“Una entre muchas”, novela
gráfica de la artista Una, aborda un tema tan delicado como necesario: el de la
violencia de género. Pero lo hace huyendo de simplismos e ideas preestablecidas
y con una exquisitez suprema.
La niña Una, sensible y retraída,
es sujeta a varios casos de abuso sexual; pero no es capaz de expresarlo ni en
su casa ni en la escuela. Ese trauma va a afectarle sobremanera en su futuro,
pues ya no será capaz de marcar con claridad los límites entre ella y el otro,
y acabará accediendo a un sinfín de acercamientos sexuales no deseados. Todo
ello va haciendo mella en su psique. Aislada, asediada por temores difusos, incapaz
de poner palabras a cuanto le sucede, tildada de “guarra” por sus compañeros de
instituto, la muchacha va creciendo a trancas y barrancas.
En paralelo, los medios de la
época (años setenta) se hacen eco de los actos de violencia perpetrados por el
violador de Yorkshire a mujeres, y de las interpretaciones de la policía y la
opinión pública sobre ello. Tratando de combatir el miedo de la población se
busca una lógica a las víctimas elegidas, hasta que se interpreta que todas
esas mujeres agredidas tienen algo en común: ser “de moral dudosa”, cuando no directamente
“prostitutas”; la implicación que se derivaba de todo ello era: si eres ‘buena’
no hay nada que temer; pero si eres ‘mala’, o te gusta salir sola o usar falda
corta o cualquiera de los rasgos que se asocien a “moral dudosa”, eres carne de
cañón, la víctima ideal, que además se ha buscado lo que le sucede de algún
modo. A pesar del auge el feminismo, dichas consignas afectarían al
autoconcepto de numerosas adolescentes, como Una, que, además de sufrir en
silencio la agresión y la marginación, debería cargar con el peso de la culpa,
como si algo en ella fuera erróneo y merecedor de cualquier maltrato.
La autora, Una, que no esconde
el contenido autobiográfico de la novela, ahonda de manera magistral en las
contradicciones que la sociedad alberga en su visión sobre las mujeres, contradicciones
más patentes en la época de los hechos pero nada extinguidas todavía en
nuestros días. Desde la experiencia, desde la madurez de la Una presente que ya
ha superado el bloqueo fruto del trauma, Una lleva al lector por senderos tan
claroscuros como el propio recuerdo, entre árboles desnortados y niñas que se
arrastran como ángeles caídos, metamorfoseándose de mariposas a insectos.
Los recursos utilizados, que van
desde el dibujo sutil de gran poder evocador hasta noticias y estadísticas de
periódicos de la época, consiguen golpear la sensibilidad del lector y concienciarnos
de la hipocresía que reina todavía ahora en la manera de enfocar la violencia de
género. Lo más interesante es el dibujo simbólico y elusivo, donde nunca se dan
detalles escabrosos de lo sucedido, sino que se penetra en la psicología de
la protagonista y se puede empatizar con
sus sentimientos, sin que el lector tenga la necesidad de saber con exactitud
los detalles. No importa lo que sucedió, parece decirnos Una. Escapémonos de la
tendencia morbosa a deleitarse en las escenas de violencia a mujeres.
Centrémonos en que esto le sucede a muchas, y el fardo que se arrastra durante
décadas es monstruoso. La oscuridad engulle la vida y una va sintiendo que no
es nada, que su cuerpo le pertenece y no, y siempre está al acceso de
cualquiera, por más que una tenga la manía de poner una guitarra en la puerta del
dormitorio por si entra alguien o dejar unas tijeras a mano bajo la almohada
durante años.
Esta reseña apareció ayer Jueves/28/04/2016 en el suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón