión, como si Cusk nos mostrara su mundo en el modo como este se despedaza entre imágenes oníricas, usando los mismos recursos que cifraba Freud en La interpretación de los sueños. Así, Despojos se lee como una suerte de sinfonía musical con diversos movimientos que nos van guiando a través de sugerencias diversas que caracterizan el estado de la protagonista, aunque nunca nos dicten de manera nítida sus móviles:
Rastrojos, el primer capítulo y tal vez el más elocuente, nos habla sobre lo que queda después de la siega, la destrucción antes de la reconstrucción. Y se nos relata cómo fueron las bases de su organización matrimonial, supuestamente muy modernas e igualitarias pero que fracasaron. Así, la pareja decide intercambiarse los roles clásicos al tener hijos, el hombre quedándose en casa y la mujer trabajando pero la ecuación resulta imperfecta, porque la mujer acaba sintiéndose un hombre travestido y con gran frustración por no sentirse reconocida en su maternidad. Aquí aparece un interesante motivo de debate sobre feminismo y sobre cómo ha de construirse una mujer para sentirse completa, conciliando el instinto y la civilización.
En la segunda parte, Extracción, se habla del momento doloroso de la separación usando a modo de analogía la imagen de la extracción de una muela cuando el dolor ya es insoportable, aunque se sabe que quedarán secuelas. Después, en progresivos capítulos se nos trazan otros elementos que nos ayudan a entender el mapa de las ruinas: la afición de las niñas y ella por los clásicos griegos, como la Orestíada o Antígona, con los que intentan entender sentimientos extremos; el desvalimiento y vulnerabilidad que siente una familia de tres mujeres, en paralelo a una nueva libertad vertiginosa; la mirada ambivalente ante las familias convencionales y su modo de vivir, mientras se va encontrando otro modo de vivir más arriesgado; las conversaciones y encuentros con los tres hombres de su nueva vida: su ex, su psicoanalista y su nuevo amante. Y el último capítulo Trenes resulta un cierre del todo desconcertante, puesto que hay un cambio de punto de vista, y de repente lo que importa es cómo una joven y desvalida canguro enfrenta las dificultades que suponen ayudar a una familia, y sentirse útil en ella, enfrentando a la vez los deseos de la mujer y del hombre enmedio de sus disputas.
En todas esas páginas, pues, veremos una continuidad entre la trilogía novelística A contraluz para los que la hayamos leído, también publicada por Asteriode, y Despojos, traducida ahora al castellano pero que en realidad es anterior cronológicamente. Hay una línea constante en el etilo de ambos: una manera oblicua, perifrástica, de acceder a la interioridad de alguien. Sin embargo, en A contraluz la interioridad de la protagonista queda velada de modo todavía más radical, y accedemos de manera parcial a otras interioridades, otros personajes que se cruzan en su camino.
Sin embargo Despojos, como literatura autobiográfica, resulta un caso atípico y perturbador. Así, cuando se anuncia como un texto sobre "el matrimonio y la separación", el lector al uso pensará que vamos a conocer todas las intimidades y miserias que llevan a un matrimonio al infierno y posterior separación. Pero, tal y como nos advertía la autora en el festival Primera Persona Indoors que tuvo lugar en el CCCB el pasado 30 de mayo, si queremos saber los motivos que llevaron a la separación, ello no es la sustancia de este libro: el libro es un trabajo de escritura, que se adentra en la narración de los despojos del Yo que quedan después de la separación. (De hecho la versión inglesa originaria de 2012 se titula Aftermath, cosa que ya nos indica que se trata de la narración del después de la catástrofe, no de su causa).
En definitiva, si bien resulta deliciosa la prosa enigmática que nos lleva de una reflexión a una imagen y viceversa y que va constituyendo una retórica del dolor y la confusión de la separación, no deja de echarse de menos un mayor ahondamiento en la situación que llevó al matrimonio de Cusck al colapso, puesto que no queda claro si ha tenido algo que ver con el anticonvencional modo de organizarse en familia o no, y ese detalle sí podría resultar relevante en la recepción del discurso del libro. Aunque lo importante sea la escritura, el lector espera una parte de confesión en la escritura autobiográfica para poder empatizar con el personaje y para que el libro constituya un testimonio comunicable de expresión humana. En este caso, esta comunicación se produce de manera harto esquiva, por lo que sentimos que la autora nos regala una pieza de orfebrería literaria, sí, pero sumergida en unas aguas translúcidas en la que no nos es posible vernos reflejados más que a modo de destellos, de fragmentos.
Mejor, entonces, enfrentar la lectura de Despojos a sabiendas de este rasgo: que no nos va a dar pistas claras sobre su proceso de desencuentro, sino que nos van más bien a mostrar los fragmentos del espejo roto, y cómo es de difícil construir una nueva narración sobre uno mismo cuando la anterior ha estallado en mil pedazos. Cómo ser mujer, cómo hacerse mujer, como ser madre sin dejar de ser una misma, cómo tratar de dinamitar los antiguos roles pero sin menospreciar el legado cultural ni el biológico, cómo atreverse a cultivar una identidad nueva, esos son, más allá de la crisis del matrimonio en sí, los grandes temas que subyacen en el texto de Cusk. Y no es poco.
"Mejor vivir una vida compartimentada y desorganizada, mejor sentir la oscura agitación de la creatividad, qu einstalarse en una unidad civilizada y atormentada por el impulso de destrucción".
"Lo que viví como feminismo eran en realidad los valores masculinos que mis padre, entre otras personas, me legaron con buena intención: los valores travestidos de mi padre y los valores antifeministas de mi madre. Por tanto, no soy feminista. Soy una travestida que se odia a sí misma."
"No identifico a esta autoridad como mi marido: la autoridad es el propio matrimonio, y en estos momentos de libertad, tengo la sensación de que a él le amedrenta tanto como a mí, casi llego a pensar que podría reclutarlo para que se sume a la fuga y reencontrarme con él allí, en el no-matrimonio, libres los dos."
"El matrimonio es civilización, y ahora los bárbaros están retozando entre las ruinas".
miércoles, 22 de julio de 2020
Rancière / Bassas. Diálogo sobre la política del lenguaje
He tenido la ocasión feliz de leer y reseñar el libro "El litigio de las palabras" y los vericuetos de la conversación entre dos grandes, o un grande y un gigante: Xavier Bassas y Jacques Rancière.
Ha aparecido hoy en el "Diari de Tarragona" (Suplemento "Encuentros"
Este libro nos permite un
privilegio: asistir al diálogo entre Jacques Rancière, un gigante de la
filosofía francesa contemporánea, que fue discípulo de Althusser, siempre polemizador,
con obras como El maestro ignorante o En los bordes de lo político, y Javier
Bassas, un ‘sparring’ a su altura: traductor de Rancière, autor de Jacques
Rancière, El ensayo de la igualdad, y
agitador de la escena filosófica de Barcelona. Y no es baladí que el libro sea
un diálogo: este se construye en su forma más genuina, como discusión que se
adentra en todos los meandros del pensamiento de Rancière sobre lenguaje y
política; un formato dialéctico que no es nuevo en Rancière, pues aparece en
obras fundamentales como El reparto de lo
sensible o ¿En qué tiempo vivimos?
Ahora bien, en El litigio de las palabras
Bassas conjuga con especial habilidad el lugar del profesor, el traductor y el
ensayista, de modo que el libro adopta muchos niveles de lectura. Tras un
pertinente prefacio, cada bloque temático se abre con un discurso que permite
al lector enmarcar la cuestión en la obra del autor y situarse en la posición
idónea para compartir el alcance de la pregunta. Rancière, por otro lado,
tiende a recusar de entrada cualquier afirmación o clasificación previa, para
después proponer una construcción alternativa del concepto, donde se tiene en
cuenta lo expuesto antes, como si necesitara crear desde la contradicción
perpetua.
Este modo de dialogar
escenifica de modo impecable la concepción del lenguaje y la igualdad según
Rancière, que constituye el tema del libro: no se trata de buscar un lenguaje
simplificador para salvar una supuesta distancia entre emisor y receptor, sino
de construir un mundo común mediante el proceso de escritura. Y ello poniendo en cuestión toda separación de
géneros y jerarquía, buscando el desplazamiento en el sentido. El discurso
filosófico, en similitud con el lenguaje literario, ha de contener tensión de
sentidos, con el fin no de reforzar ninguna “convicción o consentimiento” sino de
“producir una nueva manera de sentir”. Aquí radica el meollo de la vertiente
política de esta escritura disensual,
que ha de mostrar y subvertir la desigualdad subterránea. Quien toma la
palabra, que siempre es de otro, se erige en sujeto político, y la transforma en otro sentido, para perseguir la igualdad en
el reparto de lo sensible. El arte es
entendido también como acto político si, en lugar de la poética representativa
y la dominante, que sería la del consenso,
nos fijamos en aquellas formas que en su momento se han considerado al margen,
como Don Quijote o Pantagruel: estas tendrían que ver también
con la práctica del disenso como
alteridad e igualdad radical.
En El litigio de las palabras, en suma, el
lector puede experimentar y compartir este duelo lingüístico que alumbra nuevos
significados de estética y política. A posteriori, la percepción de su propia
inteligencia se habrá renovado, y también el ímpetu para continuar adelante la
aventura de pensar.
jueves, 14 de mayo de 2020
Descubriendo a Sonia Hernández
Hoy en la Revista de Letras podéis leer la entrevista que he hecho a Sònia Hernández: una escritora que vale la pena conocer, y además afincada en El Masnou, tierra vecina a la mía.
https://revistadeletras.net/sonia-hernandez-me-mueve-lo-que-no-entiendo/
lunes, 4 de mayo de 2020
Entusiasmo y filosofía
Hoy en el Heraldo de Aragón he publicado este artículo donde comento algunos libros de la colección de Gedisa "Pensamiento Político Posfundacional":
'Pensamiento político posfundacional': el entusiasmo y la filosofía hoy
Gedisa impulsa una colección de textos de filósofos surgidos tras la crisis del pensamiento metafísico: Foucault, Agamben, Rancière y Derrida,
Los amantes de la filosofía estamos de suerte: la editorial Gedisa está impulsando la colección Pensamiento político posfundacional donde se exploran diversos filósofos surgidos después de la crisis del pensamiento metafísico, tales como Foucault, Agamben, Rancière, Derrida, Lyotard, en una serie de manejables volúmenes (que serán quince en total, en catalán y en castellano). A destacar, en primer lugar, que cada uno de los libros está desarrollado por un acreditado experto en la cuestión; además, se apuesta no por la exhaustividad sino por ofrecer una visión poliédrica y priorizar los conceptos que nos puedan dotar de herramientas críticas ante la actualidad. Los libros, en fin, no son ensayos de filosofía política al uso, sino apetitosas degustaciones, rigurosas y estimulantes a la vez, que nos puedan alumbrar sobre “lo político”.
Sobre “la política y lo político” trataba precisamente el curso que ofrecieron recientemente los mismos autores, coordinados por Javier Bassas, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, y organizado por el Institut d’Humanitats, que terminó precisamente el jueves anterior al confinamiento general. Y ciertamente la noción de “lo político”, entendido como fuerza viva y en movimiento de la humanidad, contrapuesto a la política entendida como organización racional, constituye un eje de comprensión de toda la colección. Es en las fisuras que se hallan entre la política y lo político cuando se pone de manifiesto la crisis de ciertas categorías de pensamiento y se abre un necesario espacio de reflexión hoy.
Destaquemos cuatro de los volúmenes de la colección. En 'Michel Foucault: Biopolítica i governamentalitat' (pendiente de aparecer en la versión castellana) Ester Jordana (componente de la Red Iberoamericana Foucault, a quien dedicó su tesis doctoral) hace incidencia en el concepto foucaultiano de biopolítica , según el cual todo lo que afecta a las personas es político, como gobierno que se ejerce sobre la vida, violentándola. Foucault nos ayuda a entender cómo el liberalismo como forma de gobierno no se propone conquistar territorios sino gobernar una población, a partir de obligarnos a producirnos a nosotros mismos como objeto de consumo. Frente a ello, se propone una política de resistencias, de asimetría, con el objetivo de devolvernos el timón de nuestra propia vida.
'Giorgio Agamben: Política sin obra', de Juan-Evaristo Valls (miembro del Grup Derridià y experto en filosofía de la literatura y estética y política) cuestiona la ontología de la operatividad que hemos heredado, donde hacer supone la propia identidad, y el sujeto se ve sumergido en el deber y la culpa permanentes. Agamben en cambio incita a rescatar el hombre como potencia, no como acción ni mercadería y “devolver a la vida su anarquía, su falta de límite”. Ello lo relaciona con pensar una ética y política cómicas, poniendo en el centro de la vida no la perfección moral sino la felicidad. El arte podrá ser político precisamente si se alía con la vida, sugiere Valls en su relectura de Agamben, no sin ecos del credo surrealista 'changer la vie': de nada sirve plantearse ‘cambiar el mundo’ sino cambiar la vida, y para ello lo más subversivo hoy es reivindicar la ‘inoperancia’, la inacción.
Javier Bassas, que publicó recientemente el diálogo con Rancière 'El litigio de las palabras' (Ned Ediciones) y traduce habitualmente a Rancière al castellano, es autor del volumen 'Jacques Rancière: Ensayar la igualdad'. Aquí Bassas ha corporeizado el pensamiento de Rancière en un ensayo particular donde reclama que toda palabra y toda inteligencia sea igualitaria. Según el ‘reparto de lo sensible’ ranceriano, hay que observar qué identidades y capacidades se relacionan con los colectivos y qué o a quién se deja de lado en ese reparto. Entonces, en un proceso de subjetivación política, el gesto emancipatorio supone apoderarse de otros modos de ver y de decir, más allá de los consensos establecidos. Visto de este modo, toda estética es política y se aboga por perpetrar una práctica de la igualdad en la misma escritura (y lectura) y tender hacia la democracia como un gobierno “anárquico”, donde todo cabe.
En 'Jacques Derrida: Democracia y soberanía' de Laura Llevadot, experta en pensamiento contemporáneo y deconstrucción, nos resulta de especial interés la visión derridiana de los estados como “nacionalistas y canallas”, que usan la nación como legimitación para la violencia. Asimismo, se define la democracia como un fenómeno inquietante, “una injunción desestabilizadora”; único sistema abierto a la alteridad radical y que puede hasta eliminarse a sí mismo. En Derrida, en definitiva, todo es sospechoso y está en movimiento: la escritura se acerca a sí misma sin nunca coincidir del todo con ella misma; como el feminismo, como la misma democracia.
Llevadot termina su libro destacando la sentencia derridiana “Preferid siempre la vida, afirmad sin cesar la sobrevida”. Y algo me dice que en esta afirmación habla no solo la autora del libro sino la directora de la colección, la agitadora filosófica que ha impulsado iniciativas como el “Barcelona pensa”. Más allá de las leyes que vienen impuestas, más allá de la lógica capitalista de la propia vida como escaparate y objeto de consumo, la sobrevida se halla en la lectura, en la libertad del pensamiento crítico, nada más necesario en estos momentos, y que nadie nos podrá nunca arrebatar, tal y como ya destacaba hace décadas Víctor Frankl en 'El hombre en búsqueda de sentido'.