martes, 15 de agosto de 2017

Días de agosto


Cuando tienes niños pequeños, la vivencia del tiempo libre cambia radicalmente. Y no digamos si además tus vacaciones coinciden totalmente con las suyas: tendrás todo el verano para aclimatar tu piel con su piel; para desear huir y a la vez sentir el privilegio de quedarte todos los días. No lo neguemos: anhelarás que lleguen los días de vacaciones totales para viajar en familia, redescubrir el mundo, ampliar la valentía en el agua, la distancia caminada en las montañas, la atracción por los museos y ciudades nuevas. Y también para darte un descanso de vez en cuando de tu función de madre, claro. Pero hay unos días diferentes. Aquellos en los que la pareja trabaja y te quedas en casa de vacaciones con tus hijas. Unos días donde podrás vivir tu casa con ellas y explorar de nuevo con ellas los espacios y darles un sentido nuevo. Unos días donde los alrededores de casa serán de nuevo unos terrenos para explorar con ellas, como cuando acababan de nacer una y otra. Donde recordarás quiénes son realmente tus amigos, aquellos que desean pasar tiempo contigo, aquellos que te abren la puerta de sus cotidianidades no marcadas también. Unos días donde a ratos tus hijas te sacarán de quicio porque quieren jugar cuando tienes que hacer la comida, porque te hablan cuando quieres escribir estas líneas; estas mismas las escribo mientras una de ellas juega con sus muñecos e inventa historias en voz alta y la otra juega a dar vueltas alrededor de mi silla. Pero unos días también donde reaprendéis a acoplar un universo a otro. Donde mucha gente se ha ido, donde no hay colegios, y en el páramo cotidiano quedan pocas distracciones, pocos condicionantes, y no tienes otro remedio que convivir en un mismo instante y tratar de hacerlo de la mejor manera posible para poder ayudarles a ser felices a menudo, para dejarles en medio de su rabieta a veces, para también hacerles entender que tú tienes algunas necesidades también, como por ejemplo nadar tranquila de vez en cuando o leer o escribir estas líneas.

A veces recuerdo vagamente la tranquilidad del mes de agosto o del domingo cuando era más joven, esa laxitud que invitaba a leer y a pensar pero que se combinaba también con un tedio absoluto, siempre esperando que sucediera un día algo extraordinario.
Ahora no espero que suceda nada. Tan solo mantener la mente serena como un lago donde ellas puedan bañarse y al lado del cual puedan también disfrutar cogiendo piedras o lo que sea. La felicidad se vuelve algo tan sencillo como salir de casa y acertar en la dirección adecuada según el sol o la sombra o la temperatura; conseguir que sus humores y los tuyos confluyan en algo alegre, la mayor parte posible de veces, haciendo concesiones, trenzando acuerdos. Te encuentras reviviendo cosas, correteando como un perrito o mirando la forma de las nubes con toda la atención del mundo. O contemplando el mar y sonriendo por la manera como les gusta salpicar con el agua de las duchas. O mirando cómo pintan o cantan o juegan haciendo ciudades mientras aprovechas para rascar  diez minutos de lectura intensa al vuelo.
Hay veranos y veranos. Hay viajes inolvidables. Hay momentos especiales en familia, o con amigos. Pero los momentos importantes, los realmente importantes, creo que son precisamente estos, en los que nos levantamos las tres chicas, miramos por la ventana, hablamos, e intentamos, sin muchas pretensiones,  hacer de nuestras horas una vivencia agradable, a la manera de cada una de nosotras.

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