jueves, 7 de enero de 2016

Lecturas navideñas (1)


Hacía tiempo que había oído hablar de esta novela. No me interesaba especialmente el tema (la violencia juvenil) pero sí me había fascinado la escritura de Lionel Shriver con "El mundo después del cumpleaños", novela de sorprendente construcción de la que hablé en su momento http://meencantobailarcontigo.blogspot.com.es/2010/03/tus-vidas-posibles.html

Decidí aventurarme en ella. Y no sospechaba la terrible adicción que se iba a apoderar de mí, que me haría estar deseando que acabara cada una de las comidas, que me entrara sueño, que la bebé me reclamara  para poder, con la excusa, retirarme de los jolgorios con ella a leer...

"Tenemos que hablar de Kevin" tiene el mismo mérito de la famosa "Crónica de una muerte anunciada" de Gabriel García Márquez. Conoces el final (que en este caso no tiene un muerto sino muchos muertos, debido a una masacre adolescente en un instituto) pero ignoras el camino que ha llevado hasta que el tal Kevin acabe cometiendo esa atrocidad. Y puede parecer paradójico pero el mismo hecho de conocer el final provoca una lectura aún más compulsiva, puesto que es la totalidad del proceso evolutivo de esa familia lo que intriga al lector. Queremos saber quién es el padre, quién la madre, cómo se relacionan, qué errores han cometido, si son los mismos que los nuestros o no, cuánto han querido a sus hijos, si más o menos que nosotros... Y, conforme leemos, la opacidad de la explicación de los hechos se va haciendo mayor, y más perversa se vuelve la lectura y el placer inexplicable que extraemos de ella, como en el mayor de los thrillers.

El punto de vista de los hechos es el de la madre, Eva. El tiempo se sitúa en el presente desde el principio, tiempo en que, despojada ya de todo -marido, hijo, trabajo, casa...- se dedica a visitar al reformatorio al hijo que le ha arruinado la vida y que al final, paradójicamente, es su único motivo para seguir viviendo. A través de una serie de cartas dirigidas al marido, del que está ya separada, se retrotrae al momento de su embarazo y todo el estado ambivalente que caracterizó esa temporada, con sus miedos a cambiar de vida, sus dudas sobre la decisión tomada; se extiende sobre la posterior crianza complejísima, puesto que se trata de un bebé nervioso y displicente, y la madre siente por él la misma aversión que parece sentir el bebé por ella, y vamos pasando poco a poco hacia la infancia y adolescencia claroscura de Kevin, el misterioso. Hay una gran disociación entre la relación entre el padre y la madre, con el primero Kevin parece tener una actitud "normal", pero en el caso de la madre siempre actuarán como rivales, él provocándola, ella siempre viéndolo bajo un prisma de sospecha, pues  teme ver en él comportamientos crueles hacia otros niños y animales, y hacia ella misma, comportamientos que, careciendo de pruebas fehacientes, quedan bajo el velo de la duda, y siempre son justificados por el mismo Kevin y por el padre, hecho que va creando una gran distorsión en las relaciones familiares.

Destacan los diálogos entre Kevin y su madre, ya desde la infancia, donde el niño usa muy pocas palabras y la mayoría para expresar estados negativos, y todo intento comunicativo de la madre acaba siempre girándose contra ella, puesto que él acaba consiguiendo que sea ella misma la que se destape en esas conversaciones, explicando sus propios motivos de malhumor. En todos los encuentros del presente se intuye una gran complejidad, un desafío mutuo permanente entre lo que se dice y lo que se oculta, entre lo que se muestra y se finge, en una relación tan henchida de odio que en el fondo no puede contener otra cosa que amor.
Y toda esa ambivalencia transparenta también hacia el lector, que oscila de sentir repulsa hacia la madre y compasión hacia el hijo hacia un tránsito sutil hasta compadecer a la madre y todos sus intentos por subsanar un desastre que se intuye desde el principio; en cuanto a Kevin, su retrato es hipnótico y más allá del rechazo que nos inspira, hay algo en él que nos atrae con el poder del abismo, y que resulta siempre parcialmente impenetrable.

La construcción, si bien un tanto artificiosa (puesto que a ratos nos desconcierta por qué motivo debe escribir unas cartas a su marido donde se cuenta la historia entera con todo lujo de detalles), consigue crear adicción. La información es cuidadosamente dosificada para que el horror que se percibe desde el inicio vaya en aumento y algunos pequeños detalles incomprensibles solo encuentren su sentido posteriormente. Inclusive se nos guardan para el final algunas sorpresas no anunciadas que pueden aumentar todavía más el clímax destructivo (y aquí el artificio es claro, porque en unas cartas al marido no hay motivo para ocultar información, como sí en el caso de un autor hacia su lector).

En cualquier caso, el artificio constructivo consigue crear un suspense sin igual, con un ritmo in crescendo que compele a leer -quizás solo se estanca un poco la lectura en algún momento de la primera mitad-. A destacar, el debate moral, presente por doquier, que consigue que el lector se pregunte desde la primera página a la última por las causas del mal adolescente. ¿El niño nació ya "malo" por algún extraño motivo y todos los esfuerzos de la madre fueron vanos? ¿O la mala disposición de la madre en los primeros tiempos de vida del bebé, ya desde el vientre, provocaron en él ese espíritu retorcido, fruto del desamor? La respuesta, evidentemente, nunca será definitiva, pero esa pregunta recalará en toda la novela, y nos hará observar con suma atención todos los detalles de esa relación a la zaga de una explicación que se nos escapa permanentemente de las manos.

En fin, por último, solo añadir que tal vez resulte extraño que una lectura como esta apasione durante la época navideña, normalmente dada a relatos edulcorados. Pero la literatura funciona así, no solo a base de identificaciones sino de contrastes y reflexiones. Y leer "Tenemos que hablar de Kevin" no solo no me ha provocado ningún sentimiento negativo de cara a mis hijas y mi familia sino al contrario. Leyendo relaciones complejas, crianzas descarriladas, una se hace más consciente de la fortuna que ha tenido sintiéndose madre en la dirección de los vientos. Y puede confirmar también que el huracán del amor, si bien no puede evitar todo, sí puede conducir a una familia por países lo más transitables posibles. También nos hace recordar que por mucha voluntad que uno ponga, no siempre las cosas salen como uno quiere, así que hay que comprender más que juzgar. Y sentirse agradecido. Siempre.

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