domingo, 11 de octubre de 2015

Mis lecturas de verano (1): "Invitación al baile".

Ahora que se acaba el verano y empieza el frío, y el tiempo de recogerse y hacer balances, es tiempo de hacer referencia a aquellas lecturas que me acompañaron el tránsito a través del verano y que igual os pueden hacer compañía a vosotros durante el tránsito al otoño.

La primera será "Invitación al baile", de Rosamond Lehmann

¿Alguno de vosotros, semejantes lectores, ha sido introvertido en algún momento de su juventud o adolescencia, o no ha sido digamos precoz en sentirse cómodo en la vida mundana? Entonces disfrutaréis con la lectura de "Invitación al baile".
Aquí la inglesa Rosamond Lehmann (1901-1990) nos cuenta con delicadeza la transición hacia la vida adulta de la muchacha Olivia y la de su hermana Kate.
Olivia ha cumplido 17 años y recibe como regalo un diario donde anotar sus sentimientos, y también una tela con la cual hacerse un vestido de fiesta. En un contexto de vida familiar de campo ordenada y rutinaria, el horizonte del baile funciona como acicate para los sueños. Y en el espacio de esa noche se conjura la vida adulta de dos muchachas, se concita  la esperanza de conocer a alguien especial, de brillar en sociedad, de escapar hacia una vida diferente, de ser, en definitiva, individual y adulto con un proyecto de vida propio. El baile es el espejismo y el embudo de transición hacia otra vida.
Sin embargo, el baile hará resonar en cada una de las hermanas una galaxia diferente; polos opuestos dentro de una misma andadura. Así, mientras la exitosa Kate pronto hallará el camino recto en sociedad, hará efectivos sus sueños y  hallará a alguien a quien deslumbrar e hipnotizar y que le proponga horizontes nuevos, la estela de Olivia seguirá en la onda de la inseguridad y el análisis permanente, y toma forma en un baile disperso e irregular. Pero es precisamente en la torpeza de la hermana pequeña donde aparece la verdad de la transformación dolorosa del mundo de la niña al mundo de la mujer.
 A lo largo de la fiesta, Olivia se ve inmersa en una telaraña, un castillo de naipes de vanidades. El baile constituye un microcosmos de personajes integrados en la sociedad (como las hipócritas muchachas del pueblo, el bullanguero alcohólico en ciernes...) y excluidos sociales (el ciego sensible,  el honesto anfitrión apartado del mundo...), así como seres ambiguos, como el afable buscón de jovencitas. Encuentros variados que le harán moverse permanentemente entre la euforia y la tristeza, entre la ilusión y el desengaño; el complejo universo adulto se construye  a través de retazos y conversaciones, haciendo de esa experiencia una iniciación a los claroscuros de las relaciones sociales y las emociones; todo ello salpicado por intersticios de espejismos de opulencia y felicidad.

Al acabar la noche, y con los rayos del nuevo día, en una melancolía que nos remite al inicio, y propia de un mundo a punto de desaparecer, Kate estará dispuesta a empezar una nueva vida en la que seguirá el dictado ya no de su familia sino de otro hombre; su intimidad quedará a partir de ahora velada para su hermana y los colores de la casa familiar se dibujarán de otra manera; en el caso de Olivia, nada habrá cambiado aparentemente, no ha logrado el éxito social como su hermana, pero no importa: la luz de la mañana traerá a otra nueva persona, bañada por la ataraxia y la autonomía; alguien que va a construirse en la curva de su soledad;  que sabe que todo es transitorio y solo permanece la mirada que todo lo ve y transfigura.

Parece que he revelado demasiado de la lectura, pero lo esencial aquí no son los hechos sino la sensibilidad de la mirada; una  lectura para leer en tardes otoñales, hecha no de grandes acontecimientos, sino de finas observaciones y delicados contrastes, como las telas de los vestidos del baile.

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