lunes, 23 de febrero de 2015

El mundo de Edna O'Brien: Frescura y provocación



La Irlanda del siglo XX se ha construido en base a tensiones fulminantes: la afirmación de la identidad católica e irlandesa, los contrastes entre mundo rural y urbano, catolicismo conservador y vitalidad festiva… De este universo complejo e intenso se nutre la escritura de Edna O’Brien (1930), candidata a Premio Nobel de 2014 y que ha cultivado todos los géneros literarios. Su trayectoria es compuesta por más de una quincena de novelas, además de relatos, teatro, poesía y ensayo (inclusive biografías de Joyce y de Byron); cuantiosa obra que apenas ha tenido repercusión en España. Recientemente, la editorial Errata Naturae se ha propuesto publicar en español la trilogía “Las chicas de campo”, conformada por las tres primeras novelas de la autora, publicadas en los años sesenta. Las dos primeras han visto ya la luz: “Las chicas del campo” y “La chica de ojos verdes”. Como los títulos ya insinúan, bajo el prisma de una narración semi autobiográfica, se muestra la situación general en que vivían las chicas de campo irlandesas a mitad de siglo, constreñidas por las convenciones morales y la ideología machista.
Caithleen, de gran sensibilidad, ferviente amante de los libros, alberga el anhelo de explorar la vida y el amor en plenitud, y no emular el destino de su madre, mártir que soporta arduos trabajos de campo, y a un marido alcohólico. Tras la trágica muerte de esta, y con ello la pérdida de todo referente emocional, la huida será el principal objetivo de Caithleen. Junto a su amiga Baba, la alocada y superficial muchacha con la que se complementa, harán lo posible por escapar primero de la grisura de su pueblo y después del agrio colegio de monjas que debía impulsar sus estudios. En la segunda novela, “La chica de los ojos verdes”, Caithleen y Baba ya se han instalado en Dublín, y vivimos su iniciación a la noche y a las citas románticas: deambulando entre la sociedad dublinesa, se ven envueltas de una aureola de gracia, una miseria noble que rehuye lo vulgar, a la zaga de una pasión que llene de sentido sus existencias, y de bienes sus escaseces. Y, curiosamente, será Caithleen y no Baba quien, más allá de frivolidades puntuales, desafíe la moralidad para unirse a un protestante divorciado y convertirse en su amante, para gran sufrimiento propio, puesto que deberá luchar contra las presiones de su familia y a la vez con los demonios internos, entre la necesidad de desprenderse de su educación severa y la funesta sospecha de estarse convirtiendo en esclava de sus vaivenes emocionales.

 Lo más destacable en ambos relatos es la construcción de la identidad femenina, su lucha permanente entre los deseos y las limitaciones, entre lo heredado y lo desconocido, extremos que a veces se entrecruzan. Y la sinceridad del retrato femenino, máxime en cuestiones sexuales, resultó toda una provocación para la sociedad de la época; baste recordar que “Las chicas del campo” fue quemada en el pueblo de la autora. Pero, más allá de eso, la escritura de O’Brien sobresale por la exquisitez de su estilo, que sabe hacer de las andanzas de esta muchacha particular una evocación universal. Los diálogos ágiles, la construcción trepidante de los personajes, las pasiones vertiginosas se matizan con perspicaces observaciones e interludios poéticos, donde bastan pocas palabras para percibir el agudo amor por los libros, la ruda belleza de los campos irlandeses, la volubilidad del cielo irlandés, siempre en movimiento, como el alma de una muchacha joven. Edna O'Brien consigue, con sencillez prístina y sin efectismos innecesarios, dar vida a la Irlanda profunda de mitad de siglo no sin ironía y, al unísono, dibujar con nitidez unos personajes que nos cautivan y provocan una lectura compulsiva por la necesidad de acompañarles en su destino, tan cercano al de Anna Karenina de Tolstoy como al de Andrea de Carmen Laforet. No podemos por más que desear la próxima publicación en Errata Naturae de la tercera novela, “Girls in their Married Bliss”.

-Este artículo apareció publicado el pasado diciembre en el suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón-