La Irlanda del siglo XX se ha construido en base a tensiones
fulminantes: la afirmación de la identidad católica e irlandesa,
los contrastes entre mundo rural y urbano, catolicismo conservador y
vitalidad festiva… De este universo complejo e intenso se nutre la
escritura de Edna O’Brien (1930), candidata a Premio Nobel de 2014
y que ha cultivado todos los géneros literarios. Su trayectoria es
compuesta por más de una quincena de novelas, además de relatos,
teatro, poesía y ensayo (inclusive biografías de Joyce y de Byron);
cuantiosa obra que apenas ha tenido repercusión en España.
Recientemente, la editorial Errata Naturae se ha propuesto
publicar en español la trilogía “Las chicas de campo”,
conformada por las tres primeras novelas de la autora, publicadas en
los años sesenta. Las dos primeras han visto ya la luz: “Las
chicas del campo” y “La chica de ojos verdes”. Como los títulos
ya insinúan, bajo el prisma de una narración semi autobiográfica,
se muestra la situación general en que vivían las chicas de campo
irlandesas a mitad de siglo, constreñidas por las convenciones
morales y la ideología machista.
Caithleen, de gran sensibilidad, ferviente amante de los libros,
alberga el anhelo de explorar la vida y el amor en plenitud, y no
emular el destino de su madre, mártir que soporta arduos trabajos de
campo, y a un marido alcohólico. Tras la trágica muerte de esta, y
con ello la pérdida de todo referente emocional, la huida será el
principal objetivo de Caithleen. Junto a su amiga Baba, la alocada y
superficial muchacha con la que se complementa, harán lo posible por
escapar primero de la grisura de su pueblo y después del agrio
colegio de monjas que debía impulsar sus estudios. En la segunda
novela, “La chica de los ojos verdes”, Caithleen y Baba ya se han
instalado en Dublín, y vivimos su iniciación a la noche y a las
citas románticas: deambulando entre la sociedad dublinesa, se ven
envueltas de una aureola de gracia, una miseria noble que rehuye lo
vulgar, a la zaga de una pasión que llene de sentido sus
existencias, y de bienes sus escaseces. Y, curiosamente, será
Caithleen y no Baba quien, más allá de frivolidades puntuales,
desafíe la moralidad para unirse a un protestante divorciado y
convertirse en su amante, para gran sufrimiento propio, puesto que
deberá luchar contra las presiones de su familia y a la vez con los
demonios internos, entre la necesidad de desprenderse de su educación
severa y la funesta sospecha de estarse convirtiendo en esclava de
sus vaivenes emocionales.
Lo más destacable en ambos relatos es la construcción de la
identidad femenina, su lucha permanente entre los deseos y las
limitaciones, entre lo heredado y lo desconocido, extremos que a
veces se entrecruzan. Y la sinceridad del retrato femenino, máxime
en cuestiones sexuales, resultó toda una provocación para la
sociedad de la época; baste recordar que “Las chicas del campo”
fue quemada en el pueblo de la autora. Pero, más allá de eso, la
escritura de O’Brien sobresale por la exquisitez de su estilo, que
sabe hacer de las andanzas de esta muchacha particular una evocación
universal. Los diálogos ágiles, la construcción trepidante de los
personajes, las pasiones vertiginosas se matizan con perspicaces
observaciones e interludios poéticos, donde bastan pocas palabras
para percibir el agudo amor por los libros, la ruda belleza de los
campos irlandeses, la volubilidad del cielo irlandés, siempre en
movimiento, como el alma de una muchacha joven. Edna O'Brien
consigue, con sencillez prístina y sin efectismos innecesarios, dar
vida a la Irlanda profunda de mitad de siglo no sin ironía y, al
unísono, dibujar con nitidez unos personajes que nos cautivan y
provocan una lectura compulsiva por la necesidad de acompañarles en
su destino, tan cercano al de Anna Karenina de Tolstoy como al de
Andrea de Carmen Laforet. No podemos por más que desear la próxima
publicación en Errata Naturae de la tercera novela, “Girls
in their Married Bliss”.
-Este artículo apareció publicado el pasado diciembre en el suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón-