Llegados
a este punto necesito decir lo que pienso guste o no, y que mi
silencio no pueda leerse como cómplice de posturas ajenas a la mía.
A ver si puedo
resumirlo. Mi España no es la de la cerrazón de Rajoy ni la de jaleamiento a los
Guardias Civiles; pero mi Catalunya tampoco es la del relato en que
Puigdemont y los mossos son erigidos en héroes. Parece que alguien ha estado
interesado en que se creen bandos, en polarizar posturas, que se
retroalimentan una a la otra, e invisibilizar la escala de grises. No
creo que las opciones políticas respondan solo a ideas racionales.
También apelan al corazón, a una identificación que apenas podemos
describir, que apenas sabemos a qué responde y que no podemos
intercambiar fácilmente, ni convencer de ello a nadie ni dejarnos
convencer de ello. Al menos en cuanto a mí se refiere, mi identidad
es múltiple. Y responde a parámetros culturales, paisajísiticos,
emotivos. Mi España es la del Quijote, la del Lazarillo. La de
Javier Marías. La de Javier Krahe. La de Martirio. La de Aute. La de
Almudena Grandes. La de Carmen Martín Gaite. La del Museo del Prado, la
del río Ebro y el Duero. La de mi familia aragonesa y madrileña.
Todo eso forma parte de mí. Como forman parte también Dalí y
Cadaqués, Gabriel Ferrater, Palau i Fabre, Serrat, Maria del Mar
Bonet, Albert Pla, Mercè Rodoreda o el Tricicle. El Segre. El
Montseny. La Costa Brava. El CCCB, el Macba. El Museo de Figueras. Y
todo el abanico de mi familia catalana. No puedo estar alegre pues
ante la posibilidad de desprenderme de una parte de mi identidad. Lo
que quisiera es agregar identidades, no desgajarme de ellas. Ser un
poco francesa, algo irlandesa, por ejemplo. Pero dejar de ser, que
queréis que os diga, no me ilusiona.
Puedo
entender que a algunos sí que os ilusione distinguiros de España.
Si os sentís decepcionados por el trato del gobierno central, o bien
no podéis identificaros con sus tierras o su cultura y os resulta
una losa para emprender otro camino. Que hayáis focalizado en esa
idea las ilusiones de construir algo nuevo, más allá de la crisis y
la corrupción, diferente en todos los sentidos. Además estos días
la política española (si se le puede llamar así ) ha sido tan
sumamente represiva hasta lo macarrónico que precisamente no incita
a seguir a su lado. A priori parece tan fácil, ¿verdad? Si el
pueblo pide referéndum, ¿por qué no pactar un referéndum y
acordar las condiciones para que esté bien hecho y que mande la
mayoría y se decida lo más conveniente? Personalmente me
convencería más que no solo fuera una cuestión catalana, sino que
todo sirviera para remover el inmovilismo español y romper la baraja
de la España de la Transición: que pudieran orquestarse diversas
repúblicas confederadas entre sí. Pero el centralismo ha ofrecido
tan pocas salidas que solo ha hecho que avivar el fuego de la
separación. Y si eso es así, habría que haber ofrecido la posibilidad de un referéndum de verdad, no de pa sucat amb oli. El referéndum ha sido tan reprimido que ha acabado
estallando en este sucedáneo de referéndum. Una especie de
conglomerado de ilusiones, un símbolo revolucionario para muchos y
también una huida hacia adelante, pase lo que pase.
Pero
después de todo, ahora siento que estamos en un callejón sin salida. Y temo que el
conflicto se catapulte o bien se enquiste y se haga más grande, si
no hay una auténtica voluntad de cohesión y entendimiento por parte
de todos, los políticos y los ciudadanos. El
referéndum está muy movilizado hacia el sí, es indudable, y resulta tan loable como incómodo para algunos que
se dé por supuesta una sola dirección de pensamiento. Bien es
cierto que en vez de diálogo por parte del gobierno central solo se
ha ofrecido una retrógrada e incapaz mano dura. Cómo no voy a
defender el derecho a opinar y no voy a admirar la energía combativa
de la gente en la calle. Me enorgullece la valentía, el arrojo, el
pacifismo del pueblo catalán del que formo parte. Pero el derecho a
opinar también es válido para los que no estamos en la onda
mainstream de esta hora complicada. Y por eso me atrevo a
escribir estas líneas.
Compañeros,
amigos, siento que estamos en una cuerda floja. Pero no tenemos que
dejar vencernos por el miedo al otro ni buscar al enemigo entre
nosotros. No sé si acudir o no a votar este domingo, por muchas
razones. Pero lo que quisiera con más urgencia que la independencia
es diálogo político auténtico. Dialogo humano. Respeto. Y poder
creer de buena fe que pase lo que pase el futuro será mejor, que
estará orquestado mejor, y no que cambiará de dueños pero que
seguirá con las mismas desigualdades y atropellos.
Bon futur i bona democràcia a tots!
Bon futur i bona democràcia a tots!
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