“El club de los
mentirosos” se publicó en Estados Unidos -con gran éxito- hace
más de veinte años (en 1995) pero no se ha dado a conocer en
español hasta ahora, a través de la espléndida traducción de
Regina López Muñoz para Errata naturae. Ahora bien, la novela se
lee con inmensa frescura como si hubiera sido escrita ayer.
Y es que la novela de Mary Karr nos desconcierta ya desde el
principio, con el título. Podemos pensar que se hace referencia a
una postura de artificio, pero en seguida se muestra un aliento de
autenticidad en el relato autobiográfico; después sabremos que “el
club de los mentirosos” hace mención a las reuniones del padre con
sus amigos, pero pronto vemos que eso no es el centro nodal del
relato. En realidad el auténtico centro de gravedad lo compone la
relación entre una mujer de letras (la futura escritora) y su
excéntrica madre. Dicho tema ha aparecido también en otras novelas
traducidas del inglés en los últimos tiempos, como “Me llamo Lucy
Barton”, de Elizabeth Strout (2016) y “Apegos feroces” , de
Vivian Gornik (2017). En todas ellas sorprende el contraste entre la
visceralidad de la madre, ser temible y fascinante, y la
inteligencia analítica de la hija, heroína que se acaba
construyendo en su madurez a través o a pesar de la relación con su
madre. Además, las historias de infancia y juventud conmueven
entre miserias, desequilibrios y soledades, a través de una voz
confesional magnética. Pero hay una diferencia fundamental: en “Me
llamo Lucy Barton” y “Apegos feroces” la historia se construye
desde el encuentro presente entre la protagonista ya madura y su
anciana madre. “El club de los mentirosos” parece continuar esta
misma tradición para engrandecerla aún más , puesto que juega con
el registro verdad-mentira mientras persigue los fantasmas familiares
y alumbra la historia entera de la familia; en ella descubriremos
primero las peculiaridades casi humorísticas del padre y la madre,
para poco después ir ahondando en los pasillos lóbregos de una
infancia agridulce en una ciudad industrial de Texas y después ir
acercándonos al alma compleja de todos los componentes de la familia
y sus vaivenes, hasta que sin poder evitarlo nos cautivan para
siempre. Hay lugar para la violencia y el escalofrío, pero también
lugar para el humor y la evasión. Hay anécdotas, diversión en la
noche de Texas donde la niña acompaña a su padre a jugar a las
cartas y bravuconear y eso se vuelve su escuela de vida . Hay también
desgarro al tratar de entender la insatisfacción perpetua de la
madre, sus múltiples matrimonios, sus desvaríos, los exabruptos
intempestivos con los que mantiene a raya a los vecinos como esos “¡a
tomar por culo!” que pronto aprende la niña. Hay además incluso
una suerte de catarsis final en la comprensión de cuanto sucede.
“En
el club de los mentirosos”, en fin, la historia atrapa e intriga,
por supuesto. Pero la historia no sería nada sin el poder hipnótico
de la prosa de Karr, astuta, expresiva y elusiva a la vez: domina con
maestría el lenguaje y conduce al lector a su antojo, provocándolo
aquí, explicitando lo que no quiere leer, corriendo tras un velo
aspectos que se van dibujando muy lentamente por entre las costuras
del texto... Mientras el lector continúa leyendo, se divertirá, y a
la vez se conciliará con todas sus pequeñas rarezas y las de sus
seres queridos, porque el libro no resulta en absoluto moralista,
sino que invita a la aceptación y el perdón de todo lo que fluye en
el seno de cada familia.
* Esta reseña apareció en el Heraldo el jueves día 1 de febrero de 2017