¿Quién no ha querido espiar por una rendija y acceder a las interioridades de un alma
romántica? Pero no de un alma sentimental o voluble cualquiera, sino romántica en su
sentido originario: aquellos seres que hace dos siglos se afanaron en dotar a su
existencia de una intensidad única; que acechaban el arte y la belleza como un perpetuo
estremecimiento; que bebían de la fuente del amor para insuflarle un sentido total; que
rehuían cuanto se esperaba de ellos y fueron a la zaga de sus propios ideales: política
radical o fascinación por Italia, encuentros o soledad absoluta. Aquellos, en definitiva,
que a menudo tuvieron vidas breves con desenlace trágico, pero cuya inmortalidad es
indiscutible en sus obras.
Pues estamos de suerte: con esta antología de Gonzalo Torné, bellamente
editada por Alpha Decay, nos acercaremos a la segunda generación de románticos
ingleses, los poetas Byron, Keats y Shelley y la novelista Mary Shelley. A través de una
selección de cartas, acompañada de sucesivos prólogos explicativos, no solo lograremos
hacernos un perfil de las vicisitudes vitales de estos autores, sino que accederemos a la
particularidad expresiva de cada uno, pues los estilos pronto se revelan como propios e
inconfundibles.
Así, nos fascinará la historia de amor serena y a la vez colmada de fantasmas
entre Percy y Mary Shelley. Especialmente conmueven las palabras de Mary,
expresivas, enfáticas y sombrías: “¿Por qué la vida no admite que se la considere un
fluir continuo, ininterrumpido, ajeno a la cuenta de minutos y horas (…) si el placer solo
habita en la memoria, entonces, al morir, ¿adónde irá el placer? ¿Adónde iremos
nosotros?” En ellas hallaremos las dificultades para unir sus vidas, las muertes sucesivas
de sus hijos, los malos presagios que rodean a Percy y que al final se cumplirán cuando
muere ahogado. (Ella será la única de los cuatro que sí tendrá una larga existencia.)
Al leer a Lord Byron, entenderemos de una vez por todas su mito de
“maldito”: sus cartas nos muestran una tumultuosa existencia, cambiando de país como
de ilusiones, poblada de amores apasionados hasta lo indecible. Las últimas cartas
tienen lugar desde Grecia, a donde acudiría en su lucha por ideales políticos, y donde
fallecería poco después. Para él la expresión amorosa es extremada, a menudo
tragicómica (“ámame al menos como a tu perro”) así como la vitalidad: “el Carpe diem
ya no es suficiente, me veo obligado incluso a intentar sacar provecho de los segundos.”
Bástenos decir que estamos de acuerdo con Torné en valorar estas cartas como “la obra
maestra de Lord Byron”.
La figura de Keats también resulta interesante, si bien diversa: el punto de
vista de un enfermo declarado y con cada vez menos esperanzas en el futuro. Sus cartas
tienen un destinatario único, su vecina Fanny Brawne, su amor absoluto (“el aspecto de
una persona no es nada si no encuentro en su corazón las llamas que habitan en el tuyo,
un fuego donde mi amor pueda arder”), aunque puede leerse en ellas también la lucha
entre creación y amor, puesto que a veces desea que nada pueda distraerle de su misión
literaria. (“Mi mente está colmada por la fantasía, rellena como una pelota de cricket.”)
El libro puede leerse de principio a fin, o entreverando al azar personalidades y
cartas hasta que el mundo roto se haga unidad para el lector. Al acabarlo, sentiremos
habernos acercado a estos autores mucho más que a través de una biografía o una
película. Y nuestro deseo más alto será ahora leer sus obras.
(*) Esta reseña apareció en la edición digital del Heraldo de Aragón el 14 de febrero de 2021.