jueves, 8 de octubre de 2020

Hélène Gestern: un viaje que reconcilia destinos


Ya hace un tiempo que Periférica y Errata nos tienen acostumbrados a las coediciones, con sorprendentes novelas ambiciosas de autoras poco conocidas en nuestro país, como fue el caso de la alemana Angelika Schrobsdorff o la americana Mary Karr. Ahora nos acercan la obra de Hélène Gestern, escritora e investigadora universitaria francesa (Nancy, 1971), que había sido inédita en castellano hasta el momento.

‘El olor del bosque’ nos hace penetrar, con la sutileza que el título define, en un mundo peculiar, el del conocimiento del pasado a través de la fotografía y la escritura íntima. Pero lo que hace más valiosa a esta novela es la capacidad de ahondar al unísono en la intimidad de la protagonista y de las vidas sobre aquellos que investiga.

Ciertamente el relato construido a través de una indagación sobre fallecidos no se trata de ninguna novedad: hemos podido verlo desarrollado magistralmente en escrituras como la de Siri Hustvedt (‘Elegía para un americano’), Delphine de Vigan (‘Nada se opone a la noche’) o Miguel Ángel Hernández (‘El dolor de los demás’), entre tantos otros. Ahora bien, ¿qué tiene de singular esta novela? La generosidad y la amplitud de miras.

Puesto que trata de un drama íntimo, sí, como todas las novelas citadas, pero no solo eso sino que se pone en paralelo con un proceso de investigación más amplio, que gira en torno a personajes supuestamente famosos o anónimos de la historia reciente (en el contexto de la Primera y Segunda Guerra Mundial), y se nos aproxima a ellos con gran profundidad de matices hasta que percibimos una familiaridad brutal con ellos, como si hubiéramos logrado atravesar y extraer de la sombra filtros y filtros de historia.

No hay que dejarse amilanar por la longitud de esta novela. Hay que abordarla con la lentitud y delicadeza que merece. Nos adentraremos poco a poco por la sintaxis entumecida de Élisabeth Bathori, la protagonista, que emerge de un profundo duelo y comienza a volver a sentir el despertar por su vocación investigadora, la del archivo fotográfico y epistolar. Pronto nos veremos enredados por la maraña de situaciones y personajes del presente, con sus vidas incompletas, con sus dudas y frustraciones, y que al tiempo nos alcanzan otras épocas, otros sufrimientos, otros enigmas: el de Alban, astrónomo sensible y soldado de la «Gran Guerra» y su visión descorazonadora desde el frente; el de Diana, joven adelantada a su época, de carácter impetuoso, amante de las matemáticas, que vive un drama amoroso y vital en total discordancia con su entorno; el de Anatole Massis, cuya obra aplaudida en Francia encierra aún grandes enigmas en biografía y su poemario más célebre (el lector se cansará de buscar estos personajes en Google, son tan verosímiles como inexistentes).

También nos sorprenderá el destino de Tamara Zilberg y su periplo dramático por la Francia de la ocupación. En su proceso de trabajo, Elisabeth se desplaza no solo por Francia, España, Portugal, Suiza, Bélgica sino también por páginas y páginas de cartas y diarios inéditos, por diálogos inesperados con investigadores o descendientes de las personas cuya existencia trata de alumbrar. Y así, de modo progresivo y casi imperceptible, mientras se ve atrapada por los destinos ajenos, como especificidad humana también como documento revelador de dramas colectivos de la historia, logra que su propio destino se vaya desbloqueando y vuelva a interesarse por el latido de la vida y a dejarse seducir por las personas, por los lugares, y vaya surgiendo en ella la llamada de un nuevo punto de anclaje.

Tal vez en algún momento de la parte central nos parecerá que las situaciones ya se repiten, que la continuación es previsible. Pero que eso no nos llame a error: si bien la novela podría ser más breve, y con ello ganaría aún más intensidad, vale la pena recorrer sus páginas de principio a fin. Llegará un momento en que no podremos abandonarla, donde los hallazgos no dejarán de sorprendernos, y donde nos hallaremos tan próximos de todos los personajes, especialmente los dibujados desde tiempos pasados, que sentiremos que todos ellos han encontrado un lugar en nosotros.

En fin, ‘El olor del bosque’ es una apología a la memoria histórica, sobre todo en su parte más humana, individual y casi unamunianamente intrahistórica; una novela brillantemente construida y estructurada a base de fragmentos que van aunándose en busca de sentido; un buen relato para los que amen la fusión entre investigación y ficción, y la hibridación genérica; pero también (y esto es difícil de conseguir a la vez) una novela con una trama adictiva, de esas que una desea acabar y después desearía no haber acabado nunca. Sus tiempos, sus silencios, sus búsquedas, serán las nuestras y harán que también nosotros pasemos imperceptiblemente por encima de nuestro destino y al acabar el libro nos parezca abrazarlo con mayor claridad, como le sucede a la investigadora, como sucede con la mejor literatura.

'El olor del bosque'. Hélène Gestern. Traducción de Laura Salas Rodríguez. Periférica/Errata Naturae. Madrid, 2020. 700 páginas.

* Esta reseña apareció en el Heraldo de Aragón en su versión digital y también en papel 

jueves, 13 de agosto de 2020

Un intento de diálogo intempestivo


Llevaba meses planteándome qué puedo escribir. Cómo puedo dar una respuesta cotidiana a esta situación exasperante del covid, haciéndolo desde la propia verdad, y al tiempo saliendo un poco de los estrictos márgenes del yo. Por ahora la solución que he encontrado es dialogar con mi abuela difunta.

Aquí podéis leer un fragmento del inicio de esa conversación, que va fluyendo a borbotones a lo largo y ancho del verano:




Querida padrina: 

Ya hace tres años que no estás viva. Qué rápido pasa el tiempo. A menudo he pensado que las charlas contigo era uno de los momentos donde me había sentido más presente, en ese presente lento, denso, casi pegajoso en su materialidad y lentitud. Ojalá estuvieras a mi lado ahora y pudiéramos comentar todos los enigmas que acarrea el coronavirus y el rastro de las soledades y las incógnitas que deja a diario. Ojalá, pero en realidad no podría verte para hablar sobre ello. O tal vez ya habrías muerto en la primera oleada del coronavirus en la residencia. Esto es lo más terrible de estos tiempos: en tener que proteger a la gente que más quieres y, por amor, mantenerte alejado de ellos. Y que se hagan tan importantes las conversaciones diferidas en el espacio, no tanto en el tiempo. De hecho la realidad de la conversación a distancia a veces acaba siendo más intensa que esa conversación cara a cara mediatizada por tantas cosas secundarias: si llevamos mascarilla o no, si mantenemos la distancia, si estamos en el lugar adecuado.

Ayer tuve un sueño que me acompañó durante todo el día: lo importante fue solo un retazo, una frase que alguien me dijo y me iluminaba. Era algo filosófico sobre la experiencia. Intenté buscar después de qué frase podría tratarse, qué han dicho los grandes filósofos sobre la experiencia. Nunca recuperaré la frase del sueño, ni sabré si existía o no escrita en algún libro o era producto exclusivo de mis circuitos neuronales. En cualquier caso, podría servirme esta misma de Albert Camus: “No puedes adquirir experiencia realizando experimentos. No puedes crear la experiencia. Tienes que sufrirla.” El covid: hay una soledad que nos atrapa a todos y a la vez nos iguala. ¿Cómo decir a la vez lo individual y lo colectivo, lo neutral y aquella sombra que nos atenaza? Hay que atravesar todo lo que estamos viviendo hasta que encontrarle el sentido. Siempre he querido coleccionar experiencias y todas me han parecido pocas. Pero al final lo importante no es lo que uno atesora sino lo que uno está dispuesto a atravesar, o a dejarse atravesar. Confinados, o en esta perpetua desescalada que no permite que la vida sea exactamente la de antes, todo adquiere otro relieve. Bob Dylan justamente lo canta ahora, “I sing the songs of experience like William Blake”, la experiencia solo tiene sentido si se observa a sí misma. ¿No crees, padrina? Creo que si ahora pudiera hablar contigo verdaderamente, comprenderías exactamente lo que trato de decir. (...)

Tal vez la experiencia que necesito sufrir ahora, “subir”, que unos traducen como sufrir y otros “pasar por” es la de la muerte, la incomunicación. Y ello a través de la palabra en vida. Como si solo la palabra pudiera hacer de pegamento entre soledades e incomprensiones. Quizás por eso ahora he vuelto a pensar en ti, padrina, y necesito acercarme de nuevo a ti, recuperar tu esencia y con ella el tono de nuestra conversación para que ella invada el camino hacia esta experiencia. Me pregunto si ello será suficiente. Pero hay que intentarlo. Un reencuentro diario contigo, con la muerte, con el sentido. Es muy poco pero al menos es algo a lo que agarrarse. (...) No sé si quiero hablar sobre ti o contigo. Pero sé que tú eres ahora la puerta, el amuleto.

lunes, 3 de agosto de 2020

El divorcio según Rachel Cusk

 Estas son unas líneas que escribí para la Revista de Letras, hablando sobre "Despojos" de Rachel Cusk, editorial Asteroide.

Rachel Cusk | Foto: Libros del Asteroide

"'La nueva realidad' era una expresión que oía a todas horas esas primeras semanas: la gente la empleaba para describir mi situación, como si en cierto modo representara un avance. Pero la verdad es que era una regresión: la vida había metido la marcha atrás. De repente no avanzábamos, sino que retrocedíamos, volvíamos al caos, a la historia y la prehistoria, a los comienzos de las cosas y al tiempo anterior a que esas cosas comenzaran. Un plato se cae al suelo: la nueva realidad es que está roto. Tenía que acostumbrarme a la nueva realidad."

Rachel Cusk nos habla con ironía en estas líneas de una nueva realidad y de cómo esta es más bien un retroceso que un avance, un plato roto. Ahora bien, aunque detectemos paralelismos, la nueva normalidad que vemos representada en este libro no es la que ahora vivimos en el plural de la era coronavírica, sino la más específica de su divorcio.

En Despojos, presentado como narrativa autobiográfica, se nos dibuja el paraje desolado que queda después de una separación, con el hundimiento del relato anterior sobre la propia vida, con la vulnerabilidad a flor de piel, con la autorrepresentación en crisis cuando el conjunto familiar pasa de civilización a caos. Y si hay algo relevante y admirable en este libro es precisamente la manera de modular y mostrar el caos, a través de elementos como la analogía, el desplazamiento, la elisión, como si Cusk nos mostrara su mundo en el modo como este se despedaza entre imágenes oníricas, usando los mismos recursos que cifraba Freud en La interpretación de los sueños. Así, Despojos se lee como una suerte de sinfonía musical con diversos movimientos que nos van guiando a través de sugerencias diversas que caracterizan el estado de la protagonista, aunque nunca nos dicten de manera nítida sus móviles:

Rastrojos, el primer capítulo y tal vez el más elocuente, nos habla sobre lo que queda después de la siega, la destrucción antes de la reconstrucción. Y se nos relata cómo fueron las bases de su organización matrimonial, supuestamente muy modernas e igualitarias pero que fracasaron. Así, la pareja decide intercambiarse los roles clásicos al tener hijos, el hombre quedándose en casa y la mujer trabajando pero la ecuación resulta imperfecta, porque la mujer acaba sintiéndose un hombre travestido y con gran frustración por no sentirse reconocida en su maternidad. Aquí aparece un interesante motivo de debate sobre feminismo y sobre cómo ha de construirse una mujer para sentirse completa, conciliando el instinto y la civilización.

Libros del Asteroide

En la segunda parte, Extracción, se habla del momento doloroso de la separación usando a modo de analogía la imagen de la extracción de una muela cuando el dolor ya es insoportable, aunque se sabe que quedarán secuelas. Después, en progresivos capítulos se nos trazan otros elementos que nos ayudan a entender el mapa de las ruinas: la afición de las niñas y ella por los clásicos griegos, como la Orestíada o Antígona, con los que intentan entender sentimientos extremos; el desvalimiento y vulnerabilidad que siente una familia de tres mujeres, en paralelo a una nueva libertad vertiginosa; la mirada ambivalente ante las familias convencionales y su modo de vivir, mientras se va encontrando otro modo de vivir más arriesgado; las conversaciones y encuentros con los tres hombres de su nueva vida: su ex, su psicoanalista y su nuevo amante. Y el último capítulo Trenes resulta un cierre del todo desconcertante, puesto que hay un cambio de punto de vista, y de repente lo que importa es cómo una joven y desvalida canguro enfrenta las dificultades que suponen ayudar a una familia, y sentirse útil en ella, enfrentando a la vez los deseos de la mujer y del hombre enmedio de sus disputas.

En todas esas páginas, pues, veremos una continuidad entre la trilogía novelística A contraluz para los que la hayamos leído, también publicada por Asteriode, y Despojos, traducida ahora al castellano pero que en realidad es anterior cronológicamente. Hay una línea constante en el etilo de ambos: una manera oblicua, perifrástica, de acceder a la interioridad de alguien. Sin embargo, en A contraluz la interioridad de la protagonista queda velada de modo todavía más radical, y accedemos de manera parcial a otras interioridades, otros personajes que se cruzan en su camino.

Sin embargo Despojos, como literatura autobiográfica, resulta un caso atípico y perturbador. Así, cuando se anuncia como un texto sobre "el matrimonio y la separación", el lector al uso pensará que vamos a conocer todas las intimidades y miserias que llevan a un matrimonio al infierno y posterior separación. Pero, tal y como nos advertía la autora en el festival Primera Persona Indoors que tuvo lugar en el CCCB el pasado 30 de mayo, si queremos saber los motivos que llevaron a la separación, ello no es la sustancia de este libro: el libro es un trabajo de escritura, que se adentra en la narración de los despojos del Yo que quedan después de la separación. (De hecho la versión inglesa originaria de 2012 se titula Aftermath, cosa que ya nos indica que se trata de la narración del después de la catástrofe, no de su causa).

En definitiva, si bien resulta deliciosa la prosa enigmática que nos lleva de una reflexión a una imagen y viceversa y que va constituyendo una retórica del dolor y la confusión de la separación, no deja de echarse de menos un mayor ahondamiento en la situación que llevó al matrimonio de Cusck al colapso, puesto que no queda claro si ha tenido algo que ver con el anticonvencional modo de organizarse en familia o no, y ese detalle sí podría resultar relevante en la recepción del discurso del libro. Aunque lo importante sea la escritura, el lector espera una parte de confesión en la escritura autobiográfica para poder empatizar con el personaje y para que el libro constituya un testimonio comunicable de expresión humana. En este caso, esta comunicación se produce de manera harto esquiva, por lo que sentimos que la autora nos regala una pieza de orfebrería literaria, sí, pero sumergida en unas aguas translúcidas en la que no nos es posible vernos reflejados más que a modo de destellos, de fragmentos.

Mejor, entonces, enfrentar la lectura de Despojos a sabiendas de este rasgo: que no nos va a dar pistas claras sobre su proceso de desencuentro, sino que nos van más bien a mostrar los fragmentos del espejo roto, y cómo es de difícil construir una nueva narración sobre uno mismo cuando la anterior ha estallado en mil pedazos. Cómo ser mujer, cómo hacerse mujer, como ser madre sin dejar de ser una misma, cómo tratar de dinamitar los antiguos roles pero sin menospreciar el legado cultural ni el biológico, cómo atreverse a cultivar una identidad nueva, esos son, más allá de la crisis del matrimonio en sí, los grandes temas que subyacen en el texto de Cusk. Y no es poco.

"Mejor vivir una vida compartimentada y desorganizada, mejor sentir la oscura agitación de la creatividad, qu einstalarse en una unidad civilizada y atormentada por el impulso de destrucción".

"Lo que viví como feminismo eran en realidad los valores masculinos que mis padre, entre otras personas, me legaron con buena intención: los valores travestidos de mi padre y los valores antifeministas de mi madre. Por tanto, no soy feminista. Soy una travestida que se odia a sí misma."

"No identifico a esta autoridad como mi marido: la autoridad es el propio matrimonio, y en estos momentos de libertad, tengo la sensación de que a él le amedrenta tanto como a mí, casi llego a pensar que podría reclutarlo para que se sume a la fuga y reencontrarme con él allí, en el no-matrimonio, libres los dos."

"El matrimonio es civilización, y ahora los bárbaros están retozando entre las ruinas".

miércoles, 22 de julio de 2020

Rancière / Bassas. Diálogo sobre la política del lenguaje

 He tenido la ocasión feliz de leer y reseñar el libro "El litigio de las palabras" y los vericuetos de la conversación entre dos grandes, o un grande y un gigante: Xavier Bassas y Jacques Rancière.

Ha aparecido hoy en el "Diari de Tarragona" (Suplemento "Encuentros"

Este libro nos permite un privilegio: asistir al diálogo entre Jacques Rancière, un gigante de la filosofía francesa contemporánea, que fue discípulo de Althusser, siempre polemizador, con obras como El maestro ignorante o En los bordes de lo político, y Javier Bassas, un ‘sparring’ a su altura: traductor de Rancière, autor  de Jacques Rancière, El ensayo de la igualdad, y agitador de la escena filosófica de Barcelona. Y no es baladí que el libro sea un diálogo: este se construye en su forma más genuina, como discusión que se adentra en todos los meandros del pensamiento de Rancière sobre lenguaje y política; un formato dialéctico que no es nuevo en Rancière, pues aparece en obras fundamentales como El reparto de lo sensible o ¿En qué tiempo vivimos? Ahora bien, en El litigio de las palabras Bassas conjuga con especial habilidad el lugar del profesor, el traductor y el ensayista, de modo que el libro adopta muchos niveles de lectura. Tras un pertinente prefacio, cada bloque temático se abre con un discurso que permite al lector enmarcar la cuestión en la obra del autor y situarse en la posición idónea para compartir el alcance de la pregunta. Rancière, por otro lado, tiende a recusar de entrada cualquier afirmación o clasificación previa, para después proponer una construcción alternativa del concepto, donde se tiene en cuenta lo expuesto antes, como si necesitara crear desde la contradicción perpetua.

Este modo de dialogar escenifica de modo impecable la concepción del lenguaje y la igualdad según Rancière, que constituye el tema del libro: no se trata de buscar un lenguaje simplificador para salvar una supuesta distancia entre emisor y receptor, sino de construir un mundo común mediante el proceso de escritura. Y ello  poniendo en cuestión toda separación de géneros y jerarquía, buscando el desplazamiento en el sentido. El discurso filosófico, en similitud con el lenguaje literario, ha de contener tensión de sentidos, con el fin no de reforzar ninguna “convicción o consentimiento” sino de “producir una nueva manera de sentir”. Aquí radica el meollo de la vertiente política de esta escritura disensual, que ha de mostrar y subvertir la desigualdad subterránea. Quien toma la palabra, que siempre es de otro, se erige en sujeto político, y la transforma  en otro sentido, para perseguir la igualdad en el reparto de lo sensible. El arte es entendido también como acto político si, en lugar de la poética representativa y la dominante, que sería la del consenso, nos fijamos en aquellas formas que en su momento se han considerado al margen, como Don Quijote o Pantagruel: estas tendrían que ver también con la práctica del disenso como alteridad e igualdad radical.

En El litigio de las palabras, en suma, el lector puede experimentar y compartir este duelo lingüístico que alumbra nuevos significados de estética y política. A posteriori, la percepción de su propia inteligencia se habrá renovado, y también el ímpetu para continuar adelante la aventura de pensar.

 


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jueves, 14 de mayo de 2020

Descubriendo a Sonia Hernández

Hoy en la Revista de Letras podéis leer la entrevista que he hecho a Sònia Hernández: una escritora que vale la pena conocer, y además afincada en El Masnou, tierra vecina a la mía.

https://revistadeletras.net/sonia-hernandez-me-mueve-lo-que-no-entiendo/

lunes, 4 de mayo de 2020

Entusiasmo y filosofía

 Hoy en el Heraldo de Aragón he publicado este artículo donde comento algunos libros de la colección de Gedisa "Pensamiento Político Posfundacional":

'Pensamiento político posfundacional': el entusiasmo y la filosofía hoy

Gedisa impulsa una colección de textos de filósofos surgidos tras la crisis del pensamiento metafísico: Foucault, Agamben, Rancière y Derrida,


Los amantes de la filosofía estamos de suerte: la editorial Gedisa está impulsando la colección Pensamiento político posfundacional donde se exploran diversos filósofos surgidos después de la crisis del pensamiento metafísico, tales como Foucault, Agamben, Rancière, Derrida, Lyotard, en una serie de manejables volúmenes (que serán quince en total, en catalán y en castellano). A destacar, en primer lugar, que cada uno de los libros está desarrollado por un acreditado experto en la cuestión; además, se apuesta no por la exhaustividad sino por ofrecer una visión poliédrica y priorizar los conceptos que nos puedan dotar de herramientas críticas ante la actualidad. Los libros, en fin, no son ensayos de filosofía política al uso, sino apetitosas degustaciones, rigurosas y estimulantes a la vez, que nos puedan alumbrar sobre “lo político”. 

Sobre “la política y lo político” trataba precisamente el curso que ofrecieron recientemente los mismos autores, coordinados por Javier Bassas, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, y organizado por el Institut d’Humanitats, que terminó precisamente el jueves anterior al confinamiento general. Y ciertamente la noción de “lo político”, entendido como fuerza viva y en movimiento de la humanidad, contrapuesto a la política entendida como organización racional, constituye un eje de comprensión de toda la colección. Es en las fisuras que se hallan entre la política y lo político cuando se pone de manifiesto la crisis de ciertas categorías de pensamiento y se abre un necesario espacio de reflexión hoy.

Gedisa publica una colección de filosofía.
Xavier Bassas y Laura Llevadot en Vilapensa, Festival del Pensament del Penedès 2019.
Vilapensa

Destaquemos cuatro de los volúmenes de la colección. En 'Michel Foucault: Biopolítica i governamentalitat' (pendiente de aparecer en la versión castellana) Ester Jordana (componente de la Red Iberoamericana Foucault, a quien dedicó su tesis doctoral) hace incidencia en el concepto foucaultiano de biopolítica , según el cual todo lo que afecta a las personas es político, como gobierno que se ejerce sobre la vida, violentándola. Foucault nos ayuda a entender cómo el liberalismo como forma de gobierno no se propone conquistar territorios sino gobernar una población, a partir de obligarnos a producirnos a nosotros mismos como objeto de consumo. Frente a ello, se propone una política de resistencias, de asimetría, con el objetivo de devolvernos el timón de nuestra propia vida.

'Giorgio Agamben: Política sin obra', de Juan-Evaristo Valls (miembro del Grup Derridià y experto en filosofía de la literatura y estética y política) cuestiona la ontología de la operatividad que hemos heredado, donde hacer supone la propia identidad, y el sujeto se ve sumergido en el deber y la culpa permanentes. Agamben en cambio incita a rescatar el hombre como potencia, no como acción ni mercadería y “devolver a la vida su anarquía, su falta de límite”. Ello lo relaciona con pensar una ética y política cómicas, poniendo en el centro de la vida no la perfección moral sino la felicidad. El arte podrá ser político precisamente si se alía con la vida, sugiere Valls en su relectura de Agamben, no sin ecos del credo surrealista 'changer la vie': de nada sirve plantearse ‘cambiar el mundo’ sino cambiar la vida, y para ello lo más subversivo hoy es reivindicar la ‘inoperancia’, la inacción.

Javier Bassas, que publicó recientemente el diálogo con Rancière 'El litigio de las palabras' (Ned Ediciones) y traduce habitualmente a Rancière al castellano, es autor del volumen 'Jacques Rancière: Ensayar la igualdad'. Aquí Bassas ha corporeizado el pensamiento de Rancière en un ensayo particular donde reclama que toda palabra y toda inteligencia sea igualitaria. Según el ‘reparto de lo sensible’ ranceriano, hay que observar qué identidades y capacidades se relacionan con los colectivos y qué o a quién se deja de lado en ese reparto. Entonces, en un proceso de subjetivación política, el gesto emancipatorio supone apoderarse de otros modos de ver y de decir, más allá de los consensos establecidos. Visto de este modo, toda estética es política y se aboga por perpetrar una práctica de la igualdad en la misma escritura (y lectura) y tender hacia la democracia como un gobierno “anárquico”, donde todo cabe.

En 'Jacques Derrida: Democracia y soberanía' de Laura Llevadot, experta en pensamiento contemporáneo y deconstrucción, nos resulta de especial interés la visión derridiana de los estados como “nacionalistas y canallas”, que usan la nación como legimitación para la violencia. Asimismo, se define la democracia como un fenómeno inquietante, “una injunción desestabilizadora”; único sistema abierto a la alteridad radical y que puede hasta eliminarse a sí mismo. En Derrida, en definitiva, todo es sospechoso y está en movimiento: la escritura se acerca a sí misma sin nunca coincidir del todo con ella misma; como el feminismo, como la misma democracia.

En Derrida, en definitiva, todo es sospechoso y está en movimiento: la escritura se acerca a sí misma sin nunca coincidir del todo con ella misma; como el feminismo, como la misma democracia.

