Imaginé un año nuevo en el que por fin no haría falta hacerme propósitos. En el que perecerían las listas, los objetivos; las agendas milimetradas y los Google Calendar.
Imaginé que sería posible alcanzar un estado de ánimo redondo y en perpetuo movimiento. Círculo donde cabría todo lo importante sin proponérselo. Bastaría con andar despacio y estar atenta al instante. Observar el vaivén permanente de los árboles y el cielo. Y así se irían desgranando por sí solos los momentos de risa y los de trabajo; los encuentros con antiguos amigos y con los nuevos; la dedicación al otro y a uno mismo; las lecturas vendrían a una en su momento adecuado como hoja que cae del árbol y las palabras tomarían cuerpo en el segundo preciso sin ser convocadas.
Imaginé que sería tan fácil dejar que un año más todo fuera poniéndose en su sitio y que nunca habría que proponerse sentirse agradecido al acabar la jornada ni confiar en que todo lo que es, es.
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