He tenido la ocasión feliz de leer y reseñar el libro "El litigio de las palabras" y los vericuetos de la conversación entre dos grandes, o un grande y un gigante: Xavier Bassas y Jacques Rancière.
Ha aparecido hoy en el "Diari de Tarragona" (Suplemento "Encuentros"
Este libro nos permite un
privilegio: asistir al diálogo entre Jacques Rancière, un gigante de la
filosofía francesa contemporánea, que fue discípulo de Althusser, siempre polemizador,
con obras como El maestro ignorante o En los bordes de lo político, y Javier
Bassas, un ‘sparring’ a su altura: traductor de Rancière, autor de Jacques
Rancière, El ensayo de la igualdad, y
agitador de la escena filosófica de Barcelona. Y no es baladí que el libro sea
un diálogo: este se construye en su forma más genuina, como discusión que se
adentra en todos los meandros del pensamiento de Rancière sobre lenguaje y
política; un formato dialéctico que no es nuevo en Rancière, pues aparece en
obras fundamentales como El reparto de lo
sensible o ¿En qué tiempo vivimos?
Ahora bien, en El litigio de las palabras
Bassas conjuga con especial habilidad el lugar del profesor, el traductor y el
ensayista, de modo que el libro adopta muchos niveles de lectura. Tras un
pertinente prefacio, cada bloque temático se abre con un discurso que permite
al lector enmarcar la cuestión en la obra del autor y situarse en la posición
idónea para compartir el alcance de la pregunta. Rancière, por otro lado,
tiende a recusar de entrada cualquier afirmación o clasificación previa, para
después proponer una construcción alternativa del concepto, donde se tiene en
cuenta lo expuesto antes, como si necesitara crear desde la contradicción
perpetua.
Este modo de dialogar
escenifica de modo impecable la concepción del lenguaje y la igualdad según
Rancière, que constituye el tema del libro: no se trata de buscar un lenguaje
simplificador para salvar una supuesta distancia entre emisor y receptor, sino
de construir un mundo común mediante el proceso de escritura. Y ello poniendo en cuestión toda separación de
géneros y jerarquía, buscando el desplazamiento en el sentido. El discurso
filosófico, en similitud con el lenguaje literario, ha de contener tensión de
sentidos, con el fin no de reforzar ninguna “convicción o consentimiento” sino de
“producir una nueva manera de sentir”. Aquí radica el meollo de la vertiente
política de esta escritura disensual,
que ha de mostrar y subvertir la desigualdad subterránea. Quien toma la
palabra, que siempre es de otro, se erige en sujeto político, y la transforma en otro sentido, para perseguir la igualdad en
el reparto de lo sensible. El arte es
entendido también como acto político si, en lugar de la poética representativa
y la dominante, que sería la del consenso,
nos fijamos en aquellas formas que en su momento se han considerado al margen,
como Don Quijote o Pantagruel: estas tendrían que ver también
con la práctica del disenso como
alteridad e igualdad radical.
En El litigio de las palabras, en suma, el
lector puede experimentar y compartir este duelo lingüístico que alumbra nuevos
significados de estética y política. A posteriori, la percepción de su propia
inteligencia se habrá renovado, y también el ímpetu para continuar adelante la
aventura de pensar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario