Enrique Vila-Matas ya nos tiene acostumbrados a una literatura que es perpetua puesta en duda del discurso unívoco y continuo reto al lector, que no se puede instalar en ninguna de las concepciones alcanzadas y decirse “ya lo he entendido”, “aquí me quedo”. Cada libro supone un paso más allá o más acá de la obra anterior, y no es casual que haya obtenido el reconocimiento internacional por esa exigente labor.
Pero no esperábamos que esta vez el juego literario viniera dictado por la propia obra anterior, y que de este modo el autor se duplicara en un juego de espejos total, puesto que tras las páginas se transparenta el Vila-Matas actual, con sus preocupaciones, su estética, su voz narrativa, pero también el Vila-Matas joven con su obra disparatada y subversiva, así como el otro yo, el escritor que hubiera podido ser.
Efectivamente, lo que se propone Mac y su contratiempo es la relectura y reescritura de la obra Una casa para siempre, publicada por el mismo Enrique Vila-Matas en 1988; atrevimiento que nos viene a demostrar cómo un texto nunca está acabado y es susceptible de ser permanentemente interpretado y convertido en otra cosa, y también de qué manera la literatura se nutre siempre de textos anteriores, y no existe la originalidad pura. Paradójicamente, el modo radical de gestionar este ejemplo de literatura como repetición y variación hace de Mac y su contratiempo uno de los textos más originales de Vila-Matas. Por cierto, que nadie se llame a engaño, aquí “contratiempo” no se refiere a ningún tipo de peripecia argumental, sino a aquello que hace a una obra incompleta y por tanto cercana a la “literatura de la dificultad” que Vila-Matas reivindica. Así, Mac aspira humorísticamente a sufrir un “contratiempo serio”, como la desaparición o muerte del autor, o sea él mismo, para que la obra pueda ser leída como un póstumo, o hasta un falso póstumo, porque estaría concebida precisamente para provocar esa aura de incompleción necesaria para una literatura que refleje lo translúcido de la realidad. Por otro lado, la novela de la que se parte, Una casa para siempre (aquí, Walter y su contratiempo) versa sobre otro tipo de contratiempo, el del ventrílocuo que consta de una única voz, pero que sin embargo, cuando esta es robada por su “archienemigo”, logra multiplicarse en voces diversas. Y de algún modo es lo que sucederá también en Mac y su contratiempo: a medida que Mac reescribe el texto de otro autor, arriesgándose a perder su “voz propia”, acaba comulgando con un tutum revolutum literario que se disgrega en tantas otras voces.
¿Qué hace que una trama tan sumamente metaliteraria como esta se convierta en un producto no solo legible sino proclive a una lectura alegre, por no decir festiva?
Por un lado, hay que tener en cuenta que en Vila-Matas todo es y no es lo que parece. El protagonista principal, Mac, afirma ser un constructor en paro y un escritor que debuta con un “diario secreto de iniciación”, siguiendo los ecos de Sarraute (Duras, según otras obras de Vila-Matas):
“Escribir es tratar de saber qué escribiríamos si escribiéramos”.
Sin embargo, luego comprobaremos que el supuesto diario íntimo permite también la impostura: así, la identidad de constructor se revelará luego falsa; a la par, resultará difícil creer que se trate de un escritor debutante del todo, por más que en algún momento Mac se dedique a desmentir esa posible duda. Por tanto, se trata de una identidad voluble y no del todo fiable, un autor cercano al propio Vila-Matas, en su yo enunciativo y en su ironía, aunque gobernado por la inseguridad del principiante y centrado en una vida de familia que desconocemos en el Vila-Matas real; no se nos dice el nombre “verdadero” de Mac, puesto que este es “horroroso”; y en su complejidad enunciativa parece ejemplificar las famosas palabras de Barthes que también se citan:
“Quien habla (en el relato) no es quien escribe (en la vida), y quien escribe no es quien existe”.
Por otro lado, Sánchez, el autor del que se inspira Mac, es descrito como autor consagrado, otro yo de Vila-Matas en muchos aspectos (incluso se cita algún elemento relacionado con sus artículos) pero henchido de una petulancia desmedida. En cuanto a la obra de juventud de Sánchez, Walter y su contratiempo, mantiene la estructura básica de la novela de Vila-Matas Una casa para siempre, pero algunos relatos han desaparecido, y otros han transmutado, manteniendo la anécdota básica pero cambiando su sentido y hasta su título. En realidad la conexión con la antigua obra de Vila-Matas funciona como una automitografía inversa, puesto que el autor de Walter y su contratiempo, Sánchez, mantiene una relación muy ambivalente con su novela, hasta el punto de sorprenderle haber logrado escribirla “estando tan borracho siempre”, y Mac confirma que algunos fragmentos parecen haber sido escritos “en estado resacoso y huevón”, y llenos de “momentos mareantes”, que Sánchez en su momento justificó ante los críticos como “baches para que se viera que las obras principales de los dos últimos siglos eran obras maestras imperfectas”. (No resultará casual que precisamente sobre Una casa para siempre diga Vila-Matas en su Web que “fue vapuleada por dos insignes y olvidables críticos españoles”). Así que “Walter y su contratiempo” es y no es el mismo libro respecto a “Una casa para siempre”, cosa que provoca en el lector fiel el apetito contumaz de continuar la lectura adelante para comprobar hasta dónde alcanza el juego literario.
Además, el texto nos sumerge en las aguas de lo imprevisto, y es una invitación al arte de la observación, a maravillarse con lo pequeño, como paseantes walserianos. Ya viene a ser habitual en Vila-Matas la injerencia de la anécdota cotidiana (y casi surreal) como contrapunto al tour de force literario. (Como explicó en Barcelona, en la multitudinaria entrevista con Ana María Iglesia para la presentación del libro, cuando alguien le pregunta qué porcentaje hay en sus libros de realidad y ficción, últimamente contesta irónicamente que lo real constituye el 27%.) Pero aquí dicho proceso de acercamiento a lo extraño cotidiano se produce en Mac como un aprendizaje literario intensivo. El artista, nos dice, al salir a la calle tiene que observarlo todo “como si lo ignorara todo” y después ejecutarlo “como si lo supiera todo” y también: “No hay que buscar,” tu vida es “la gran aventura”. (A Vila-Matas siempre le pasan “cosas raras”, confesaba a Ana M. Iglesia, como descubrir que un indonesio del barrio repite frecuentemente: “Ha perdido el Barça. A la mierda Vila-Matas.”).
Y el mismo Mac, cuando sale a pasear (y a escribir), lo mismo se topa con un “peatón cubista” que acaba resultando un antiguo compañero de clase y luego una especie de impostor, como a un “sobrino odiador” del escritor famoso, o mendigos de toda índole, unos que piden con traje, otros que le recriminan dar demasiado; los llega a comparar con los treintañeros y cuarentones que deambulan por el barrio, o a veces hasta se pregunta si son reflejos de su propia imagen; la crisis se hace palpable en el barrio que llama el Coyote (en homenaje al escritor José Mallorquí y sus creaciones) y los desocupados pueden ser tanto literatos desvaídos, adolescentes tardíos o grandes profesionales en paro. En paralelo, la mujer de Mac va tornándose desconocida mientras su historia va entretejiéndose con la historia que se reescribe El humor y la ironía acompañan a todo el paseo literario; las mujeres de Mac y Sánchez les ridiculizan hasta el punto de dirigirse a ellos con palabras como “Arrepiéntete, cabrón” o “¿Estás tonto o qué?”; Mac se muestra irremisiblemente como “alegre y chiflado lector” a la vez que es contrario a toda altisonancia; y se burla del “sobrino odiador”, considerando que su discurso es “completamente de bofetada” cuando habla de una “búsqueda ética” “en su lucha por crear nuevas formas” (Palabras que el propio Vila-Matas ha usado literalmente en algunos artículos suyos).
