La nueva entrega de los diarios de Laura
Freixas en sus años de consolidación literaria resulta estimulante. Se lee con
creciente interés, casi como una novela, acompañando a la protagonista en sus
ansias: ¿logrará compaginar su vida familiar con la vida profesional y con su
vocación literaria? Más concretamente aún, ¿logrará al fin publicar su novela?
Y, como deseos que se leen en sordina, ¿logrará tener su segundo hijo?, ¿conseguirá limar las diferencias latentes con
el marido?
Más allá de ello, nos
sumergiremos con placer maligno en el mundo literario y sus entresijos. Conoceremos
las poses, vestimentas, habitáculos y manías de los escritores con los que se
relaciona la protagonista; descubriremos las rivalidades y oportunismos en
concursos y publicaciones; percibiremos los diversos colores con que puede
recibirse el rechazo editorial. También disfrutaremos de ciertas complicidades
literarias como las que se dan con Trapiello o “Mempo”. Por otro lado, también
seremos testigos de numerosas lecturas y cuanto se extrae de ellas: como la
rareza “baobab” de Chacel, lo sensual en Umbral, la narración de un destino en
Smart. Aquí se produce en paralelo la búsqueda de modelos literarios y el
análisis de las huellas textuales de género, si bien se incide que lo
importante no es juzgar sino observar. También
en el diario nos saldrán al paso sutiles descripciones de paisajes diversos,
tanto de sus excursiones por el Maestrazgo o Palencia, como viajes a París o El
Cairo.
Es cierto que se transluce
cierta condición privilegiada en la autora, tanto por su situación económica
como por la familia de origen y su red de contactos en la vida literaria. Y no
podremos evitar cierta envidia al comprobar cuán activa vida de encuentros, viajes
y excursiones en soledad o en pareja puede llevar a cabo. Ahora bien, Freixas es
consciente de estos privilegios, y tampoco desea alardear de ellos. Pero ello
no es óbice para que atraviese las mayores angustias cuando se ve humillada en
el ámbito en que desea destacar. De hecho, el mayor mérito de estos diarios es
el ahondamiento psicológico y moral de la autora en sus propios sentimientos,
sin falsas complacencias ni modestias. Admite en repetidas ocasiones su envidia
por los seres que triunfan, su fobia al fracaso, y todas las batallas que debe
librar por ello. Y el psicoanálisis se observa como el arma que le ayuda a
pasar de la confusión a la claridad. En fin, a lo largo de las páginas somos
testigos del nacimiento de una identidad como escritora y una firme voluntad por
escribir y por “llegar” aunque “nadie está deseando que uno escriba”. Quizás
solo se echa a faltar un relato un poco más prolijo respecto a las
contradicciones entre su yo maternal y su yo literario. Como si el tema del
diario fuera más bien la construcción del yo escritor pero hubiera un temor a
que la hija fagocitara las ambiciones de la autora, y esta aparece mencionada a
menudo, como imagen de la felicidad, pero con brevedad, y no parece un
impedimento para la carrera literaria de su madre, con excepciones muy contadas
(como cuando está enferma).
Sí hallaremos una reflexión
extensa sobre la maternidad en términos generales y resulta de actualidad
cuando, lejos por igual de la maternidad intensiva como de la maternidad
arrepentida, aboga por una maternidad que no pretenda ser un “deus ex machina”
que todo lo soluciona; que sea “humana, no divina ni animal”. La maternidad
está presente, y ejerce de manto de dicha, pero la no es lo que salva. Lo que
salva es la literatura. Leyendo “Todos llevan máscara”, en fin, se siente el
ímpetu de mirar más adentro en los deseos y sentimientos ocultos y atreverse a
llevar adelante el propio destino.
Laura
Freixas: Todos llevan máscara. Diario 1995-1996
Errata
Naturae, 2018
Esta reseña apareció en el Heraldo el 26 de abril de 2018