Llevadot termina su libro destacando la sentencia derridiana “Preferid siempre la vida, afirmad sin cesar la sobrevida”. Y algo me dice que en esta afirmación habla no solo la autora del libro sino la directora de la colección, la agitadora filosófica que ha impulsado iniciativas como el “Barcelona pensa”. Más allá de las leyes que vienen impuestas, más allá de la lógica capitalista de la propia vida como escaparate y objeto de consumo, la sobrevida se halla en la lectura, en la libertad del pensamiento crítico, nada más necesario en estos momentos, y que nadie nos podrá nunca arrebatar, tal y como ya destacaba hace décadas Víctor Frankl en 'El hombre en búsqueda de sentido'. 

Nueva colección de Gedisa.
Dos de los nuevos títulos de Gedisa, de Rancière y Lefort.
Archivo Gedisa.

lunes, 13 de abril de 2020

Contemplar la realidad como a una fotografía (casi) inmóvil





Ya ignoro cuántas semanas, cuántos días han pasado desde que nos confinamos. Sí sé los estados por los que he pasado y sigo pasando: la incredulidad, el enervamiento, el bienestar, la angustia, la esperanza, la resignación (no en orden sucesivo sino alternado). Este escrito no pretende dar explicación general alguna ni ahondar en las causas ni consecuencias de lo que sucede, eso lo dejo a los expertos y a los filósofos. Yo me quiero limitar a ahondar en la perplejidad que estamos viviendo.

Partamos de una contradicción muy sencilla: la necesidad que tenemos todos de conexión y desconexión al mismo tiempo. 
Durante muchos días me he levantado siempre o casi siempre la primera de la casa, "lontemps, je me suis levée de bonne heure", con la ilusión de disponer de un espacio del que sé voy a carecer el resto del día. Eso sí, mi mente es incapaz de asumir por ahora el encierro y sigo soñando con el mundo exterior: paseos por la playa, encuentros amistosos, recitales poéticos, cafeterías, viajes. Cuando abro un ojo, en el silencio de la mañana, hay un primer momento de desconcierto: "Aquí estoy de nuevo. Y no va a pasar nada de todo esto." Pero al lado de ese pensamiento aparece otro, su hermano gemelo que le recuerda: "Pase lo que pase, si te levantas ahora mismo podrás disfrutar de un tiempo precioso". Entonces voy allá, con energía renovada, me preparo un café, enciendo el ordenador...Y paso la primera media hora mirando twitter, redes sociales, el diario, el correo, y de repente mi tiempo único se convierte en una puerta donde el mundo exterior entra en forma de datos, otras soledades, otras reflexiones. Finalmente dejo todo de lado y me dispongo a mis asuntos, aunque con gran parte del impulso perdido, agitado y emborronado por todo lo de afuera. ¿Mis asuntos? Son invariablemente los que ya tenía entre manos antes del coronavirus: el trabajo, la tesis, los libros, los idiomas... Aun con la atención dispersa, les dedico mi energía, sí, y eso me hace sentir casi normal, casi como si nada sucediera. Al cabo de un rato se levantan todos en la casa y ahora algo sí sucede, algo muy evidente; los días ya no están organizados como antes, se construyen desde su misma esencia de desorden, de pura vida. Y eso es tan emocionante  como aterrador. 

Así pues, después de varios días de decirme que era absurdo que el tiempo más propio y especial del día comience enajenándome de este modo, pero sin poder evitar que la gravedad me llevara cada mañana a la misma rutina, hoy la he roto definitivamente. Me he levantado y me he sentado a contemplar la ventana en silencio, aunque hoy llueve y hay ropa tendida y el paisaje lo tiene todo menos lo bucólico. Y me ha reconfortado ese vacío que veía en la ropa blanca y mojada, en el cielo gris, en el suelo de la terraza lleno de charcos, de olvidos e imperfecciones. Y mientras miraba me he acordado de aquella película de Asuter, Smoke, donde el personaje no se mueve apenas de un lugar pero al hacer fotografías diariamente a ese lugar la realidad adquiere una nueva textura. Y me he dicho que hay que contemplar la realidad como a una fotografía inmóvil. Que no hay que huir de la incomodidad, de la extrañeza en la que vivimos, como un charco molesto, como una arruga perpetua que no podemos alisar. Que tal vez si aceptamos ese estado, si lo observamos, nos lo apropiamos, lograremos entender mejor, lograremos que esta vivencia tenga sentido para nosotros, lograremos, paradójicamente, sentirnos más conectados con los demás, porque hemos mirado más adentro, y ese adentro lo compartimos todos.

Tal vez no haya nada que entender y os parezcan ridículas mis palabras. A ver, no quiero caer en lo esotérico ni lo mesiánico, no voy a decir que la humanidad necesita un aviso, ni que esto sean las siete plagas o el arca de Noé, ni creo que nadie merezca nunca estar separado de la gente a la que quiere, sufrir una enfermedad o una muerte absurdas. De hecho si no hubiera estos componentes de tiempo indefinido a la espera, de amenaza seria latente, podríamos hasta pensar que el tiempo de detención era necesario y útil para todos. Demasiado a menudo nuestra sociedad se vuelve una carrera de obstáculos que no termina nunca, y ¿quién de nosotros no se había dicho algún día, antes de que todo sucediera 'ojalá todo se detenga', sin pensar en las consecuencias catastróficas de ello? Pero el haber en juego el futuro entero, la vida de todos, vuelve este posible espacio sanador algo mucho más complejo, algo con un trasfondo de sufrimiento. Eso hace la experiencia incomprensible y un reto para todos nosotros.

Sin pretender hacer un elogio de este tiempo, sí quería escribir sobre ello y buscar la luna oculta entre las sombras. Sin ir más lejos, convivir veinticuatro horas al día con nuestros seres queridos, ¿es una condena o un regalo? ¿No nos está sirviendo para redescubrir facetas del otro que ya habíamos olvidado?, ¿para conocerlo mejor en sus más íntimas oscilaciones anímicas? ¿No nos obliga a extraer todas nuestras potencialidades, nuestra capacidad de humor, de inventiva, para que la vida de los demás sea más soportable? ¿No nos está llevando a reformular nuestra visión de nosotros mismos, de nuestros hijos, de nuestra familia? ¿No nos sirve también para tener una visión más constructiva de nuestra propia casa, la que ahora nos sostiene, de la que no podemos huir y con la que tenemos que hacer las paces definitivamente, lentamente, día a día, propósito a propósito? ¿Y qué decir de nuestros amigos? ¿No nos damos cuenta perfectamente en la distancia de a quiénes echamos de menos, y tenemos que aguantarnos y quererlos desde lejos, a conciencia? ¿Y nuestros padres? Algunos seguramente nunca antes habíamos sido tan conscientes de su vulnerabilidad, y por fin nos preocupan mucho más ellos que nosotros mismos, ¿y no hay en esa inversión de tendencia algo que nos hace mejores?

Volviendo a lo que comentaba al principio, a la conexión y desconexión. No sostengo que debamos vivir sin redes, son fundamentales ahora los whatsapps, correos, videollamadas para mantener el contacto con los seres queridos, o con las actividades que nos importaban y nos siguen importando; tampoco podemos rehuir del estado del mundo, saber en qué marco nos movemos. Pero sí es cierto también que el exceso de fragmentación nos puede llevar a vivir en un sobresalto continuo. Quizás si tratamos de alejarnos a menudo de los diversos sistemas de comunicación digital y observamos la realidad de modo más continuo, en silencio, prestamos atención a cada amanecer, cada anochecer, aprehendemos la foto fija que tenemos delante de nuestras ventanas, la realidad según nuestro punto de vista y su minucioso movimiento milimétrico, podremos asumir mejor esta vida que nos ha tocado vivir ahora y su  poesía oculta, inquietante y serena a partes iguales. ¿No es ello mismo una metáfora acentuada de la condición esencial de estar vivos? ¿No se nos hace una evidencia que, por mucho que queramos organizar y controlar la vida, ella es en sí misma un misterio cuyas leyes desconocemos?

Por último, en estos momentos es especialmente chocante también la ambivalencia entre individualismo y solidaridad. Al desconectarme, al mirar exclusivamente hacia mi ventana, puedo temer que no me preocupo del mundo, que me sumerjo en el egoísmo. Pero, ¿de verdad contribuimos al mundo estando hiperconectados? ¿No nos hacen oscilar al viento tantas declaraciones, luchas políticas, retos irrisorios, combates de egos, cuestiones tan inesenciales donde siempre alguien quiere quedar por encima de otro alguien?

Nunca antes se nos había pedido que por el bien de todos nos quedemos inmóviles. Esta inmovilidad vivida a conciencia tiene que ser una fuente donde podamos sanarnos, donde nos veamos reflejados hasta el fondo, sin concesiones, y, en esas aguas translúcidas, veamos reflejados también al otro.