Más allá de todo ello, podríamos preguntarnos qué aporta “Mac y su contratiempo” como novedad respecto a la obra anterior. Enrique-Vila-Matas siempre ha trabajado de manera metaliteraria, haciendo literatura de la literatura misma, y a menudo partiendo de la obra de un autor para luego acceder a otro lugar; en Doctor Pasavento fue la obra de Robert Walser el detonante, James Joyce y Beckett en el caso de Dublinesca… Pero esta vez, al tomar la propia obra anterior, la densidad intertextual va a configurarse con gran ironía y va a permitir que el lector habitual de Vila-Matas dé cuenta de un sabroso festín.
En realidad, en el proceso de repetición o variación literaria de esta novela se da una doble reescritura o incluso triple. En primer lugar, la novela que lee Mac, Walter y su contratiempo, no es exactamente la novela Una casa para siempre sino otra, aunque muy parecida: sigue siendo un mosaico de relatos que tienen conexión indirecta con la vida de un ventrílocuo; pero aquí, para empezar, todos los cuentos vienen introducidos por unos epígrafes del todo ausentes en la obra de referencia; se han obviado los detalles secundarios alejados; en algunos cuentos (Dos viejos cónyuges, El efecto de un cuento) se mantienen los hechos y cambian solo los nombres de los personajes. Por otro lado, se realzan algunas cuestiones que tienen que ver con el argumento de Mac y su contratiempo, como el tema de las infidelidades amorosas, el trasvase entre realidad y ficción; asimismo, algunos matices quedan ahora subvertidos respecto al original, y aparecen más dramatizados, como la cólera de un hijo hacia su padre en el segundo relato, las quejas explícitas del muñeco del ventrílocuo sobre el trato denigrante otorgado a la mujer; o la mención a una tal “Carmen” que en Una casa para siempre es muy anecdótica y aquí constituye un relato de peso y el germen de las sospechas de Mac respecto a Sánchez y su mujer Carmen.
Otras veces la semejanza entre relatos aparece muy difuminada, como en Algo en mente respecto a Mar de fondo, que apenas tienen en común lo surrealista de los hechos, aunque ahora asegura Mac que bajo esos hechos subyace una historia de amor. Otro cuento, Cómo me gustaría morirme, es sustituido ahora por uno bien diferente: Un largo engaño. La ficción va penetrando lentamente en la vida de Mac, que se encuentra citando frases literales de lo leído por el barrio, tales como “da igual como siga o deje de seguir”, y cuyo nivel de ingesta de alcohol va incrementando, como probable influencia de esa prosa “mareante” con la que trabaja, como van creciendo también las sospechas sobre la fidelidad de su mujer. En esta primera versión de la antigua novela de Vila-Matas, pues, se ha mantenido o modificado todo aquello que pueda contribuir a conducir los hechos de la vida de Mac hacia una dirección. Después, en la reescritura que ejecuta Mac de la novela todo se contagia por su experiencia personal y por la existencia de Sánchez y su sobrino, de modo que decide exagerar el egoísmo del personaje principal o humanizar a su hijo. A partir de aquí se van entrecruzando la segunda versión de la novela vila-matiana y la tercera, que es la vivida. Así, fantasea con la muerte de los posibles amantes de su mujer, y el odio original del que era objeto el protagonista de Una casa para siempre acaba traspasando al propio Mac a través del sobrino de Sánchez. Por otro lado, el binomio realidad- ficción que aparecía en el relato Dos viejos cónyuges se ha intercambiado por la antítesis sencillez-complejidad en su reescritura. La historia se va haciendo minúscula y enigmática del mismo modo que sus referentes, Hemingway y Kafka. En La visita al maestro, que en Una casa… y Walter… iluminaba el futuro del protagonista ventrílocuo, ahora va dando a Mac la clave de que como escritor debe huir y pasar a ser “más personas”.
De este modo, no solo Mac plantea una versión personal de la obra Walter y su contratiempo, que a su vez versionaba Una casa para siempre. Lo divertido es que presenciamos cómo Mac, cual Quijote moderno, progresivamente se ve invadido por la literatura que le rodea; y cree leer en la novela de su vecino referencias a su mujer, cosa que le acaba llevando a tomar por cierta la infidelidad de su mujer en la vida real. Dicho proceso de porosidad entre lo leído y lo vivido había comenzado desde el principio de la novela con la lectura del horóscopo como vaticinio de lo que va a suceder en la realidad, de suerte que el horóscopo –o “puthoróscopo”− se construye como alegoría de la hermenéutica literaria. Al final, y dado que su mujer (personaje decidido que trae ecos de El viaje vertical) solo desea abandonar la realidad cotidiana y lanzarse a otra existencia, Mac se acaba fusionando con la novela que reescribe, así que terminamos leyendo cómo Mac se deja llevar por un viaje hacia Lisboa y luego Evora, Marrakech, Túnez y Yemen, hasta desembocar en una Arabia feliz, donde el magnetismo del relato oral pervive, donde todo resulta “extraño” y a la vez “familiar” y donde se nos insinúa la huida de un crimen, que puede haberse quedado en una mera idea sin realización, o al revés.
Volviendo a la propuesta de Mac, el autor principiante ha logrado su propósito de gestar un producto que no es novela (género que constituye para él una “forma de muerte”) sino un híbrido de cuentos, diario, ensayo y también novela, a su pesar: un espacio total donde va teniendo cabida todo lo que se lee, escribe y sucede.
En cuanto al destino de Mac, el personaje se ha ido viendo rodeado por mendigos que podrían ser él y se ha dedicado a hacer balance de los muertos del barrio, antes de desaparecer él mismo:
“Yo soy uno y muchos y tampoco sé quién soy”, dice.
Su voz se ha acabado confundiendo tanto con la de Walter como con la del “muerto” que le llama; el lector no podrá evitar pregunarse de qué material está hecha la enigmática voz del muerto que llama a Mac desde el final de la obra; tal vez se trate del mismo espíritu de la novela, que era “esa forma de muerte” que se configuraba a pesar de los pesares; tal vez el otro yo muerto, puesto que el libro se proponía quedarse inconcluso y póstumo; quién sabe si el libro que está escribiendo se ha fusionado con el autor hasta el punto de asesinarlo entre sus páginas; tal vez Mac haya alcanzado de verdad la disgregación en otras voces.
Mac y su contratiempo finaliza mostrándonos un paisaje de fuga coincidente con el cierre de Una casa para siempre, un paisaje que es repetición y variación, que es familiar y a la vez desconocido; y que trae ecos de la noción freudiana de “lo siniestro” como paradoja entre aquello desconocido o perturbador (unheimlich) que irrumpe en medio de lo familiar (heimlich), y que tiene tanta relación con algunas armas usadas en la ficción con que se subvierte la unidad del mundo, apariciones, dobles y demás. El doble de Vila-Matas es su propia obra refractada en versiones como espejos desfigurados: una variación tan infinita como impredecible y que incide en lo real y por eso mismo crea desestabilización.
“Es porque no hay original que no hay copia, por lo tanto, tampoco repetición de lo mismo”, se dice, siguiendo a Deleuze.
No queda otra que ser “radicalmente no original”, puesto que desconocemos hasta el origen del mundo, ha afirmado Vila-Matas recientemente en el Collège de France. La coca-cola de cereza reaparece entre el recuerdo y la intertextualidad, mientras el texto se multiplica y bifurca sin que lo lleguemos a aprehender nunca como discurso cerrado.
Mac y su contratiempo perfila, en fin, un engranaje tan ligero como complejo que viene a demostrar más que nunca en Vila-Matas la asombrosa capacidad creadora y metamórfica de una literatura que se refracta sobre sí misma para seguir concibiendo futuros, y que se erige como un camino de riesgo y aventura más allá de cualquier vacío academicismo o insulsa cotidianidad.